miércoles, 14 de octubre de 2015

Camino de Santiago

CAMINO DE SANTIAGO



A Carlos, Carmen, José Luis y Rai, sin cuya compañía y amistad no hubiéramos disfrutado como lo hicimos.





¿Vale la pena hacer el Camino de Santiago?  La pregunta frecuente entre los amigos cuando comentaba mis intenciones –y todavía más frecuente a mi regreso- no me resultaba fácil de responder.  La valoración de cualquier viaje es subjetiva, aun más uno de estas características.  “Depende” se me ocurría ya antes de viajar que sería la respuesta más adecuada.

Depende de muchos factores.  En primer lugar del camino elegido.  Antes de empezar a pensar en esta aventura sugerida por Dientes yo creía que existía un solo “Camino de Santiago”.  Pero la realidad es que existen muchos –veintiocho según una de las guías más autorizadas- y naturalmente la experiencia dependerá del que se tome.  En nuestro caso sería el “camino primitivo”:  320 km desde Oviedo hasta Santiago de Compostela, según la tradición el que hizo Alfonso II el casto en el siglo IX para rendir homenaje al Apóstol.  Lo elegimos porque tiene mucha menos concurrencia que el francés -el más tradicional-, y además la mayor parte de su recorrido es por bosques y pequeños pueblos de la cordillera cantábrica entre Asturias y Galicia, no por ciudades.

En segundo lugar la motivación.  Muchos lo hacen por motivos religiosos o espirituales.  Debe ser muy fuerte la motivación en esos casos, pero está más allá de los límites de mi comprensión.  En mi caso la oportunidad de conocer lugares y personas nuevas, estar en contacto con la naturaleza y comer bien es motivación de sobra.

En tercer lugar la compañía.  Mucha gente lo hace sola, y no solamente los que tienen motivos espirituales.  Una gran cantidad de europeos, principalmente españoles, lo toma como unas vacaciones económicas donde hacer nuevas amistades, y no están para nada equivocados.  En mi caso este punto también tiene nota máxima:  con Dientes y la Tía teníamos el equipo asegurado para toda la aventura.

Y en cuarto lugar están las circunstancias, o sea todo lo que no está cubierto arriba.  Desde el clima hasta los peregrinos con los que uno se cruza pasando por los albergues donde se hospeda o los lugares donde come.  En nuestro caso todo fue extremamente favorable, casi como si el Apóstol intentara poner en duda mi ateísmo militante.

Por eso es que la respuesta a la pregunta inicial es a la vez parcial y subjetiva, basada únicamente en mi limitada experiencia.  Vale la pena hacer el Camino de Santiago si querés…


… recorrer infructuosamente Oviedo tratando de encontrar la concha que identifica a los peregrinos para que dos días después David te diga que lo correcto es que la uses sólo una vez que hayas completado el Camino.

… llegar al primer albergue con la ansiedad de encontrar o no lugar y que Domingo, el hospitalero te tranquilice y te explique la etiqueta que se repetiría cada tarde:   los bastones en un bastonero al ingreso, las zapatillas no entran al dormitorio, las mochilas no suben a la cama…

… contemplar en lo alto a los lejos los elegantes molinos de viento, sabiendo que tarde o temprano tendrás que alcanzarlos.




… no esperar al grupo para no perder tiempo en una etapa larga y que te pasen por perderte en la niebla.

… usar las mismas dos mudas de ropa durante dos semanas –pero siempre inmaculadamente limpias- porque en cada albergue hay lavadora y secadora.

… aprender que en Asturias hay que seguir las señales en un sentido, al entrar en Galicia en exactamente el sentido opuesto, y más adelante simplemente tener que adivinar.

… conocer a Carlos, un toledano contador serial de chistes que mantiene alto el espíritu del grupo encontrando una broma sobre cualquier tema pero que le cuesta digerir el humor ácido y a veces agresivo de los argentinos.

… cruzarte con Umberto, un ex guía de montaña italiano de “setant’anni e mezzo”, con su melena a lo Illie Nastase, su sonrisa permanente y sus bastones coronados de flores silvestres.



Umberto con la Tía


… disfrutar un camino en bajada hacia un embalse, pero sabiendo que del otro lado te espera la subida.

… sorprenderte cuando Rai, un andaluz tranquilo con gran sentido del humor, se enfurece al ver unos “turigrinos” hacer el Camino sin mochila con un auto de apoyo y ocupar en los albergues el lugar de peregrinos tradicionales.

… despertarte contento porque ningún ronquido te molestó la noche anterior solo para que te digan que nadie pudo dormir a causa de tus ronquidos.

… ver a Umberto dándole precisas instrucciones a la Tía sobre cómo hacer una foto solo para sorprenderse positivamente con el resultado.

  encontrarte con David y Cristina, dos hospitaleros que te alojan en su casa, te lavan y secan la ropa, te preparan la cena, te despiertan con música y con el aroma de café que augura un excelente desayuno, todo a cambio de una contribución voluntaria que ni siquiera quieren recibir en mano.

… cruzar  continuamente vacas, cabras, ovejas, burros, caballos salvajes, gallinas, pastando o descansando, solos o con sus crías.



… admirar la elegancia de la Tía con shorts y medias tres cuartos dobladas para poder calzar la ojota.

… descubrir que unas simples telarañas también pueden esconder belleza.



… sorprenderte con la infraestructura de albergues:  ducha con agua caliente, lavadora y secadora para tener la ropa impecable en un par de horas.

… asistir a los intentos de José Luis, un colectivero de Valladolid, por estar a la altura de Carlos con los chistes solo para olvidarse los finales de las bromas que intenta contar.

… pasar una noche en Castro, un encantador pueblo de piedras con 51 habitantes y ruinas prehistóricas.

… presencias las continuas discusiones entre José Luis y Carmen, una riojana con aspecto de irlandesa, sobre si es mejor el Rioja o el Ribera.

  comprobar que el 99,9% de los peregrinos no le da suficiente atención al peso de la mochila –Mr Gramo seguramente exigiría un pelotón de fusilamiento para todos.

… oír a Carlos y Carmen decirte que no te acostumbres mal, que los albergues no son todos así, solo para encontrar albergues cada vez mejores.

… reencontrarte con la mirada de tus tíos o abuelos en los ojos de Ilaria, una gallega de 84 años que viene subiendo una cuesta después de limpiar las tumbas en el cementerio y que duda en aceptar una foto porque “está muy vieja”.



… ver a José Luis ponerse morado y salir corriendo hacia el baño después de comer un pimiento de Padrón demasiado picante.

… ver como José Luis puede dar rienda a su verborragia una vez que Carlos deja el Camino un par de días antes de llegar a Santiago.

… empezar la etapa más dura asegurándote de tener todo controlado y que a los diez minutos la Tía diga que salió sin agua.

… salir de tapas por Lugo, la única ciudad que vimos en el Camino.

… compartir algunos kilómetros con Umberto escuchando sus aventuras en las decenas de miles de kilómetros que lleva en el Camino y su experiencia cuando recorrió en seis meses toda Italia haciendo trekking por las montañas.

… verlo a Rai con un conjunto de ropa nuevo reservado para la última etapa a Santiago.

… cruzarte con un hombre en sus setenta arando a mano su pequeño lote y que ante tu pregunta te responda “sembraremos patatas.”

… ver a Carlos frustrarse al llegar a cada bar o albergue y que el dueño no lo recuerde del año anterior.

… tener que frenar tu camino para dar paso a unas vacas yendo al pastoreo.



… saludar a cada persona que cruzás y que te devuelva el saludo agregando un “Buen Camino”.

… tratar de descubrir nuevos tipos de hongos en los bosques, aunque no tengas ni idea de qué se trata.

… llegar a un pequeño bar improvisado en el camino y oir una a Leonardo Favio entonando “Ella ya me olvidó…”, canción favorita del dueño quilmense.

… sentir tristeza al despedir amigos íntimos que dos semanas atrás ni conocías.

… encontrar un tanque de agua después de un par de horas de estar racionándola y que Carlos diga que tomemos de ahí que el dueño es amigo suyo del año anterior, para que el dueño salga y nos insulte por quitarle el agua.

… asustarte con la pregunta de Domingo:  “¿Trajeron comida?  Porque en la zona no hay nada para comprar.”   Y después relajarte cenando las excelentes pastas que prepara a cambio de una contribución voluntaria.

… enseñarle italiano a Dientes siguiendo las estrofas de “Se bastasse una bella canzone.”

… dejarte acompañar por un perro por más de diez kilómetros para que de golpe aparezca el dueño en un auto y lo recoja.

… pasar una noche en Campiello, una  versión asturiana y moderna de los  Capuletos y Montescos.    Dos albergues: Casa Ricardo y Casa Herminia; dos almacenes: Casa Ricardo y Casa Herminia; dos bares:  Casa Ricardo y Casa Herminia.  Fin del pueblo.

… sorprenderte tratando de llegar a un compromiso para mantener unido a un grupo que un par de días atrás no conocías y ahora no querés perder.

… tratar de aprender a usar las frases españolas en el contexto correcto.  “¡Qué corrrrra!”

… ver la cara de sorpresa de Natalia, la hospitalera, y la frustración de Carlos al dejar una propina exagerada del pozo común.

… hacer un “breve” escala para almorzar en Casa Pachón, un bodegón casi anónimo, para toparte con sopa de pescado, guiso de garbanzos, sopa de verza, menestra –papas, carne y morrones-, guiso de arvejas y jamón, chuletas de cerdo, natilla y café, todo en cantidades industriales y regado por un muy buen vino de la casa.


Recuperando energías


… dejarte sorprender por el aroma a jazmines en el medio de un bosque.

… recibir los continuos mensajes de Carlos, que quiere “seguir” en el Camino a pesar de haber tenido que volver a su trabajo.

… comer un excelente menú gallego –obviamente con una buena dosis de pulpo- regado con un Albariño en Caldeira, un restaurante de A Fonsagrada.

… hacer una pausa en un bar y que un uruguayo te recomiende el queso que hace el dueño a sus setenta y largos años –excelente-.

… recibir un mensaje de Rai diciendo que se va sin despedirse para no emocionarse.

… cruzar paisajes con todas las tonalidades de verde que te puedas imaginar, y algunas más.



… compartir el Camino con 30 o 40 peregrinos como máximo durante los primeros diez días para desembocar en el camino francés y encontrarte con una avalancha de peregrinos.

… empezar respetando la consigna de Carmen “un vino, una tapa” hasta que la Tía pregunte tímidamente “¿podemos pedir algo más?” preocupada por morirse de hambre o emborracharse.

… esperar diez días para que la Tía aprenda a guardar la bolsa de dormir, solo para darte cuenta el día once que fue pura casualidad.

… recibir la concha de regalo de Carmen y José Luis al final del viaje.

… ver la cara de resignación de Dientes al pasar otra vez por un cementerio… lo que se repite seis o siete veces por día.

… conocer qué es una verdadera pulpería –un lugar donde se vende pulpo, ¿qué estuvimos creyendo durante toda nuestra vida?- y disfrutar de un pulpo artesanal servido en cantidades industriales en Ezequiel.

… cruzar Las Tiendas, un pueblo cuyo simple uso del plural en una fanfarronería:  dos casas de piedra en 80 m de ancho.

… pasar días enteros meditando cada gramo que va ir dentro de la mochila y ver como David carga 1 kg de miel en un frasco de vidrio porque no encontró algo más chico y no le gusta endulzar con azúcar.

… oir a la Tía preguntar “¿ya nos unimos con el camino francés?” después de media hora de un continuo ir y venir de peregrinos.

… correr al máximo de tus posibilidades por 500 m después de cenar porque el albergue cierra a las 22.00 y corremos el riesgo de dormir afuera.

… llegar y darte cuenta de que Petra, una austríaca muy simpática, se había quedado despierta por si tenía que abrir la puerta.

… esperar durante doce días que Carmen cumpla su promesa de abrir una lata de sardinas solo para ver que sigue en su mochila de regreso a Logroño.

… ver como Carmen se sorprende al quedarse sin batería después de estar horas con el teléfono pegado a la oreja.

… ver una “catarata de nube”:  una nube encerrada entre los montes y arrastrada hacia abajo por el viento.

Misión cumplida


Y sobre todo vale la pena hacer el Camino de Santiago si querés vivir experiencias a la vez muy distintas y muy parecidas a las que te cuento y dejar que nuevos paisajes enriquezcan tu retinas y nuevos amigos tu espíritu.






miércoles, 16 de septiembre de 2015

Fire&Ice 2015

Fire&Ice 2015
Siempre algo que aprender



Siempre dije que un factor importante para superar estos desafíos es prepararse para los imprevistos.  Ahora, los imprevistos -como dijo un Secretario de Defensa estadounidense- pueden ser de dos clases. Están los "known unknowns", o sea cosas que sabemos que no sabemos, como el clima durante los días de la carrera, o los obstáculos que nos encontraremos en el recorrido.  Pero también están los "unknown unknowns", o sea cosas que no sabemos que no sabemos, y para las que por definición no podemos tener un plan.  Simplemente tratar de reaccionar de la mejor manera si se presentan y acumular experiencia para la próxima vez.  Uno de estos "unknown unknowns", por banal que pueda parecer, condicionaría toda mi carrera.  Pero no nos adelantemos.



La decisión

Cuando en diciembre me informan de la cancelación del Ice Ultra prevista para principios de febrero y para la que me había estado preparando durante meses me da tanta bronca e impotencia que me quedo sin ganas de correr.  Pero obviamente al poco tiempo se me pasó y entonces empiezo a buscar alternativas.  La Fire&Ice ya la tenía en la mira:  Islandia, un país de paisajes misteriosos, lleno de volcanes y glaciares, donde Julio Verne ubicó la entrada al centro de la Tierra y se entrenaron los astronautas antes de ir a la luna, siempre me había provocado curiosidad.  Un par de mensajes al organizador para aclarar algunas dudas y el objetivo ya estaba decidido. 



Los preparativos

Como siempre, para la preparación cuento con un excelente equipo.  El Teacher se ocupa de la parte física, y aunque ya son varias las carreras de este tipo que preparamos juntos para cada una hay algún cambio.  Esta vez me propone un plan mas variado, con bicicleta en los días de regenerativo e incluso en algún fondo para recuperar más rápido.

Nutricionista se ocupa de que esté bien alimentado, tanto durante el entrenamiento como principalmente durante la carrera.  Y Dientes se ocupa de aguantarme y resolverme los problemas "imposibles" que van apareciendo.

A mí me queda seguir las instrucciones del Teacher, Nutricionista y Dientes (sobre todo), y ocuparme del material.  Además de la comida para toda la semana y de algunos elementos obligatorios, el punto principal a tener en cuenta es el clima.  Frío (temperatura prevista entre 0 y 14º), pero con altas posibilidades de lluvia o vientos fuertes que bajen mucho la sensación térmica.  Esto no es demasiado importante para correr, pero es esencial para los momentos de descanso, donde el cuerpo no genera calor y hay que protegerlo.

Al mismo tiempo tengo que mantener bajo el peso porque toda la semana voy a tener que cargar con la mochila y sé que éste es un factor esencial.  De entrada tomo una decisión muy acertada:  a pesar de que el organizador recomienda una mochila de 32 litros voy a llevar la mía de 20 l que es mucho más liviana.  Y como me enseñó en su momento Híperatleta cuando me aconsejaba para Sables "lo que no entra ahí, no se lleva".

Algo que decido llevar y que nunca antes había hecho es un colchón.  Aunque son casi 400 g llevo el inflable de cuerpo entero y no uno solo para el torso.  No me preocupa la comodidad (ya dormí sin colchón en todas las anteriores) sino el frío que venga del suelo.  Otra vez sería una decisión acertada.

La comida y los carbohidratos en polvo para tomar durante la carrera los pienso reembolsar en bolsas ziploc, pero algunos islandeses insisten en que la aduana los puede confundir con drogas y confiscarlos o incluso arrestarme.  Supongo que los inspectores sabrán distinguir entre el azúcar y la cocaína, pero por las dudas los llevo en los envases originales y los reembolsaré en Islandia.  El problema es que esto no me permite tener certeza de que todo va a entrar en la mochila, así que por las dudas llevo el bolsillo frontal que no pensaba usar pero puede ser necesario.

Como accesorios Dave, el organizador, me aconseja llevar polainas pero no bastones.  Le hago caso en ambas cosas, aunque para mi las polainas tampoco me parecieron imprescindibles.

Por ultimo, esta vez no llevo el localizador satelital porque Dave dice que hay señal de celular en casi todos lados y van a permitir recargar teléfonos.  De esta forma me ahorro tener que llevar cámara de fotos.

Así paso las semanas anteriores a la carrera pesando cada ítem y reflexionando horas sobre asuntos de vida o muerte como si conviene llevar un calzoncillo largo (138g) o uno corto (52).  Dientes me mira con paciencia y de paso me pega el velcro a las zapatillas para las polainas -no sé si para ayudarme o para “irse” con el Poxiran-.



En camino

El viaje es bastante largo.  Salgo un jueves desde Buenos Aires y tardo exactamente 24 horas desde mi departamento hasta el hotel en Reykjavik.  Llevo casi todo lo necesario para la carrera en la mano, la única excepción son los pocos elementos cortantes.  Obviamente la aduana no tiene el más mínimo interés en la comida y suplementos que llevo.  Breve recorrida, elongación, descanso y al otro día la segunda parte del viaje, hasta Akureyri, la ciudad más importante del norte de Islandia, con 18.000 habitantes.

El vuelo es corto, menos de una hora.  Mientras espero la valija alguien me pregunta si voy a la Fire&Ice.  Es Jan, una canadiense que me reconoce por la mochila, aunque se sorprende de que pueda poner todo lo necesario en tan poco espacio.

El punto de encuentro son los apartamentos Salhaus, según Dave a pocos metros del aeropuerto.  Empezamos a caminar y después de 700 m sin novedades paramos un auto para preguntar.  En realidad están muy cerca, pero arriba de una colina.  Por suerte el automovilista se apiada de nosotros y nos lleva.

Los departamentos son modernos y sencillos pero más que suficientes.  Mis compañeros de cuarto son Takao y Yukhi, dos japoneses muy simpáticos.  (Siempre admiro a los japoneses que participan de estas carreras.  En general son los que menos nivel de inglés tienen y no solo les cuesta integrarse a los demás sino también enterarse de cosas básicas de la organización, pero aún así siguen adelante).  Yo no tengo mucho tiempo, tengo que ir al control del equipo, reembolsar la comida y asegurarme de que todo entre en la mochila.

El control es rápido y eficiente.  Conozco personalmente a Dave, como también a algunos miembros del staff y otros corredores.  Me entero de que somos 27 participantes y de que no hay lluvias previstas, al menos los primeros días.  Excelente noticia.

No me lleva mucho tiempo reembolsar la comida y para mi enorme alegría todo entra en la mochila, aunque con algún esfuerzo.  No tengo que llevar el bolsillo extra y el peso total (sin agua) es de 6,5 kg, casi dos kilos menos de lo que había usado para entrenar los últimos días.  Feliz.  A cenar con mis nuevos amigos japoneses y a dormir que mañana viajamos al campamento base.



La previa

El domingo durante el desayuno me reencuentro con Mohamad Ahansal, quíntuple ganador de la Maratón des Sables y que también participa en la carrera.   Dejamos el equipaje en depósito y vamos hacia el campamento base sólo con la mochila y un pequeño "bolso de reserva" con ropa extra de abrigo que la organización retendrá y nos dará solo en caso de que a su juicio el frío sea extraordinario.

El viaje dura unas seis horas.  Los corredores vamos en un micro 4x4 con unos pocos  miembros del staff mientras la mayoría de los demás se adelantó para preparar el campamento y marcar el recorrido.  Sólo la primera hora es por camino asfaltado, después bajamos a un camino de ripio y finalmente a una huella en la ceniza volcánica no muy diferente de los "caminos" que se pueden ver en la frontera de Pinamar, por ejemplo.

Dave nos sigue en una camioneta y en cada parada (para cargar combustible, almorzar, desinflar los neumáticos, etc.) da algunas indicaciones.  En un momento nos dice que en este campamento hay un refugio que podemos utilizar para comer sin molestar a los huéspedes que estén allí, y que esta noche va a haber un casamiento y estamos invitados, aunque obviamente no es obligatorio.

Yo me quedo pensando si entendí bien el fuerte acento escocés de Dave, pero mis vecinos de asiento islandeses Einar y Gilsi -que serían también mis compañeros de carpa- me confirman que es así y que quien se casa es el propio Dave.

Lo que vería esa noche es una de las cosas más bizarras que me tocó en una carrera.  El campamento base está absolutamente en el medio de la nada, excepto por el modesto refugio.  Estamos en Holhraun, un campo de lava en la base del glaciar Vatnajökull en gran parte restos de una enorme erupción del año pasado.  A lo lejos el volcán Askja, humeante.  Y en el medio una planicie enorme de ceniza volcánica y lava. 



A ese ambiente llegan un par de camionetas con gente elegantemente vestida, completamente fuera de lugar, y una sacerdotisa con su sotana negra y cuello de encaje.  De golpe aparecen Jorunn, la novia, y Dave con un kilt escocés y una rosa roja en el ojal.  Después de la ceremonia nos invitan a unos canapés de salmón, torta y brindis con champagne dentro del refugio.


¡Es gatoréi!

Las carpas son mucho mejor de lo que esperaba.  Somos tres corredores en cada una, pero según los estándares de Mybaby podría entrar el equipo de Los Pumas con suplentes incluidos.  En la zona de dormir entran cinco colchones y hay otra zona igual de grande, con piso, para dejar las mochilas.  En la parte más alta podemos estar parados.  El único problema es que mis compañeros se empecinan en que hay que dormir con a cabeza en la zona más baja.  Trato de explicarles que ya cometí esa estupidez pero insisten y decido que es mejor mantener la armonía contra dos vikingos. 

Cenamos y a las 20:30 es el briefing.  Dave -esta vez sin kilt y con ropas adecuadas a la situación- nos tira la bomba, el "unknown unknown" para mí:  la etapa larga que estaba prevista para el cuarto día se anticipa al primer día.  Mientras explica que se vio obligado a hacer esto porque le prohibieron utilizar un sitio de campamento que había usado en años anteriores debido a que en esa zona hay algunas flores en peligro de extinción y por lo tanto prácticamente unió las etapas 1 y 2 en un solo día, trato de repasar mentalmente las consecuencias.  En principio lo veo un cambio menor, aunque no me gusta la idea de hacer la etapa larga con la mochila en su máximo peso -para el cuarto día ya tendría por lo menos 2 kg de comida menos-.   Cuando lo comento, Einar me responde:  "Es verdad, pero tenemos la ventaja de estar más frescos".  Sólo 48 hs. más tarde me daría cuenta de que para mi no era una ventaja sino todo lo contrario.



Primera etapa:  Cuesta abajo

Siento que no duermo bien.  Evidentemente la ansiedad influye.  Pero por otro lado me siento descansado.  Me despierto con tiempo, termino de acomodar la mochila, desayuno, los saludos rituales con los demás corredores y estamos listos.  Son 66 km, la primera mitad por un "camino" con un leve desnivel en bajada, y la segunda por un campo de ceniza volcánica.  El clima esta ideal para correr, frío y seco.  Aunque el cielo cubierto hace que el paisaje se destaque menos y luzca más monótono.

¡Largamos!  Trato de mantener un ritmo tranquilo, pero a los pocos metros estoy primero.  Me doy cuenta de que todos tienen que ir acomodándose y de hecho enseguida me pasan primero el francés Franck, después Takao y sólo después de un par de kilómetros Mohamad, al que le pregunto en broma “¿dónde estabas?”

Pero para mi sorpresa nadie más me pasa, y lo que es más sorprendente tampoco se alejan los que van adelante.  A pesar de que trato de no forzar, el desnivel me hace ir suelto y rápido.  Primero alcanzo a Takao, después a Franck y por último a Mohamad, al que le pregunto cómo anda de sus rodillas.  "Maso" me responde con la mano sin abrir la boca.  Es el km 5 y ¡estoy puntero!  Nunca me había pasado una cosa así.  Estoy contento y asustado al mismo tiempo.  Si bien el único verdadero atleta de elite es Mohamad, entre los demás hay varios con antecedentes bien superiores a los míos (campeonato mundial de trail, The Outback, etc.).



Trato de seguir relajado pero no me animo a mirar para atrás.  En varias ocasiones me parece que alguien se está acercando, pero son mis propios pasos que se destacan en el enorme silencio.  Llego al primer puesto de control (km 17) todavía puntero.  "¿Todo bien?", me preguntan.  "Excelente", respondo y vuelvo a salir después de llenar las caramañolas.
 Irresponsable alegría…

En el km 23 finalmente me pasa Mohamad.  Lo saludo mientras me digo "Se acabaron tus 5 minutos de fama, era obvio que tenía que pasar".  Pero para seguir con las sorpresas veo que no se aleja.  Después de sacarme unos 500 m de ventaja sigue a esa distancia, a pesar de que el terreno ahora es más ondulado y yo camino en las subidas, por suaves que sean.

Cuando llego al segundo puesto de control (km 33) Mohamad está ahí.  Me mira con cara de preocupación y me señala sus rodillas.  "A veces van, a veces no", me dice, "voy a esperar a que se aflojen".

Salgo del puesto de control ¡otra vez primero!  Mi cabeza no para de dar vueltas
-virtualmente, porque sigo sin querer mirar para atrás-.  Trato de conservar piernas porque el terreno se pone cada vez más blando.  En el km 38 me pasa Franck.  "Tenía que ser así", pienso.

Lentamente empiezo a sentir las piernas más pesadas.  Recuerdo las palabras de Correcaminos ("cuando sufras, acordate de que los demás están igual"), pero no puedo dejar de preguntarme si no habré exagerado al principio.  Llego al tercer y último puesto de control (km 50) y me alcanza Adam, uno de los estadounidenses.

 …y pagando las consecuencias

El último tramo es de ceniza volcánica compacta.  Es como andar sobre un colchón, generalmente bastante rígido, pero donde a veces el pie puede hundirse hasta el tobillo.  Además está salpicado por pedazos de lava de todos los tamaños. De cualquier modo mis piernas ya pesan toneladas y me cuesta hasta mantener un paso vivo.  A esta altura empiezan a pasarme varios corredores. 

Finalmente llego séptimo en 7 hs 45 minutos.  Más que contento con el resultado, aunque no con el desarrollo.  Ahora a alimentarse y descansar mientras esperamos a los demás para felicitarlos.



Segunda etapa:  el volcán

El segundo día arranca con una mala noticia:  Danielle, que ayer se había caído y tenía un golpe muy feo en la pierna, tiene fractura de tibia.  Está internada en Akureyri.

Mientras desayunamos Franck me pregunta si me levanté a ver la Aurora Boreal.  Me explica que Dave pasó por las carpas avisando para que saliéramos.  Ni lo escuché, por suerte dormí profundamente.

Hoy son 35 km, una de las etapas más cortas.  Siento los cuádriceps cargados pero sobre todo me duelen las rodillas.  Tengo curiosidad por saber cómo reaccionarán las piernas una vez que empiece a moverme. 

¡Largamos!  Salgo despacio, un poco por la experiencia de ayer pero sobre todo por obligación.  A pesar de que el terreno otra vez es en leve bajada me duelen mucho los cuádriceps y las rodillas.  Hago un esfuerzo para seguir trotando hasta que termine la bajada.  En el km 6 empezamos a subir y trato de mantener el paso vivo pero después se hace imposible porque es un terreno de grandes rocas más para trepar que para caminar.  Al llegar a una meseta tenemos a la derecha una laguna y enfrente el volcán humeante. 

El espectáculo es muy lindo, pero el terreno no tanto.  Otra vez la ceniza volcánica, esponjosa, a veces con bloques de piedras, a veces no.  No puedo correr, los cuádriceps ya están bien pero las rodillas siguen molestando, así que mantengo el paso vivo lo más fuerte que puedo.  Estoy con un humor de perros, me molesta la mochila -que ayer había estado perfecta-, cualquier cosa me pone incómodo.

A medida que nos alejamos del volcán la ceniza se hace más fina, como arena.  De vez en cuando cruzo algunos turistas en sus 4x4 que me saludan.  De pronto, a lo lejos veo una camioneta que se para en el “camino” –en realidad una simple huella marcada sobre la ceniza fina, como si fuera en una playa-.  Veo una persona que se baja y empieza a rastrillar la arena.  Supongo que será uno de nuestros fotógrafos que quiere alisar el terreno para poner un trípode, o algo por el estilo, pero no:  es una guardaparques que está borrando la huella de un auto que salió de la huella principal para que nadie la siga  y “marque” un camino alternativo!





Empieza a soplar un viento cada más fuerte que levanta la ceniza y me pregunto si será sano respirar eso.  Mejor no analizar y seguir adelante a ver si alcanzo a Liz y Garrard.

Los paso y llego undécimo en 5 horas exactas para los 35 km.  No estoy contento.  Felicito a los que llegaron antes, me cambio, almuerzo y me voy a un arroyo cercano a regenerar las piernas.  Short, campera y una botella con agua caliente en el pecho para mantener la temperatura.  Aguanto sesiones de un minuto, o menos.  Como es poco profundo tengo que ponerme de rodillas para mojar las ídem.  Siento que funciona, eso me levanta un poco el ánimo.

Durante la cena, Einar no me ve del todo contento y me alienta:  "En estas carreras todos tenemos un día malo, hoy fue el tuyo."  Ojalá que tenga razón.



Tercera etapa:  Campos de lava

Me siento mucho mejor.  Hoy son 43 km, al principio sobre ceniza y después sobre un campo de lava rodeando la montaña Herdubreid o “la reina”, como la llaman los islandeses por su parecido con una corona.  En estos lugares se filmó “Alien” por la geografía “extraterrestre”.  Troto unos metros antes de largar para ver cómo reaccionan las rodillas y parecen no tener problemas.

"La reina

Hay mucha neblina, pero Dave nos dice que más adelante vamos a tener sol.  Largamos y conscientemente trato de no apurar el paso.  Me esfuerzo por no superar a Franck, vamos a 6’15” – 6’30”/km.  Voy tan cerca de él que tengo que tener cuidado de no llevármelo por delante.  En el km 10 evidentemente se cansa de la situación y simula un problema con la mochila para dejarme ir.  Lo paso, pero ya tengo incorporado el ritmo y no me apuro.





El terreno se pone cada vez más difícil pero sigo con las buenas sensaciones.  Corro casi todo el tiempo excepto cuando hay mucha pendiente o el terreno es muy blando.  Cada vez hay menos ceniza y más lava.  Estamos rodeando la base de “la reina”.  A un cierto punto la dejamos a la espalda y el campo de lava se pone cada vez más difícil.  Acá sí camino porque el terreno es peligroso.

A lo lejos veo un techo rojo y espero que sea el refugio del campamento.  Pero no quiero ilusionarme, hasta que no vea las carpas no lo creo.  Finalmente aparecen y me relajo.  5 hs 29’, noveno.  Pero sobre todo contento por como se desarrolló el día.



Cuarta etapa:  Los ríos

Dave nos dice que la cuarta etapa es “para corredores”.  Un eufemismo para decir que son 41 km chatos y aburridos, todos por caminos.  Lo único interesante son dos cruces de ríos, por lo que decido salir sin las calzas largas para no mojarlas.

A refrescarse!!!

Amanezco con un dolor nuevo:  las caderas, especialmente la izquierda.  Hago un esfuerzo, pero puedo correr solo hasta el km 14.  Después es paso vivo.

mientras podía

Son 5 hs 24’, otra vez undécimo, pero el cuerpo no podía más.  Estoy pagando la exageración del primer día.

El campamento es el peor de toda la carrera.  En el medio de la nada, sin ningún tipo de apoyo o refugio.  Para colmo, apenas llego se levanta un viento tremendo y empieza a lloviznar.  Decido comer antes de cambiarme, lo que es un grave error porque me enfrío mucho.  Paso una de la peores noches, con mucho frío –a pesar de que duermo con la campera de plumas puesta dentro de la bolsa de dormir-, congestionado, con tos y supongo que con algo de fiebre.



Quinto día:  Los baños

Me despierto todavía congestionado y veo que el colchón está un poco desinflado.  Evidentemente eso contribuyó al frío.  ¿Es posible que haya sido tan tonto de no cerrar bien la válvula?  No hay tiempo para controlar, a desayunar y preparar las cosas para salir.

Me duele muchísimo la cadera, pero igual intento trotar.  Hasta que en el km 4 siento un “crack”.  “O se rompió o se destrabó”, me digo.  Ninguna de las dos cosas, porque el dolor aumenta pero puedo seguir caminando.  Trato de concentrarme lo más posible para no perder el ritmo.

El terreno de hoy es de lo más variado.  Arrancamos con la ceniza volcánica, después pasamos a una zona que llaman “Pequeño Sahara”, donde hay arena con matorrales y alguna pequeña duna, cruzamos algunos arroyos, y finalmente pasamos entre matorrales para terminar a los pies de una iglesia.



34 km en 4 hs 47’, otra vez undécimo.  Caigo dos puestos en la general y quedo noveno, más no puedo hacer si no puedo correr.

Cuando llego me ofrecen ir a la iglesia donde hay café y bebidas, pero prefiero ir directamente al campamento.  Esta vez el campamento no está inmediatamente en la llegada sino que nos trasladan en las camionetas porque tenemos un premio:  ¡vamos a una laguna termal!



Pero no sería todo color de rosa.  Cuando inflo el colchón me doy cuenta de que está pinchado.  Ya estoy resignado a pasar otra noche de frío cuando Gilsi decide ayudarme a buscar la pinchadura.  Y para mi enorme sorpresa después de casi dos horas de buscar la pérdida con la mano, con el ojo -para sentir el aire- y haciendo pequeños pozos de agua en el colchón, ¡la encuentra!  Por suerte yo tengo parches así que una vez encontrada la pinchadura, problema resuelto y noche a salvo.

Otra vez hay un viento terrible así que les digo a los vikingos que esta vez vamos a dormir como corresponde:  con los pies en la parte más baja.  Aceptan mi sugerencia y duermo como un angelito, sin nada de frío a pesar de que se larga una tormenta torrencial.



Sexta etapa:  el final

A la mañana el viento se hace cada vez más fuerte y escucho unos golpes en la carpa, hasta que alguien del staff nos dice “Muchachos, ¿saben que se les está derrumbando la carpa?”  “Arreglala”, le respondemos a coro desde adentro.  “Estoy tratando, pero no sé cuánto va a aguantar, vamos al refugio”, nos dice.  En ese momento, yo -medio dormido y con las neuronas acabadas por el desgaste- en lugar de recoger todo y salir corriendo me dedico lentamente a cambiarme de ropa, ordenar la mochila y asegurarme de que cada cosa esté en su lugar.  Más tarde recordaría la escena y me sentiría como uno de los músicos del Titanic.

La lluvia para justo antes de la largada, pero yo salgo igual con todo el equipo impermeable porque hoy no puedo hacer otra cosa que caminar.  Son 26 km y hay un desafío especial.  Nick, uno de los ingleses, está 46 minutos atrás mío en la general.  No es descabellado que los recupere si él corre y yo camino, así que voy a tener que mantener el paso vivo lo más vivo posible. 

Al principio el recorrido parece tan aburrido como el cuarto día.  Pero hacia el final empezamos a subir una cuesta muy empinada y cuando llegamos arriba estamos en el cráter de un volcán de más de un kilómetro de diámetro.



La vista es espectacular, pero hay un viento tremendo:  por momentos tengo que correr con el cuerpo completamente inclinado hacia un costado para mantener el equilibrio.

Después de rodearlo casi todo bajamos y poco más adelante está la llegada.  Mohamad me acerca la bandera para que la lleve los último metros.  A pesar de los dolores no puedo terminar caminando así que me esfuerzo para que me salga un trote lento.




Nick no pudo superarme, noveno en la general con 31 horas 41 minutos.  ¡Otra más adentro!  Listo para pensar en la próxima.