viernes, 20 de mayo de 2011

Marathon des Sables (parte 2)


Vida maravillosa (Primera etapa)

Look at me standing
Here on my own again
Up straight in the sunshine
No need to laugh and cry
It’s a wonderful, wonderful life
 (Wonderful life, Colin Vearncombe by Zucchero)

Mírenme aquí parado
Solo otra vez
Erguido bajo el sol
No hace falta reír o llorar
Es una vida maravillosa

Poco después de las seis me despiertan unos gritos.  “Iala iala iala”.  Son los beduinos que desarman las jaimas.  Sin ningún miramiento van sacando los “techos” y quedamos a la intemperie.  Me voy levantando lentamente.  Está más bien fresco, así que me quedo con el mameluco.  Me lavo los dientes y tomo mi desayuno (granola) mientras acomodo mis cosas fuera de la alfombra:  en pocos minutos van a volver los beduinos a retirarla y mejor que no haya nada.

Los beduinos no esperan para desarmar la jaima

Nos dicen que la largada es 8:30.  Parece una eternidad, pero de alguna manera va pasando el tiempo.  Dormí muy bien, estoy descansado y con muchas ganas.  De buen humor como todas las previas de las carreras.  Está nublado y todavía no se siente el calor, eso me pone todavía de mejor humor.

Listo para largar

Antes de largar hay unas sesiones de fotos, unas palabras de Patrick Bouer, el director de la carrera, explicando el recorrido y dando algunos consejos.  El ambiente es una mezcla de excitación y nerviosismo.  Yo estoy decididamente mucho más excitado que nervioso, siento que voy a disfrutar de una experiencia única.  A las 9:00 finalmente comienza la cuenta regresiva:  10, 9, …, 2, 1, 0 . ¡Largamos!  Hoy el recorrido es bastante simple:  13 km de terreno duro con piedras, 13 km de dunas y otros 7 km de terreno duro con piedras otra vez.  Salgo trotando, sé que no tengo que forzar demasiado porque la carrera es muy larga.  Tengo mucha gente adelante y al principio muchos me pasan.  Pero no pierdo la calma.  Después de unos dos kilómetros la situación se estabiliza y empiezo a ser yo el que pasa a los demás.


De a poco empiezan a asomar las dunas en el horizonte.  Lentamente se hacen cada vez más grandes y se elevan majestuosas.  Me resultan muy atractivas, aunque sé que no va a ser fácil atravesarlas.  Finalmente llego al primer puesto de control, repongo el agua y allí están.  Para eso vinimos, ¿no?  Las encaro con pasos cortos, pero continuos, tratando de ser lo más liviano posible (tarea imposible para mí).  La técnica da resultado:  a pesar de que avanzo poco siento que paso mucha gente.  Cada dos o tres kilómetros hay pequeños “valles” de unos trescientos metros de terreno duro.  Aunque es bienvenido el descanso de las dunas, casi casi siento que arruinan la experiencia.


Todo concluye al fin y también las dunas.  Segundo puesto de control y últimos 7 km de terreno duro.  Empiezo a trotar fuerte.  Es un poco desmoralizante correr en este terreno porque es prácticamente una línea recta y es casi imposible fijarse alguna meta intermedia:  no hay referencias.  Por suerte tengo el Garmin que puntualmente me marca los kilómetros.

Faltando unos 5 km piso mal una piedra y me acalambro el isquiotibial derecho.  Me paro con la clásica mueca de dolor y al instante aparece un control de la organización a preguntarme qué me pasa.  Le explico que tengo un problema muscular (el cansancio me impide encontrar la palabra “calambre”) pero que con hidratación y elongación voy a estar bien.  Controla que tenga agua, me vuelve a preguntar si estoy bien y se va en a su camioneta cuando ve que empiezo a caminar.

A los 300m otro calambre y ahí veo que la camioneta gira en U y viene a buscarme.  Esta vez se baja con una enfermera y no me van a dejar solo así nomás.  La enfermera me pregunta si es un calambre (por suerte ella sí encontró la palabra), me toca los músculos y me pregunta si tomé las pastillas de sal que me había dado la organización.  Le digo que sí, pero en una dosis menor porque llevaba muchas cosas saladas.  “No importa,” me dice.  “Acá no hay riesgo de que tomes de más.  Comé todo lo salado que quieras pero mantené la dosis de pastillas de sal.”  Me hace tomar dos inmediatamente con bastante agua.  Ya estoy repuesto y puedo seguir.  Esta vez troto hasta el final, aunque bastante conservativo.

Si bien está nublado, el sol se hace sentir.  Por suerte me cubrí bien con protector solar (y tampoco soy tan blanco como para que me afecte mucho).  Como voy lento, algunos me pasan.  Entre ellos un dinamarqués que veo que lo poco de piel que tiene expuesta está roja como una sandía madura.  Le digo que le conviene parar y ponerse crema.  Me hace caso.  A los pocos minutos me alcanza otra vez y me vuelve a agradecer.

La primera llegada me emociona un poco, aunque sé que todavía falta mucho.  4hs 39’ para 33 km.  Me parece razonable.

Apenas llego me convidan un té (del principal patrocinador) y me dan las tres botellas de agua con las que tengo que “sobrevivir” hasta el día siguiente.  Lentamente encaro los 200m que me separan de la jaima.  Cuando llego ya están los tres españoles.  Todos muy contentos y quejándose de la cantidad de arena.  En ese momento termino de darme cuenta del nivel de compañeros que tengo en la jaima:  Blancanieves, quien ya sabía que era excelente ya que había ganado en damas el año anterior, quedó tercera entre las mujeres y dentro de los treinta primeros de la general, a pesar de estar volviendo de una lesión.  Periodista también está entre los treinta primeros a pesar de que llevó una filmadora y durante unos cuántos kilómetros corrió filmando para su programa.  Y Mataró, con sus 57 años quedó en el puesto 55º.

Hago lo que se convertiría en mi rutina en cada día:  me saco la mochila y me tiro en el piso a recuperarme por 10/15 minutos mientras trato de hilvanar alguna frase coherente con mis compañeros.  De a poco me levanto para tomar un poco de agua o hacer algo, pero me vuelvo a recostar.  Hasta que junto las suficientes fuerzas para prepararme una comida y almorzar. 

Después, a lavarme.  Me alejo unos cuantos metros de las jaimas y me saco toda la ropa.  A la vista de todos, pero ahí uno que se lava es parte del paisaje, casi como si fuera un camello o un arbusto.  Uso el sistema que me recomendó Correcaminos que es muy eficiente: pongo un poco de agua con jabón en una bolsita ziploc, sumerjo una toallita de natación (súper absorbente) y con eso me lavo todo el cuerpo.  Después, cambio el agua y con la misma toallita me enjuago.  El calor hace que apenas pase la toalla esté seco, y también lleno de arena porque es imposible evitarla.  Pero al menos me saqué la sal y cambié la arena vieja por nueva.  La ropa de algodón hace el resto:  me siento fresco y revitalizado.

Vuelvo a la jaima y comento cómo cambian las expectativas:  en mi casa no me siento limpio si no uso mi shampoo preferido.  Ahí con medio litro de agua siento como si hubiera salido de un spa.

De a poco van llegando los demás.  Todos muy cansados y lamentando el peso de sus mochilas.  Yo no me puedo quejar.  No voy a decir que no la sentí, pero la tenía incorporada, y casi no me dejó marcas:  apenas un pequeño roce en la barriga que me obligará a “depilarme” (gracias a la tijera de Fragata que tiene de todo) y colocarme una cinta hipoalergénica como protección.

Y eso no es nada.  Yo apenas tengo una raspadura en la panza pero la inmensa mayoría de los corredores, incluidos mis siete compañeros de jaima, tienen ampollas de todos los colores en los pies.  La fila frente a la enfermería es interminable.

Ya un poco más repuesto voy a enviar un mail.  Aunque todavía está nublado el calor se siente.  En la fila alguien me comenta que por mi tiempo debo estar en los primeros 100.  ¡No lo puedo creer!  Voy a controlar y es verdad:  ¡91! (aunque luego lo corregirían a 96, siempre había pequeños errores en la clasificación provisoria).  Es muchísimo mejor de lo que esperaba y me levanta mucho la moral.  Pienso que sería fantástico conservarlo pero sé que va a ser casi imposible.

Vuelvo a la jaima y veo cómo la mayoría busca desesperadamente qué descartar de sus mochilas.  Incluso los que tienen colchonetas de goma las recortan a lo mínimo indispensable para reducir peso.  Pienso que ese trabajo ya lo hice hace tiempo, gracias a Bizñús por insistirme en la planificación.

Después más descanso, cena y a dormir temprano, que esto recién empieza.



Tormentas de arena (Segunda y tercera etapas)

Estoy en el medio de una tormenta de arena,
Abajo solo veo mis pies caminando en la arena.
Dejo un camino marcado que se borra siempre
(Tormentas de arena, Los Rodríguez)

Durante la noche se levanta una tormenta de arena que molesta muchísimo.  Además, yo duermo del lado equivocado y la arena me pega en la cabeza (los más experimentados se levantan y colocan del otro lado).  Cuando llegan los beduinos con su “iala iala” puntualmente a las seis la tormenta sigue.  Es bastante incómodo tener que cambiarse de ropa, preparar el desayuno, etc. con arena entrando por todos lados, pero no hay alternativa.

Lo más complicado es ir al baño.  El “baño” es una especie de cabina telefónica de lona donde hay un “inodoro” hueco.  A cada uno nos dieron unas bolsas de residuos reciclables con las que “forramos” el inodoro, hacemos lo que tenemos que hacer, cerramos la bolsa y la depositamos en un tacho afuera.  Todo bastante simple e higiénico.  Excepto que el viento se arremolina en la cabina y por un instante no me alcanzan las manos para limpiarme, evitar que se vuelque la botella de agua y sobre todo evitar que el viento me de vuelta la bolsa “higiénica”.  Por suerte, todo termina bien.

A pesar de no haber dormido bien no me siento cansado, estoy bien muscularmente y sigo motivado.  Estoy contento porque ya pasó todo un día, estoy entero físicamente y siento que acerté con la comida y el resto de elementos de la mochila.


En la charla antes de la largada, Patrick pide un aplauso para los tres corredores que abandonaron en la etapa de ayer, y sobre todo nos informa que un francés tuvo que ser trasladado a París por problemas de corazón, pero ya está fuera de peligro.

Otra vez salgo tranquilo, quizás todavía un poco más que ayer por temor a otro calambre.  Además voy muy atento a dónde piso.  El viento no deja ver nada, pero por suerte lo tenemos de costado así que molesta un poco menos.  Vivo poniéndome y sacándome los anteojos, porque son oscuros y con la arena flotando no veo nada, pero si me los saco me entra arena en los ojos.  Hasta que en un momento (cuando me los había sacado y colocado sobre la gorra), mientras voy corriendo me saco la gorra no sé para qué y los anteojos vuelan por el aire.  Con tanta suerte que caen justo delante de mí en el preciso momento en que mi pie derecho va bajando y no lo puedo parar.  Parece que lo viera todo en cámara lenta pero no puedo hacer nada:  un lente a la derecha, una patilla a la izquierda y el resto debajo del pie.  Recuerdo inmediatamente el consejo (desatendido) de Bizñús de llevar dos pares de anteojos.  Me consuelo pensando que con esa lógica debería haber duplicado muchas cosas de la mochila y aumentado el peso.  No sé si me lo creo, pero trato de convencerme.

Intento arreglarlos pero es imposible, los guardo en la mochila esperando que en la jaima pueda hacer algo.

Más dunas

Hoy hay tres puestos de control y en el segundo (km 22) tenemos la opción de tomar dos botellas de agua.  Decido aceptarlas para quedarme con una para lavarme un poco mejor.  Ese sería uno de los pocos errores que cometo en los siete días.  Con el esfuerzo ese kilo y medio adicional es insoportable.

Pero de alguna manera llego.  5 hs 12’ para 38 km.  No está mal.  Más tarde sabré que quedé alrededor del puesto 150 en la etapa, algo más lógico.

Llego a la jaima donde ya están los españoles y otra vez rutina de descanso, comida, lavado, Internet.  El envío de mail hoy es un poco accidentado.  Mientras estoy haciendo la fila el viento embolsa la carpa de al lado, donde están los teléfonos satelitales, y se derrumba.  La carpa de las computadoras se tambalea pero entre todos logramos sostenerla.  Por suerte nadie se lastima, pero tardan unos cuantos minutos en reiniciar el servicio.

Hoy me siento mucho más cansado.  No sé si será el esfuerzo acumulado, el no haber dormido bien, la temperatura que empieza a subir, o el viento constante que hace todo más difícil.  Incluso me molesta hacer la fila para Internet.  Me digo para mí mismo que mañana tiene que ser más tranquilo: voy a guardar energías para el día siguiente que es la etapa de 82 km.

Vuelvo a la jaima.  Los beduinos están tratando de modificar el armado para que el viento moleste menos.  Mientras descansamos algunos tratamos de entender el recorrido del día siguiente y otros discuten cuál es la mejor distribución para acostarse en función de los ronquidos de cada uno.  Yo me mantengo al margen de esta discusión:  por suerte duermo en una de las puntas y traje tapones para los oídos.

Empieza a oscurecer y nos preparamos la cena.  Periodista nos ofrece una feta de jamón y Mataró lo complementa con trozos de parmesano.  Me siento en culpa porque no tengo nada para ofrecer a cambio, excepto un bocado de comida liofilizada, pero les dejo en claro mi agradecimiento y que la vergüenza no me va impedir aceptarlo.  Escucho un poco de música y me duermo recordándome que mañana tengo  que conservar energías para la etapa larga.

Iluso.  Esa noche descanso bien y al otro día me siento fuerte otra vez.  Aunque sigo pensando que es mejor regular no lo voy a conseguir.  Estoy de tan buen humor y me sobra tanto tiempo que decido sacarme una foto para ver qué aspecto tengo, hace cinco días que no veo un espejo.  El resultado asusta.

Comienzo del tercer día

El recorrido de hoy tiene menos dunas pero casi todo el terreno es arena.  Ya tengo más experiencia sobre cómo encarar cada tipo de terreno:  si es duro con piedras mejor seguir la huella de otros corredores porque fueron quitando las piedras.  Si es arena, mejor ir por donde nadie pisó porque está un poco menos blanda.  A menos que sea una duna empinada donde es mejor seguir la huella porque se hacen “escalones”.  El terreno es bastante llano excepto por un par de subidas, sobre todo una muy fuerte en el km 30.  Me cansa, pero  mi manera la disfruto.  La mayor parte es de roca y es lo que me gusta.


Me parece que cruzo más gente local que los días anteriores, sobre todo chicos, pero a lo mejor es simplemente que presto más atención.  Algunos piden que les demos algo, pero la mayoría quiere solo saludar, levantan tímidamente las palmas para que se las choquemos al pasar.  Me sorprenden un par en bicicleta:  miro alrededor y es todo desierto hasta donde alcanza la vista, que es mucho.  No me explico de dónde vinieron.

5 hs 43’ para 38 km, la arena se hizo sentir.  Más o menos la misma posición del día anterior.  Repito mi rutina y después más descanso.  Mañana es el gran día.  Me preocupa no haber conservado energías, pero me siento bien, mejor que ayer, evidentemente dormir bien ayuda.  Tengo 34 hs para hacer los 82 km, pero espero terminarlos en el día para tener todo el día siguiente de descanso.  Es una ilusión, no sé qué esperar, nunca corrí más de 42 km.  Le pregunto a Mataró, que tiene muchísima experiencia, cómo encara él la etapa.  “Yo no corro todo el tiempo,” me responde.  “Corro cuando el suelo es duro, pero cuando se pone blando conservo las piernas andando rápido.”  Me parece una excelente estrategia también para mí.

Un campamento beduino durante la carrera

En ese momento llegan los mails. Cada uno recibe una o más páginas con todos los mensajes que le envían sus amigos.  Los leemos para nosotros y después compartimos los que tienen algún mensaje particular.  Y los volvemos a leer y releer.  Nos llenan de fuerza.  Hay mensajes de amigos íntimos y de algunos desconocidos que saben que estamos haciendo esto y nos alientan.  Es uno de los momentos más lindos del día.

Mientras descanso miro a mi alrededor y me doy cuenta de que tengo mucha suerte con los pies.  No tengo ni una marca mientras todos tienen ampollas y muchos dificultad para caminar.  Hasta hay quien corta las puntas de las zapatillas para evitar que los dedos sigan rozando.  No sé si será todo mérito de Olegario, pero cierro los ojos dándole gracias.



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