jueves, 26 de abril de 2012

Atacama Crossing 2012

Atacama Crossing 2012
Lluvia en el desierto más seco del mundo



Los preparativos

“Nunca segundas partes fueron buenas.”  Ese pensamiento estuvo presente desde el momento en que me inscribí para el Atacama Crossing.  En rigor no era la segunda parte de nada, pero el parecido con Sables en cuanto a la distancia, formato y terreno hacía que pareciera un bis.  Otra vez 250 km, otra vez siete días, otra vez desierto y otra vez autosuficiencia.

El pensamiento no me había venido espontáneamente.  Me quedó grabado durante una conversación con Pablo Segura, un excelente corredor español, después de una de las duras etapas de Sables.  “¿Qué tal?,” fue mi frase casi de rutina que al mismo tiempo era una pregunta sobre la última etapa y sobre su estado general, y principalmente una forma de empezar una conversación para intercambiar experiencias.  “Bien, pero no debería haber venido,” contestó sorprendiéndome.  “Es el segundo año, subestimé la carrera, no entrené lo suficiente y ahora estoy sufriendo demasiado.”

Ese pensamiento me quedó grabado.  Siempre después de una carrera los corredores minimizamos los momentos duros y privilegiamos las alegrías.  En retrospectiva parece fácil, o por lo menos, menos difícil.  El riesgo de inconscientemente no enfocar la preparación con la misma minuciosidad me pareció concreto.

Por eso traté de ser todavía más cuidadoso con la preparación de lo que fui para Sables.  En Sables me había ido muy bien, el único punto negativo fue la mala asimilación de la comida durante la etapa larga, así que en el fondo decidí corregir este punto y repetir prácticamente todo el resto.  Sin darme cuenta, estaba cometiendo un error de subestimación, pero recién lo sabría durante la carrera.

En la parte física, el Teacher me dio un plan muy similar al que había funcionado tan bien para Sables y yo lo ejecuté al pie de la letra.  Costó, pero salió y valió la pena.

En la nutrición, Nutricionista afinó varios puntos:  me hizo comer en los entrenamientos lo mismo que comería en la carrera para acostumbrar el estómago.  La comida completa de la etapa larga la cambiamos por una porción de granola, más fácil de digerir durante el esfuerzo.  El resto igual:  granola para el desayuno, dos comidas liofilizadas para cada día y suplementos durante la carrera.

La logística fue una repetición del año anterior.  No pude conversar con nadie que hubiera hecho la carrera para que me comentara sus experiencias (a diferencia de Sables, donde recibí utilísimos comentarios de muchos corredores).  Conocía a una sola persona que la había hecho, pero por distintos motivos no pudimos ponernos en contacto.  Honestamente tampoco me esforcé demasiado, ni tampoco hice ningún intento por contactar a corredores desconocidos, pero que seguramente habrían estado gustosos de compartir su experiencia.  La subestimación inconsciente estaba funcionando.

Durante la preparación empiezan a aparecer algunas señales.  Lo físico cuesta, pero el cuerpo lo absorbe bien.  Le robo horas al trabajo, al sueño y a la vida social pero cumplo con el plan.  Sé que no estoy elongando lo suficiente, pero eso es un defecto congénito, no subestimación del desafío.

En la nutrición, los “ensayos” durante los entrenamientos cumplen su cometido:  al principio el estómago no quiere trabajar tanto durante el esfuerzo, pero de a poco se va acostumbrando y deja de quejarse.

Es en la logística donde se ven algunas “grietas”.  Primero, las polainas.  Decido comprar unas nuevas y veo que Raidlight lanzó un nuevo modelo “desert” color blanco.  Me parece una excelente idea que sean blancas porque absorben menos el calor y decido comprar esas en lugar del modelo común, ya conocido.  Además, son más livianas, así que ni lo pienso.  Pero cuando llegan veo que son de una tela extremadamente delgada y parecen muy frágiles.  Dudo, pero al final pienso que “si las hacen estos tipos que son expertos en el desierto, deben estar bien.”  Seguimos subestimando.

Después, la mochila.  Es la misma que había llevado a Sables y que tiene la medida ideal, además de ser extremadamente liviana y adaptarse perfectamente al cuerpo.  Pero tiene un defecto, que Híperatleta me había advertido y yo desconsideré:  es una mochila para una sola carrera.  Yo la había traído “entera” de Sables y ni pensé en cambiarla.  Pero al volver de uno de los últimos entrenamientos sin querer veo que tiene varias costuras abiertas.  Me preocupo en serio.  La pesadilla de que se rompa durante la carrera y no pueda seguir me atormenta, y no tengo tiempo para comprar otra. Dientes se apiada de mí y la repara minuciosamente para que sobreviva por lo menos hasta el final de la carrera.

Pero lo más extraño llega diez días antes de la largada, cuando ya prácticamente había terminado el entrenamiento y estaba de viaje.  Recibo un mail de la organización que dice literalmente:  “Atacama, el desierto más seco del mundo donde no ha llovido por cientos de años, ha sufrido una serie de lluvias extraordinarias en las últimas dos semanas. (…) Como el suelo del desierto es extremadamente seco, le cuesta absorber el agua por lo que se han desbordado algunos ríos e inundado áreas de la carrera.  (…)  Vamos a hacer lo posible por aislar el piso de las carpas, pero es probable que esté húmedo. (…) Es importante estar preparados para lo peor.”

Este panorama no me resulta nada alentador, por decirlo suavemente.  Primero por lo desconocido.  No es que me preocupe la lluvia en sí.  De hecho, la prefiero mil veces al calor.  Pero en una carrera de este tipo es fundamental estar preparado mentalmente, y yo creía haberme imaginado todos los problemas que me podían aparecer, y pensado formas de superarlos.  Pero nunca pensé en la lluvia.

De todos modos, no puedo hacer mucho.  Lo único que me preocupa seriamente es que no se moje la bolsa de dormir.  El resto del equipo va en bolsas ziplok, por lo que aunque se moje la mochila no le va a pasar nada.  Además, por la experiencia de Sables, no llevo ningún tipo de colchón o aislante para el piso y ahora es demasiado tarde para cambiar de idea.

Finalmente agrego sólo dos cosas al equipo: un par de bolsas tipo consorcio para aislar la mochila en caso de lluvia, y mis preocupaciones.



La previa

El viernes 2 de marzo viajo a San Pedro de Atacama.  Obviamente voy con las zapatillas puestas y el resto del equipo como equipaje de mano .  Estoy ansioso por el temor a que la sanidad de Chile me impida entrar con la comida liofilizada, pero por suerte paso los controles sin problemas.

A pesar de que la distancia no es enorme, el viaje es largo.  De Buenos Aires a Santiago, de ahí a Calama, y de Calama a San Pedro de Atacama más de una hora en una camioneta.  En la camioneta van varios corredores, me pongo a charlar con un japonés que naturalmente está mucho más cansado que yo por el viaje.

San Pedro es un lugar encantador, todo color arena.  Calles, veredas y edificios, viejos y modernos.  Pero yo estoy para otra cosa, ya habrá tiempo de pasear.  Lo único que veo del pueblo es desde la ventanilla de la camioneta.  Llego al hotel justo para la cena y a dormir.

El sábado por la mañana es el control del equipo y a las 15.00 ya dejamos en el hotel todo lo que no sea estrictamente para la carrera y nos vamos al primer campamento.

Ya al llegar hay señales de tormenta.  Un grupo de llamas viene a darnos la bienvenida, mientras vemos rayos y oímos truenos por todos lados, pero la lluvia espera hasta que estemos instalados en la carpa. Por suerte me toca un grupo fantástico:  dos cordobeses, un mejicano, dos brasileños, un chileno y tres españoles, uno de los cuales me reconoce de Sables.  El clima es muy distendido y enseguida empiezan las bromas.  Vicente,  el español que me conocía, se cambia de ropa y Jacquie, la brasileña, aprovecha para sacarle una foto del culo.

Las carpas son mucho más cómodas que las de Sables.  Verdaderas carpas con cuatro paredes, y lo suficientemente altas como para poder pararse en el centro.  Pero no tienen doble techo y me aterroriza el hecho de que se empiecen a formar goteras.  Por suerte la organización está muy atenta y empieza a colocar dobles techos de nylon.

Para seguir con las sorpresas vienen a decirnos que estemos preparados para evacuar el lugar porque la tormenta eléctrica se está acercando y como las carpas tienen soportes metálicos pueden atraer los rayos.  Así que es posible que tengamos que salir corriendo hacia un lugar más seguro y esperar  a que pase la tormenta bajo la lluvia.  Empiezo a preguntarme si no estaré en la carrera equivocada.

Por suerte es una falsa alarma y la tormenta pasa.  Pero al salir vemos al personal de la organización construyendo un “dique” para detener un caudal de agua que viene avanzando sobre las carpas.  Dantesco.

Finalmente ninguna de las graves amenazas se concreta y podemos cenar e irnos a dormir tranquilos.  El suelo transmite frío por la humedad y mi único “aislante” es la bolsa de residuos, que pese a todo cumple bien su cometido.  No paso frío y puedo dormir decentemente.









Navegando entre las rocas

Llega el gran día.  Desayuno, acomodo las cosas y empiezo a prepararme.  Hoy son 33 km con poca arena y mayormente en bajada.  Estamos a 3.200 m y vamos a terminar a 2.600 m.

En lo que sería una constante todos los días, nos dicen que hubo que hacer pequeñas modificaciones en el circuito a causa de la lluvia, por ejemplo que al largar hay que AC12-165.JPGdoblar inmediatamente a la izquierda para evitar una zona inundada.  Al final de la charla un miembro del equipo japonés da su himno de largada con ropas típicas.

¡Largamos!  Como siempre trato de mantener un ritmo sólido, pero parejo.  Al principio veo que me quedo un poco atrás pero no me preocupa.  La etapa es larga y la carrera mucho más.

El terreno es de arena compacta, con muchas piedras sueltas y algunos arbustos, duros y secos.  A los 20’ de carrera sin querer rozo uno de estos arbustos con el pie, me engancho y me caigo.  No me pasa nada, pero cuando me levanto me quiero morir:  la polaina izquierda está completamente rasgada.  No sirve para nada.

Un poco más adelante me alcanza Cristian, uno de los cordobeses, y Jacquie.  Vamos casi juntos por un buen tramo, pasándonos uno al otro, pero sobre todo pasando a otros corredores de a poco.  En un momento Jacquie me pasa muy rápido y se para de golpe 200 m más adelante para orinar.  Pienso en sacarle una foto para dársela a Vicente pero no tengo ganas de parar.

Después del primer puesto de control el terreno se pone más interesante.  Entramos en un cañón color cobre y corremos por lo que parece el lecho de un río seco.  El calor empieza a hacerse sentir.  Después del segundo puesto de control el camino se hace cuesta arriba, muy suave pero constante.  Trato de correrlo todo, pero llega un momento en que tengo que alternar dos minutos de trote por uno de caminata.  El estómago se queja un poco (supongo que el calor lo hace trabajar demasiado), pero nada del otro mundo.  Voy contando mentalmente las calorías ingeridas, me alegra ver que el plan se está cumpliendo a rajatabla.

La última parte es por un camino de tierra.  Esto me desilusiona un poco ya que le saca algo de “aventura” a la carrera.  Pero es lo que hay.  Finalmente cruzo el arco en 3 hs. 54’ para 31,5 km según el Garmin.  En la llegada me dicen que soy el 31º, algo más atrás de lo que esperaba.

Al llegar a la carpa me encuentro con Vicente y David, los dos españoles, Jason, el brasileño, y Sergio, el chileno.  Vicente llegó primero y David tercero.  Están todos muy contentos.  Ahí me entero que hice exactamente un 50% más de tiempo que Vicente, lo que me pone de excelente humor a mí también.

Comemos, nos lavamos un poco y vamos esperando a los demás.  Otra vez vuelve la tormenta pero esta vez lo que domina es el viento:  tenemos que “asegurar” la carpa con piedras porque un par de carpas de la organización salieron volando.  Por suerte también conseguimos nylon para hacer un buen sobretecho porque aparentemente vuelve la lluvia.

Una de las cosas más molestas, tal vez por lo inesperado, es la cantidad de moscas.  Que el calor fuera agobiante, tanto dentro como fuera de la carpa, era sabido.  Y la lluvia es una sorpresa positiva y refrescante, en la medida que no moje el equipo.  Pero las moscas no se me habían cruzado por la cabeza, y ahora no puedo sacármelas de encima.  Además, como estamos sucios y seguramente la ropa tiene restos de alguna bebida o gel nos persiguen a todos lados.

Mi ocupación fundamental esta tarde es tratar de reparar la polaina, ya que mañana va a haber bastante arena.  La “reconstruyo” como puedo con cinta hipoalergénica (a falta de un material mejor) y ruego que se mantenga.



Los estrechos cañones

El lunes en la charla previa nos dicen que el circuito tuvo que ser alterado a causa de las lluvias.  No vamos a poder pasar por el túnel inca ni cruzar el valle de la muerte, sino que lo vamos a ver de lejos.  Al rato recibimos otra mala noticia:  Guillermo, el mejicano, abandona porque tiene dolores muy fuertes en los pies.

Largamos y a los pocos kilómetros empezamos a bordear un río con unas piedras bastante grandes.  Voy con mucho cuidado para no torcerme un pie, a pesar de que me pasan bastantes corredores.  Además, tenemos que cruzar el río una y otra vez por lo que trato de que no se mojen mucho las zapatillas.  Iluso.  Más adelante tendré el agua hasta la rodilla.  Miro mi polaina y está otra vez desarmada:  lógico, la cinta con la que la arreglé era de papel y no resistió al agua.

Dejamos el río atrás y empiezan unas cuantas dunas y luego un camino en subida donde puedo ir bastante rápido y superar a algunos.  Dentro de todo, al estar mojadas las zapatillas entra menos arena.  Hasta que llegamos a la “cima” y tenemos que bajar por una duna muy empinada.  Es muy divertido, pero no hay forma de evitar que las zapatillas tengan toneladas de arena.  Un poco más adelante está el segundo puesto de control y tengo que parar a sacarme la arena.

Pero la bronca de la polaina se ve que me hizo bien.  El terreno es sólido y bastante llano y me siento bien para correr.  Voy pasando a varios corredores.  Me sorprendo al alcanzar a Sergio, que viene caminando.  Me dice que tiene un problema estomacal, nada serio, pero se quedó sin fuerzas.  Lo dejo y trato de seguir aprovechando mi buen momento.

Pero a los pocos kilómetros viene otra sorpresa.  Volvemos a cruzar un río con agua hasta la rodilla y dudo unos momentos porque no encuentro marcas.  Y cuando las encuentro viene la parte complicada:  el terreno.  Se hace blando, algo que yo nunca había visto:  a simple vista parece sólido aunque bastante irregular, con picos como una torta de merengue.  Y al pisarlo parece exactamente eso:  merengue.  Se “rompe” la capa superior y el pie se hunde en un material blanduzco que no llega a ser barro, porque no es húmedo.  Para completarlo, la consistencia también es muy irregular, con sectores completamente sólidos y otros donde la pierna se hunde casi hasta la rodilla.  E imposible de distinguir antes de apoyar el pie, por lo menos para mí.

Así que no queda más remedio que caminar con cuidado.  Me siento muy frustrado porque estoy con energía, pero no hay nada que hacer.  Paciencia.

Los últimos cuatro kilómetros son por un camino de tierra así que puedo volver a correr.  Paso a alguno que otro y al final llego 27º, mucho mejor de lo que pensaba.  Fueron 4hs. 59’ para 36 km según el Garmin.

En la carpa ya están Vicente (otra vez primero) y David (segundo).  Estamos al lado de la laguna Cejar, una laguna muy salada donde es imposible hundirse y se pueden ver algunos de los famosos flamencos rosas (para ser honesto, yo vi solo tres, muy de lejos).  Nosotros no podemos entrar a la laguna porque no tendríamos cómo sacarnos la sal de encima, pero hay varios turistas bañándose lo que, otra vez, no nos hace sentir tan “perdidos” en el desierto y le saca un poco de aventura.



El sendero de los Atacameños

El martes decido salir sin polainas.  En realidad, más que decidir me resigno.  Están demasiado rotas y además se me despegó buena parte del velcro de las zapatillas.  Otra subestimación por no haberme preocupado en informarme mejor:  aunque la mayoría recomienda coserlo, como a mí me había ido bien en Sables con el velcro pegado, hice lo mismo acá.  Pero no tuve en cuenta (porque no me preocupé en averiguarlo) que hundir las zapatillas en la tierra salada corroe todo lo posible.  Y así me quedé sin velcro y sin polainas.

El principio de las carrera es otra vez por el salar, o sea el “merengue”, pero está vez con arbustos altos hasta la cintura.  Es una situación muy cómica:  todos caminamos levantando mucho las piernas y hundiéndonos en el barro.  Vamos tan lentos que no nos separamos y por cuatro o cinco kilómetros tengo a los líderes a menos de 100 m.  Esta vez no me siento frustrado por el terreno.  Al contrario, pienso que el comenzar lento me ayuda porque entro suavemente en calor sin perder posiciones y luego voy a correr mejor.

Cuando termina el salar viene una parte llana donde se puede correr y la disfruto.  Me siento bien.  Pero ahí otra vez la sorpresa:  el merengue.  Otros 10 km más o menos.  No hay nada que hacer:  chapotear en el barro.  Inclusive mientras voy “corriendo” me cruzo con alguien de la organización que vino en moto y se enterró.  Obvio que ni le pregunto si necesita algo.  Un par de kilómetros más adelante me cruzo a otros dos que vienen a pie trayendo agua para los más necesitados.  Admirable.

Llego al último puesto de control y empiezan las dunas.  Me obligan a llevar 2,5l de agua, lo que me parece lógico porque el calor se hace sentir.  Me siento bien y trato de mantener un buen ritmo, pero se me llenan las zapatillas de arena y tengo que parar a cada rato a vaciarlas.  Paso gente cuando corro y me vuelven a pasar cuando paro.  Así por varios kilómetros, frustrante.  En el tramo final veo un río abajo y pienso en sacarme las zapatillas justo antes de cruzarlo.  Pero el sendero es tan angosto y tengo gente tan pegada atrás que no puedo pararme.  Tengo que cruzar el río con las zapatillas llenas de arena (una tonelada cada una) y sacármelas del otro lado mientras veo como me pasan.  Finalmente los vuelvo a alcanzar.  Los últimos metros son de una subida muy empinada y los hacemos juntos con el único al que no pude volver a pasar.

En conclusión fueron 40 km en 6 hs. 29’.  Creo que llegue 28º en la etapa, no está mal, y sobre todo mi tiempo fue solamente un 31% arriba del ganador, otra vez Vicente.  Muchos dicen que esta es la etapa más dura.  Para mí más que dura fue pesada, porque hubo pocas oportunidades para correr.



Las infames salinas

El miércoles no empieza muy bien.  Los primeros 15 km son de pura arena y yo sin polainas sufro mucho.  Tengo que pararme infinidad de veces a sacarme la arena.  Alrededor del kilómetro 5 empiezo a sentir como si tuviera una piedrita en la zapatilla izquierda.  Trato de sacármela mientras corro pero no puedo.  Al final paro, me saco la zapatilla y la media y veo que tengo una ampolla de unos 2 cm de diámetro.  Creo que es mejor curarla antes de que se ponga peor, así que saco el “kit de ampollas” (suerte que era obligatorio, si no no lo hubiera traído para ahorrar peso), me limpio con alcohol en gel y me ponga una curita especial.  A partir de ahí siento alguna molestia pero puedo seguir sin problemas.

Obviamente me pasan muchos, pero no puedo hacer nada.  Recupero algo, paro a sacarme la arena y me vuelven a pasar.  Igual, recupero bastante.  A partir del kilómetro 15 el terreno se pone más duro, se puede correr en un 80% y recupero un poco más.  En el kilómetro 22 hay un puesto de control y desde ahí supuestamente otros 17 km de salar, o sea “merengue”.  Pero por suerte esta vez estaba bastante duro y se podía trotar, aunque con cuidado para no torcerse un pie.  Al final son 39 km en 5 hs. 52’ y llego 28º levantando los brazos con otro Roberto, Rivola, un suizo-italiano simpatiquísimo.



Hoy el campamento está al lado de dos “piletas” naturales, por suerte de agua dulce, así que podemos entrar y sacarnos un poco de la suciedad.  Me meto como estoy, con ropa y zapatillas para que todo se limpie un poco.  La sensación de frescura es impagable, pero el agua está bastante estancada, así que cambio el olor a transpiración por olor a podrido.  Por suerte, todavía no se pueden poner olores en los relatos, no sabe lo que se pierde querido lector.


Cuando me saco las zapatillas y las medias la curita que me había puesto estaba en cualquier lado y tengo una llaga enorme en toda la parte posterior del talón.  Voy a la enfermería y me cubren con una especie de curita de gel para sellarla.  La verdad molesta mucho más ahora que estoy parado que cuando corría.


El terreno donde está el campamento es particularmente irregular, y veo que se me va a complicar dormir sin colchoneta.  Por suerte, Cristian y Ricardo están de acuerdo y se demuestran maestros en alisarlo.  Primero Cristian con un martillo, y después Ricardo con la pala dejan el terreno como para sembrar soja.







La marcha larga

El jueves es sin duda el día más importante.  Primero por la distancia:  80 km.  Segundo porque prácticamente es la última etapa:  luego viene un día de descanso (si uno consigue acabar la etapa en un día) y el sábado son menos de 20 km, lo que a toda lógica no puede ser un problema.  Además, a mí nunca me ha ido bien en los “ultras” (más de 42 km seguidos) y esta etapa la tomo como una revancha.  Fue la que preparé más cuidadosamente.

En la charla previa nos dicen que la distancia se redujo a 74 km a causa de los problemas de la lluvia y que el terreno es bastante sencillo, con alguna duna larga empinada, pero no grandes dificultades.  Mejor, porque hoy es esencial conservar energía.  Mi atención pasa por dos puntos:  1) administrar bien la energía, no exagerar con el ritmo; y 2) mantenerme bien alimentado con productos que sean “suaves” para el estómago.  A último momento se me agregó el problema de la ampolla, pero sinceramente con la zapatilla bien ajustada no me molesta.

Los primeros 30 km son corribles, con piso duro y pocos desniveles.  Me mantengo a un ritmo tranquilo. Calculo que voy entre los 35 primeros, lo que me parece razonable porque siempre recupero al final y espero hacerlo más en esta etapa larga.  Incluso algunas referencias me dicen que el ritmo es el correcto:  recién en el kilómetro 25 alcanzo a Ricardo que generalmente termina atrás mío.

En el kilómetro 30 hay un puesto de control y ahí cambia el terreno.  Primero un salar, pero esta vez duro.  Trato de seguir corriendo porque no estoy para nada cansado pero el terreno me parece complicado y no quiero torcerme un pie.  Curiosamente la ampolla me empieza a molestar cuando camino:  trato de reconfortarme pensando que debe ser porque al correr apoyo más la parte anterior del pie.  Aprovecho también para hacer cuentas sobre la alimentación y veo que todo está bajo control.

Unos 7/8 km más adelante aparece la famosa duna.  Es realmente empinada, tanto que hay huellas de algunos que la han hecho zigzagueando.  Después de la duna viene otro salar bastante duro, es imposible correr pero el paisaje es realmente lindo, casi lunar.  Otra duna en bajada y un puesto de control.

No me preocupa haber caminado estos 15 km.  Pienso que en algún momento tenía que descansar y mejor haberlo hecho en este terreno casi imposible de correr.  Además, no pierdo ninguna posición.

En el puesto de control del kilómetro 45 paro unos minutos y me preparo 100g de granola, como previsto.  Siento un poco de calor pero me digo que es normal:  deben ser las 13:30 y vengo de cruzar un salar bajo el sol.  Decido comer la granola mientras camino para ganar unos metros y luego seguir caminando unos 20 minutos para no forzar la digestión, teniendo en cuenta lo que me había pasado en Sables.  El terreno es llano, se puede correr tranquilamente.  Después de esos 20’ empiezo a trotar pero me siento completamente sin fuerzas.  Igual sigo trotando unos kilómetros, pero bastante lento.  De golpe siento ganas de ir al baño así que no tengo más remedio que alejarme un poco del camino y cumplir con la naturaleza.  Sigo trotando lentamente.  Tan lento que ahí sí me empiezan a pasar algunos y noto que voy prácticamente al mismo ritmo trotando que caminando activamente.  Así que decido caminar para ahorrar fuerzas y retomar el trote más adelante.  Logro hacerlo, alternando trote y caminata, pero me siento absolutamente sin fuerzas.

Llego al 5to. puesto de control (kilómetro 55), lleno las caramañolas de agua y trato de trotar un poco, ya que el terreno es llano.  Voy así unos kilómetros hasta que vuelvo a caminar, pero ya no tan activamente.  A esta altura empiezo a sentir la mochila y a maldecir cada alfiler de gancho que llevo de peso.  A  pesar del cansancio me parece que el 6to. (y último) puesto de control llega antes de lo previsto, pero ahí empieza lo peor.  Hay una subida por un camino cubierto de sal, nada del otro mundo, pero a mi me parece estar escalando el Everest. 

No tengo absolutamente nada de fuerzas.  Repaso la alimentación y veo que llevo ingeridas 2.600 cal., perfectamente en línea con el plan.  Camino a un ritmo totalmente cansino, sin poder pensar en nada que no sea poner un pie delante del otro y esperar que en algún momento aparezca la llegada.  Doy vueltas en la cabeza tratando de encontrar la causa de sentirme tan débil.  Pienso que a lo mejor me deshidraté sin darme cuenta, así que paro para forzarme a orinar y veo que por suerte la orina es un poco mas oscura de lo normal, pero nada del otro mundo, y sobre todo límpida, igual que cuando terminaba cada etapa.  Eso me tranquiliza un poco pero no me da fuerzas.  A esta altura me van pasando varios corredores, inclusive Ricardo (que hizo una excelente etapa, demostrando que es un gran ultramaratonista) y Jacquie.

Voy por un camino de tierra por el Valle de la Muerte.  El paisaje es muy lindo, aunque yo no tengo ganas de apreciarlo y me molesta ir por un camino en lugar de campo abierto.  Además, me cruzo con turistas y eso de desagrada todavía más, pero evidentemente no estoy del mejor humor.

En un momento aparece la llegada.  No tengo fuerzas para nada.  Me siento apenas cruzo la línea y me ayudan a sacarme la mochila que me está taladrando los hombros.  Descanso un buen rato y junto fuerzas para ir a la carpa.


El tiempo en sí no es malo (11 hs 45’, apenas un poco más del 50% arriba de Vicente que es otra vez primero), pero llego 50º y supongo que pierdo bastantes posiciones en la general.  Igual lo que más molesta es no tener claro dónde estuvo el error.

A pesar de haber llegado tan mal me recupero relativamente rápido.  Como, me hidrato mucho, me cambio (pero no me lavo porque se largó una tormenta bastante fuerte), voy a la enfermería a que me saquen la media porque solo no puedo y me quedo profundamente dormido.  Cada tanto me despierto con dolores de piernas o porque el talón roza con algo, pero igual consigo dormir mucho.

Cuando me despierto veo que Dolo ya está en la carpa.  La felicito, pero me dice que no pudo terminar la etapa.  Como la lluvia era muy fuerte y había tormentas eléctricas primero los obligaron a esperar en el quinto puesto de control, y luego los recogieron con vehículos y los trajeron al campamento porque consideraban peligroso que siguieran.  Está un poco decepcionada pero al poco tiempo le vuelve la alegría:  vienen a informarle que la organización les da la posibilidad de completar la etapa, tiene que estar lista en media hora.  Se prepara como si fuera una etapa cualquiera, y aunque alguno de nosotros le insinúa que deje algo de peso en la carpa, ella no acepta:  “La voy a hacer como corresponde”, dice con absoluta convicción.

El día es un poco monótono.  Además, siento que es un poco inútil estar ahí.  Al día siguiente vamos a correr 15 km, ¿para qué tanto descanso a esta altura?  Si iba a haber un día de descanso me parece más lógico que hubiera estado más a mitad de competencia.  Aparte, como estamos a pocos kilómetros de San Pedro de Atacama, algunos familiares vienen a visitar a los corredores, lo que para mí es totalmente contrario al espíritu de la carrera.  De todos modos, sabía que era así y no tengo mucho que hacer:  aprovecho para mantener la ampolla en remojo un rato y vuelvo a la carpa donde Vicente demuestra que es casi mejor contador de chistes que corredor.



Los últimos pasos a San Pedro

El último día es simplemente una fiesta.  Regalamos a los lugareños todo lo que no necesitamos.  Nos sacamos todas las fotos recordatorias y nos preparamos para el último esfuerzo.  Finalmente serán solo 8 km.

Me imagino que todos van a salir “disparados” y así es.  Yo hago exactamente lo contrario.  Nunca fue mi fuerte la velocidad, pero además pienso que no tengo nada que ganar en esos 8 km y acelerar demasiado es acortar la duración de una carrera que, aunque dura y que quiero hacer en el menor tiempo posible, también sé que voy a extrañar cuando no la tenga más.

Cristian me espera para que hagamos juntos los últimos 4 km.  Entramos al pueblo y buscamos la llegada atrás de cada curva.  Pienso en Dientes que me está esperando y me da fuerzas para ir un poco más rápido.  Finalmente no sé si veo primero la llegada o escucho el grito de Cristian, que viene más emocionado que yo.  Cruzamos la meta abrazados.  Tarea cumplida.

Al final serían 238 km en 33 hs 51’, un 42% más que Vicente, y quedé 31ª.  Me había ilusionado con algo mejor, pero no está mal.




Epílogo

Después de abrazar a Dientes (que tolera todos mis olores) lo que más quiero es comer una porción de pizza que la organización preparó para los corredores.  Como con desesperación, a pesar de que no tengo hambre: es por probar algo diferente después de una semana a geles y comidas liofilizadas.  Cada encuentro con otro corredor es una excusa para otra porción.  Me gustaría complementarla con una buena cerveza, pero a pesar de los esfuerzos de Dientes no se puede tomar alcohol en la calle, así que esperará hasta que lleguemos al hotel. 





A la noche es la entrega de premios.  Una buena ocasión para una despedida tranquila de aquellos con quienes hemos compartido en una semana más que con otros compartimos en una vida entera.  Todo es alegría.  Pero el punto culminante es la entrega del primer premio a Vicente:  lo levantamos y lo hacemos volar por el aire.  Nada nuevo para él, que ya voló toda la semana.