martes, 24 de mayo de 2011

Marathon des Sables (parte 3)


Los nenes no lloran (La “Grande Etape”)

I try to laugh about it
Hiding the tears in my eyes
'cause boys don't cry
(Boys don’t cry, The Cure)

Trato de reírme de esto
Escondiendo las lágrimas en mis ojos
Porque los nenes no lloran

El “iala iala” me dice que se acerca el momento.  En pocas horas se larga la etapa de 82 km.  Como siempre estoy más ansioso que nervioso.  Empiezo a sentir el sol en la piel y me doy cuenta de que recién son las 7 de la mañana.  Hoy voy a sentir el calor del desierto.  A pesar del eso me acomodo el buff como un pasamontañas para sostener mis anteojos de una sola patilla.

Poco antes de la hora de largada y mientras estoy esperando que pase el tiempo relajado, charlando con los demás, me doy cuenta de que no tengo el chip.  Es una cinta de velcro que va atada al tobillo y que sirve para controlar el paso por los distintos puestos de control.  Perderla implica una penalidad de un par de horas, calculo.  Pero además voy a tener que hacer los trámites para que me den otro, por lo que voy a perder muchísimo tiempo.  Mis nervios estallan.  No puedo creer que lo haya perdido:  por precaución no me la saqué desde el día de control cuando me lo dieron.  Mi única esperanza es que haya quedado dentro de la bolsa de dormir.  Desarmo la mochila y por suerte, sí, ahí estaba.  Vuelvo a nacer.

¡Largamos!

Largamos y trato de seguir mi estrategia.  Hoy el terreno es más ondulado y eso me gusta.  En el km 20 hay una subida muy fuerte de unos 3,5 km y la disfruto, como la bajada que la sigue, que es empinada y de arena blanda, así que puedo tirarme como un chico.

Hacia la cima

El calor se hace sentir por lo que decido quitarme el buff y por lo tanto los anteojos.  En el puesto de control del km 25 acepto las dos botellas que me ofrecen y uso una para refrescarme la cabeza.  O eso intento porque cuando me saco la gorra y me echo el agua encima no me moja.  Tengo el pelo tan engrasado que el agua resbala y no penetra!!

Como los cincuenta primeros largaron tres horas más tarde espero que en cualquier momento me empiecen a pasar.  El primero me alcanza poco después del km 45.  Es un placer (y sana envidia) verlo correr:  parece que no dejara marcas en la arena de tan liviano que corre.  Pero tengo poco tiempo para disfrutarlo porque se aleja rápidamente.

Mohammed, dando clase

Al poco tiempo veo el puesto de control del km 49.  Me siento bien, aunque el estómago está un poco cansado de geles y barras.  Muscularmente sin problemas.  Me maravilla el poder de la mente.  Los días anteriores después del km 30 no veía la hora de llegar a la meta, casi como si tuviera las fuerzas justas para hacer esos 38 km y no más.  Pero hoy van 49 km, más de 7 horas de carrera, me faltan otros 33 km y no voy a decir que estoy fresco, pero sí con la misma energía que tenía los días anteriores en la mitad de la etapa.

Llega el puesto de control y ahí tengo que cumplir una parte importante de mi estrategia:  parar y prepararme una buena comida.  En el puesto veo de todo:  corredores que hacen lo mismo que yo, otros curándose las heridas de los pies, y otros simplemente agotados tirados en el piso tratando de recuperar fuerzas y aprovechando el único lugar donde se puede conseguir sombra.  Tardo un poco más de lo que me gustaría, pero creo que vale la pena.  Espero pacientemente a que se caliente el agua y después a que se hidrate la comida y finalmente la saboreo lentamente.  Arroz con pollo a la jamaiquina.  Sabroso, un poco picante, mi estómago agradece la comida caliente y real después de tanta comida sintética.

Vuelvo a acomodar la mochila y salgo lleno de energía.  Me digo a mí mismo que rápidamente voy a recuperar las posiciones perdidas durante la parada.  Estamos atravesando un lago de sal y aunque son las 16:30 el sol todavía pega fuerte.  Hago unos cuatro kilómetros a buen ritmo y pasando varios corredores.  Pero de golpe siento que algo anda mal.  El cinturón de la mochila me aprieta más que de costumbre y empieza a dolerme la cabeza.  Tengo el estómago hinchado, síntoma claro de una digestión mal hecha.  No hay dudas de que me equivoqué con la comida, tendría que haber tomado algo igual de nutritivo pero más liviano.  Pero no hay vuelta atrás, lo hecho, hecho está, tengo que manejar esta situación lo mejor posible.  Decido que lo mejor es darle prioridad a la digestión, no tiene sentido forzar porque faltan casi 30 km.  Así que empiezo a caminar a paso vivo esperando que el estómago afloje.

Lentamente el sol va cayendo, el estómago afloja, aunque queda una fea sensación.  Empiezan las dunas.  Sé que son unos 5 km e inmediatamente después está el siguiente puesto de control.  Trato de apurarme para llegar antes de que caiga el sol, pero no corro.  Siguiendo el consejo de Mataró y la sugerencia de mi estómago camino, pero mantengo el paso vivo para que no se haga de noche.  En las dunas a veces pierdo de vista a los que van adelante, pero de todos modos sé que tengo que seguir en línea recta.  Ahora el recorrido está marcado por pequeños bastones fosforescentes, pero veo algunos locales merodeando y me digo que mejor seguir con mi propia orientación (más tarde me enteraría de que unos pocos corredores tuvieron problemas porque los locales corrieron las marcas).

Llego al puesto de control, parada rápida para reponer agua, colocar en la espalda el pequeño bastón fosforescente que me dieron y ponerme la linterna en la cabeza para enfrentar los siguientes 20 km de noche.  Cuando la enciendo me doy cuenta de que prácticamente no tiene pilas.  Casi exploto de la rabia, éste es un error imperdonable, debería haberlo controlado antes de salir.  Pero ahora no tengo alternativa, por suerte tengo pilas de repuesto, pero tengo que sacarme la mochila, buscarlas, encontrar algo con que abrir la linterna y cambiarlas.  No puedo creer que haya cometido este error.

A partir de ahora además de las marcas nocturnas y los bastones fosforescentes en las espaldas de los demás corredores, hay un láser que sale desde la llegada y que marca la dirección en la que tenemos que ir, básicamente en línea recta.  El terreno en general es bastante duro, con piedras, aunque hay tramos de arena.  Trato de trotar el mayor tiempo posible pero se me hace cada vez más difícil.  Por lo menos puedo mantener el paso vivo, y lentamente voy pasando otros corredores.  La mochila me pesa como si llevara un luchador de sumo en la espalda.  De a ratos la levanto de abajo con las manos para tener menos peso en los hombros, pero es una posición incómoda y necesito los brazos para mantener el ritmo.  Repaso mentalmente cada elemento que tengo para ver si hay algo que no sea imprescindible, y no encuentro nada.  Pienso en los que tienen mochilas mucho más pesadas que la mía y cómo estarán sufriendo, pero no alivia en nada mi peso.

Trato de distraerme y disfrutar de la noche en el desierto.  Es una situación mágica.  Por momentos estoy completamente solo, sé que hay corredores más adelante solo porque veo titilando las luces fosforescentes que llevan en la espalda.  No hay sonidos, silencio absoluto.  Cada tanto apago mi linterna para disfrutar más del cielo lleno de estrellas y la oscuridad que me rodea.  Es un cielo completamente diferente al nuestro.  Hasta la luna, en cuarto creciente, es diferente:  las puntas están para arriba, como una “U”, en lugar de estar hacia el costado.  Pero el encanto no dura mucho porque el peso de la mochila vuelve, inexorable, a traerme a la realidad.

Km 72, 21:45.  Sexto y último puesto de control.  Esta vez lo paso rápido, simplemente cargo agua.  Lo veo a JJ, con el que me crucé varias veces durante la carrera y me pregunto si no debería decirle de ir juntos.  En esta situación seguramente no está de más tener una compañía para empujarnos, y cuidarnos, mutuamente.  Pero me digo que estoy demasiado cansado para tener que adaptarme, aunque sea parcialmente, al ritmo de otro.  Siento que no puedo ir ni más rápido ni más lento de lo que voy.

Unos metros más adelante oigo una voz familiar que me alienta.  Es Blancanieves, que largó 3 horas más tarde que yo y ya me alcanzó.  Apenas podemos intercambiar unas palabras y se aleja.  El peso de la mochila se hace cada vez más insoportable.  Vuelvo a levantarla de abajo con las manos para que me pese menos en los hombros, pero obviamente no puedo andar mucho tiempo así.  Así que la suelto y la vuelvo a levantar cada rato.  Me concentro en no parar y, en lo posible, en no bajar el ritmo.  Me levanta la moral ver que no me pasa nadie (excepto alguno de los primeros cincuenta, pero esos están en otra carrera).  Me digo que realmente me gustan las carreras por etapas, pero no disfruto las ultramaratones.  Mi primera experiencia en más de 42 km decididamente no es positiva.  Lo volvería a aceptar como parte de una carrera como esta, pero no haría una carrera que fuera simplemente más de 42 km en una etapa.  Aunque también dije que nunca haría Sables…

El Garmin me dice que me quedan dos kilómetros, pero ya no sé qué hacer para ocupar mi cabeza y que se olvide del cansancio.  Empiezo a contar los pasos.  “Uno, dos, tres…” hasta cien y miro el Garmin.  Me pongo contento si hice más de 100 m y empiezo a contar otra vez.  Me siento un poco estúpido pero me digo que todo vale con tal de seguir.

Estoy realmente agotado.  El láser está ahí nomás, pero no llega nunca.  Por momentos tengo ganas de desmayarme y quedarme ahí.  Pero sé que no tiene sentido.  Realmente me falta muy poco y aunque no tenga muchas más comodidades, sé que en la jaima voy a estar más acompañado.

Finalmente veo la llegada.  Trato de acelerar el paso pero no tengo fuerzas.  Llego, simplemente llego.  Es la primera etapa donde siento un poco de emoción.  Logré hacer los 82 km, la “grande étape”, de una vez.  Son las 23.00 en punto.  Salteo el té que me ofrecen porque los días anteriores me hizo bajar la presión y hoy estoy demasiado al límite, saludo a la cámara pensando que alguien debe estar esperando que llegue y camino con resignación a recoger las tres botellas de agua, no porque no me hagan falta, sino porque preferiría no cargar con el peso.

Lentamente voy hacia la jaima.  Trato de adivinar cuál es para tomar el camino más corto y no dar un paso de más.  La encuentro.  Blancanieves ya está ahí, cambiándose de ropa.  Atino simplemente a dejar la mochila y las botellas, decirle algunas palabras de ocasión y tirarme al piso.  Me pide disculpas por no darme conversación y apenas consigo responderle que yo no puedo hilvanar dos ideas coherentes.

No sé cuánto tiempo pasa pero finalmente logro al menos sentarme.  Ahora sí conseguimos conversar sobre lo duro de la etapa.  Empiezo a prepararme la cena y enseguida llegan Periodista y Mataró.  Cada uno repite la rutina:  se tira al piso agotado casi sin emitir sonido, luego de unos minutos se incorpora, comenta algo y se vuelve a acostar.  Todos agotamos nuestras energías.

Blancanieves me dice que me cambie porque está bajando rápidamente la temperatura.  Y tiene razón.  Ya cené.  Tomo mi ropa de descanso, una botella de agua, la toalla y la bolsita ziploc y me alejo unos 100m.  Igual la oscuridad es absoluta.  Me enjuago rápidamente y me pongo la ropa de algodón que, aunque sea la misma que estuve usando todos los días, me parece fresca como nueva.

Me lavo los dientes y vuelvo a la jaima.  Ahora sí es el momento de descansar en serio.  Entro en la bolsa de dormir, escucho algunas canciones de mi iPod y luego lo apago y  me quedo inmediatamente dormido.

Durante la noche oigo que llegan Indio y Fragata.  Me gustaría felicitarlos y preguntarles cómo se sienten, pero no tengo fuerzas.  Apenas entiendo lo que dicen, pero creo que llegaron bien, aunque obviamente destruidos como todos.  Vuelvo a quedarme profundamente dormido.

Esta mañana no nos despiertan con el “iala iala” porque no tienen que desarmar las jaimas.  Así que duermo hasta pasadas las 8:00.  Parece que nos despertáramos todos al mismo tiempo, o quizá es que solo tomo noción de que los demás están despiertos cuando me despierto yo.  La cuestión es que comenzamos a conversar lentamente sin salir de las bolsas de dormir.  Ahora sí puedo preguntarles a Indio y Fragata cómo les fue.  Ambos coinciden en lo duro de la etapa pero están bien, contentos de haberla terminado en un solo día.  Todavía no llegaron Acertijo y Namaskar, pero calculamos que habrán parado a dormir en algún puesto de control y llegarán más tarde.

Desayunamos, retiramos las tres botellas del día.  Hoy no voy a tener problemas con el agua porque prácticamente tengo intactas las tres botellas de ayer y otras tantas de hoy.  Así que decido lavarme un poco mejor.  También se me ocurre que puedo lavar mi ropa de correr, pero mis compañeros de jaima me desalientan inmediatamente.  “Ya la usaste casi 200 km, mejor que vuelva así a tu casa, como un trofeo”, insisten.  Me parece que tienen razón, pero de todos modos decido lavar al menos el calzoncillo:  no creo que sea un trofeo que pueda exhibir.

Como no tenemos nada qué hacer el día se hace largo.  Controlo en qué posición llegué, hago la fila para enviar un mail, que no es larga.  Continuamente van llegando corredores y me preocupo en alentarnos porque sé lo que se siente apenas se termina esta etapa durísima.  Vuelvo a la jaima.  Conversamos entre nosotros y con los de las jaimas vecinas.  Nos visitan y vamos a visitar a otros, pero todo muy lentamente.  La mayoría apenas puede pisar por las ampollas en los pies, y aunque yo por suerte sigo invicto en ese sentido igual los músculos están agotados y el paso se hace lento.

Sigo obsesionado con el peso, reviso una y otra vez la mochila para ver de qué puedo prescindir.  Lo único que encuentro son los dos pares de medias que usé hasta ahora.  Pido autorización a la organización para tirarlos, porque tengo que terminar con todos los elementos que declaré, y me dicen que no hay problemas, aunque me miran un poco raro.

De alguna forma llega la hora de almorzar, y además algo hay que hacer para pasar el tiempo.  Todavía no hay noticias de Namaskar y Acertijo.  Me tiro a descansar un rato, hay tan poco para hacer que casi casi preferiría que la siguiente etapa comenzara ahora. En la jaima hace mucho calor porque el techo es negro y bajo.  Pero afuera hay que estar parado y el sol quema.  Entro y salgo sin encontrar un lugar donde estar cómodo.

En una de esas idas y vueltas veo a Periodista venir a las apuradas.  Encontró a Acertijo.  Llegó agotado y se tiró a descansar apenas cruzó la línea de llegada.  Namaskar tuvo que abandonar en el kilómetro 49 porque sus pies no resistieron más.  Nos alegramos de que los dos estén bien, a pesar de los pies.

Voy a ver si puedo enviar otro mail, como hay poca gente no hay problemas.  Mientras estoy escribiendo por parlantes anuncian que se acerca el último corredor.  ¡Van más de 32 horas de carrera!  La mayoría de los corredores nos agrupamos alrededor de la línea de llegada.  También está Patrick Bouer, el director de la carrera, para recibir a los valientes.  Primero llega una pareja inglesa.  Ella bastante entera, pero él, un hombre corpulento, está completamente doblado hacia el costado izquierdo.  Camina apoyado en una rama que hace las veces de bastón y cada tres/cuatro pasos, cortísimos, se para y la mujer tiene que sostenerlo.  Finalmente llega a la meta y se abraza con Patrick, quien también tiene que sostenerlo para que no caiga al piso.

Pero él no es el último.  Más atrás viene un japonés, lentamente pero mucho más entero que el inglés que le ganó por unos pocos minutos.  Y detrás de ellos los dos camellos que hacen apropiadamente las veces de “coche escoba”.

Llega el último

Cuando vuelvo a la jaima Acertijo ya está recuperado y Namaskar volvió con nosotros.  Tiene los pies totalmente vendados y apenas puede pisar.  Está un poco apesadumbrado por haber tenido que abandonar pero justificadamente contento por todo lo que hizo.  Nos cuenta que la organización lo atendió de primera, le dieron la opción de ir directamente a un hotel a la llegada (pero él prefirió acompañarnos hasta el final), le quitaron toda la comida que llevaba y le dijeron que a partir de ese momento él comía con la organización.  Por suerte pudo esconder un paquete de jamón crudo que comparte con nosotros y lo recibimos como una bendición.

De alguna manera se termina el día.  Cena, un poco de música de los amigos y a dormir que mañana es la maratón.



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