martes, 31 de mayo de 2011

Marathon des Sables (parte 4 y última)

Voy a volar ahora (La maratón)

Getting strong now
Won't be long now
Getting strong now
Gonna fly now
Flying high now
Gonna fly, fly, fly
(Gonna fly now –Theme from Rocky–, Bill Conti)

Ahora me estoy fortaleciendo
Ya no falta mucho
Ahora me estoy fortaleciendo
Ahora voy a volar
Ahora vuelo alto
Voy a volar, volar, volar

Esta vez el “iala iala” no perdona.  Además, quizás porque tenía ganas de seguir durmiendo, me parece que hoy empezaron por nuestro sector y nos quitaron unos minutos más de sueño.  Pero no hay opción:  arriba, cambio de ropas, desayuno, mucha protección solar porque él sol ya se siente temprano, y a esperar la largada.

Estoy bien, entero, con ganas de correr por la “abstinencia” de ayer.  Además es la última etapa fuerte, porque mañana son “solo” 17,5 km, así que voy decidido a quemar lo poco que me queda de energía.

Largo como siempre, un poco tranquilo, tratando de entrar en ritmo de a poco.  A partir del kilómetro 3 empiezo a pasar corredores lentamente y voy ganando confianza.  Hoy el terreno es prácticamente llano, con menos arena que otros días, así que no hay muchos cambios de ritmo.  Cruzamos un pequeño pueblo y algunos sembrados, lo que lo hace más ameno.  Pero el calor se siente, y cómo.  Veo otro corredor desviarse unos 20 m para simplemente pasar por debajo de una palmera.  Habrá ganado un par de segundos de sombra, pero no me animo a pensar que sea una acción sin sentido.

En los últimos once kilómetros se alternan sectores de arena con arbustos con otros de terreno duro con piedras.  A pesar de que el recorrido es prácticamente recto no se ve la llegada porque queda detrás de una pequeña colina que tenemos que rodear.  Pasando el kilómetro 38 alguien me pregunta en un francés entrecortado si sé cuánto falta.  Por un momento me viene a la memoria la anécdota de Mataró, que decía que no le gusta conversar durante la carrera y cuando alguien quería iniciar una conversación, generalmente en francés, él respondía “No compré pan”, su versión castiza de “ne comprends pas” (“no entiendo”, en francés).

“Menos de cuatro kilómetros”, le respondo en un peor francés y, ante su cara de incomprensión decido mostrarle mi Garmin.  Me agradece y me dice que no tiene agua.  El calor es agobiante y aunque en ningún momento me pidió me pone en una situación incómoda.  ¿Debería convidarle?  Yo tengo menos de medio litro, justo para los kilómetros que quedan, pero no corro riesgos de deshidratación seria, aunque sí podría sufrir algún calambre.  Por otra parte pienso que él recibió la misma cantidad de agua que yo, y aunque se lo ve cansado, no parece estar en una situación extrema, sigue corriendo, y en todo caso la organización está patrullando.  “No tengo para darte”, le respondo tratando de sonar lo más cortés posible.

Recién cuando falta menos de un kilómetro puedo ver la llegada.  Esa visión y el terreno más duro me dan fuerzas.  Acelero el paso.  Empiezo a acercarme rápidamente al corredor que tengo adelante.  Si los dos seguimos a nuestro ritmo voy a pasarlo justo antes de la línea de llegada.  No me parece de buen gusto.  Pero tampoco me parece correcto reducir mi ritmo para no pasar a otro.  Tampoco tengo mucho tiempo para decidir porque ya estoy casi encima de él.  Así que hago lo que me parece más en línea con el espíritu de la carrera:  le doy una palmada en la espalda y le grito “Go!”  Me mira sorprendido pero inmediatamente entiende el sentido de mi gesto y al grito de “Go go gogo!” los dos empezamos a correr desesperadamente como si hubiéramos estado descansado todo el tiempo y solo se tratara de una carrera de 100 metros.  Cruzamos la meta al mismo tiempo ante la mirada sorprendida de los organizadores y nos abrazamos.   Como todos los días, el patrocinador nos da té.  Le regalo el mío, más por desinterés que por generosidad, y nos despedimos.  No nos volvimos a ver y seguramente no nos veamos nunca más.  Pero fuimos íntimos amigos durante dos minutos.

El cronómetro marca 5 horas 29 minutos.  No estoy en condiciones de hacer cuentas pero sé que es mi mejor promedio de todas las etapas.  Tal como quería dejé todo lo que tenía, motivo más que suficiente para estar contento.

Como mañana es una etapa corta, cuando recogemos las tres botellas de agua tenemos que entregar la bengala.  Le digo al controlador que la tengo en la mochila, en la espalda, que la retire él.  Veo que el que está enfrente mío se pone pálido y me doy vuelta a ver qué pasa.  El que está atrás mío tiene un pedazo de bengala en cada mano y evidentemente todavía hay otro en la mochila.  Me dice que me quede tranquilo, que la va a retirar con cuidado.  No tengo fuerzas ni para asustarme, pero pienso que por suerte le pasó a él y no a mí porque podría haberme costado una penalización.

Como puedo llego a la jaima y repito la rutina.  Blancanieves, Periodista y Mataró ya están ahí, como de costumbre.  Blancanieves contenta porque corrió su mejor etapa.  Periodista un poco molesto porque le hicieron un control de la mochila y le faltaba la brújula, que estaba seguro de tener.  Y Mataró agotado porque también dejó todo, pero contento.

Destruido…

…pero con los pies impecables

Me recupero, quizás más rápido que otras veces, porque estoy feliz de haber corrido bien.  Estoy agotado, pero con ganas de hacer cosas.  Almuerzo, me lavo, me cambio de ropas y llegan Indio y Fragata.  Indio como todos, agotado pero feliz de haber dejado el alma.  Fragata en cambio dice que él está fantástico.  Le decimos a coro que se calle la boca y deje de fanfarronear.  “Es que con esta mochila no puedo correr, camino, y a mí caminar no me cansa,” insiste.  Y para probarlo empieza a hacer flexiones de brazos, “skipping” y todo otro ejercicio que se le ocurra.

Hoy la organización nos tiene una sorpresa.  Una delegación de la Filarmónica de París viene a dar un concierto.  Ahí, en medio del desierto.  Fragata se viste para la ocasión, no con smoking porque no tenía (supongo que porque no sospechaba que iba a asistir a un concierto), pero sí con calzas y remera blancas impecables.  Ahora entiendo por qué la mochila no lo deja correr.

El concierto es mágico.  Poco menos de mil corredores sucios y agotados sentados en la arena bajo un cielo completamente estrellado, rodeando una tarima minúscula donde unos quince músicos nos homenajean con sus instrumentos.  Suena a un premio anticipado.  Mientras tocan no puedo dejar de pensar en la coquetería de las mujeres.  Están tocando con tacos altos, sin problema en la tarima, pero me pregunto cómo van a hacer para caminar en la arena cuando termine el concierto.

Música bajo las estrellas




Somos los campeones (La llegada)

And bad mistakes
I've made a few
I've had my share of sand kicked in my face
But I've come through
(We are the champions, Queen)

Y graves errores
Comentí algunos
Tuve mi cuota de arena golpeándome en la cara
Pero me sobrepuse

El último día empieza diferente.  Hoy no nos despierta el “iala iala” porque no hay apuro en desarmar las jaimas y armarlas en otro lado.  Pero mientras estamos acomodando nuestras cosas aparece alguien de la organización a ver si tenemos nuestras brújulas.  Si bien es uno de los elementos obligatorios y pueden ser controlados en cualquier momento, nos sorprende que nunca nos hayan controlado nada y justo nos controlen cuando estamos por empezar la última etapa.  Pero Periodista nos aclara la situación:  él finalmente encontró su brújula y la presentó a la organización, evidentemente querían controlar que fuera la suya y no una prestada de otro corredor.

A las 8:00, una hora antes de la largada general, largan los cuarenta últimos atravesando el círculo que forman las jaimas.  Así que todos vamos a alentarlos.  Es realmente admirable el esfuerzo que hacen, a pesar de ir caminando y por eso con un desgaste menor, tardan mucho más tiempo que la mayoría de los demás y en consecuencia tienen mucho menos tiempo para descansar.

A las 9:10 largamos los demás.  No sé si es porque la mochila es más liviana, porque es una etapa corta, o porque los otros corredores conservaron más energías que yo, pero la cuestión es que siento que todos salen muy rápido.  Trato de mantenerme entre los primeros doscientos, como siempre a la largada, pero no me resulta fácil.  Alrededor del kilómetro 2 veo a Indio, como de costumbre, pero esta vez me cuesta muchísimo alcanzarlo.  Me pregunto si estaré totalmente agotado, cosa bastante posible después del esfuerzo de toda la semana y en particular de ayer.  Miro el Garmin y confirmo que voy a un ritmo mucho más rápido de lo acostumbrado, así que decido dejarlos ir y mantener el ritmo que a mí me parece adecuado.

La última largada

Cuando llevo media hora de carrera alcanzo al último, el japonés otra vez.  Tardó una hora y media en hacer lo que yo hice en media hora, exactamente el triple.  Lo aplaudo cuando lo paso porque el esfuerzo merece toda mi admiración.

Hacia el final empiezan a divisarse casas y los últimos dos kilómetros son por las calles de un pueblo.  Habría preferido que el final fuera también en medio al desierto, pero también entiendo que como nos tienen que llevar en micro a Ouarzazate necesitan tener un camino cerca.  Sea porque yo salí más lento o porque los demás salieron muy rápido, la cuestión es que paso mucha gente en los últimos kilómetros.  Se ven agotados, seguramente por el esfuerzo exagerado al comienzo, pero los aliento diciendo que ya faltan pocos centenares de metros.  Estoy muy contento.  Fue una semana inolvidable sin duda, pero extremadamente dura y sinceramente quiero que termine.  Fue tan dura que no tengo esos sentimientos encontrados de otras carreras donde las piernas quieren terminar pero el corazón no quiere dejar de vivir la experiencia.  Esta vez todo mi cuerpo pide el final.  ¡Vamos!, unos pocos pasos más y completo una de las carreras más duras del mundo.  ¿Qué más puedo pedir?

A la vuelta de la esquina está la respuesta.  El arco de llegada y una pequeña aglomeración de corredores.  Es que allí está Patrick Bouer, el mítico director de la carrera que hace 30 años cruzó el Sahara solo y decidió convertirlo en un evento organizado para que otros compartieran la experiencia.  El nos pone la medalla en el cuello a cada uno, nos abraza y nos felicita.  Le agradezco, quizás un poco fríamente, creo que el cansancio me impide emocionarme.  Levanto la cabeza y la veo a Cova, nuestra fotógrafa, y muerdo la medalla para que registre el momento.

Recojo la bolsa de almuerzo, hoy sí acepto el té sin miedo a bajones de presión y voy hacia el micro que me llevará a Ouarzazate.  Son más de 100 km para volver a un mínimo de civilización:  una cama, una ducha, comer sentado a una mesa.  En el micro el ambiente es de excitación.  La felicidad por haber cumplido lo que para cada uno de nosotros es una hazaña hace que se desate una competencia para contar anécdotas.  O las mil y una excusas de por qué se podría haber hecho mejor de lo que se hizo.  Es como si el estado de introspección al que inconscientemente nos llevaba el desierto ahora hubiera estallado de golpe y se convirtiera en una extroversión exagerada.

Pero yo no puedo sumarme al clima.  Intercambio unas palabras con mis compañeros cercanos mientras devoro el almuerzo y después finjo dormirme.  Siento que acabo de vivir una experiencia irrepetible y quiero hacer el esfuerzo por repasar y retener en mi memoria todo lo vivido esta semana.

Estoy contento.  Lo hice.  Y lo hice bien.  Siento que dejé en el desierto hasta el último gramo de energía que tenía, sin mezquinar ningún esfuerzo.  Pero también estoy entero físicamente, sin problemas más allá del enorme cansancio.

Estoy orgulloso. Me preparé y la planifiqué a conciencia. Comí toda la comida que llevé, me sobraron solo dos geles y un puñado de pistacchios.  Usé todo lo que llevé en la mochila, no podría haber prescindido de nada sin haber tenido serios problemas.  Cometí poquísimos errores.  Viví una semana en el desierto dependiendo solo de lo que llevaba en una mochila minúscula y haciendo todos los días un esfuerzo físico considerable.

Estoy eufórico.  El resultado final, que no es seguramente lo más importante, pero tampoco indiferente, es mucho mejor de lo que podría haber esperado.

Trato de repasar mentalmente cada momento, si es posible.  Las dificultades, las alegrías, la gente fantástica que conocí, todo.  Quiero disfrutar a pleno lo que esta semana significa para mí.  Y al mismo tiempo siento que ya se terminó, es hora de empezar a pensar en un nuevo objetivo.








(Los títulos de los capítulos y del relato corresponden a algunas de las canciones dedicadas por la gente que me quiere.)

martes, 24 de mayo de 2011

Marathon des Sables (parte 3)


Los nenes no lloran (La “Grande Etape”)

I try to laugh about it
Hiding the tears in my eyes
'cause boys don't cry
(Boys don’t cry, The Cure)

Trato de reírme de esto
Escondiendo las lágrimas en mis ojos
Porque los nenes no lloran

El “iala iala” me dice que se acerca el momento.  En pocas horas se larga la etapa de 82 km.  Como siempre estoy más ansioso que nervioso.  Empiezo a sentir el sol en la piel y me doy cuenta de que recién son las 7 de la mañana.  Hoy voy a sentir el calor del desierto.  A pesar del eso me acomodo el buff como un pasamontañas para sostener mis anteojos de una sola patilla.

Poco antes de la hora de largada y mientras estoy esperando que pase el tiempo relajado, charlando con los demás, me doy cuenta de que no tengo el chip.  Es una cinta de velcro que va atada al tobillo y que sirve para controlar el paso por los distintos puestos de control.  Perderla implica una penalidad de un par de horas, calculo.  Pero además voy a tener que hacer los trámites para que me den otro, por lo que voy a perder muchísimo tiempo.  Mis nervios estallan.  No puedo creer que lo haya perdido:  por precaución no me la saqué desde el día de control cuando me lo dieron.  Mi única esperanza es que haya quedado dentro de la bolsa de dormir.  Desarmo la mochila y por suerte, sí, ahí estaba.  Vuelvo a nacer.

¡Largamos!

Largamos y trato de seguir mi estrategia.  Hoy el terreno es más ondulado y eso me gusta.  En el km 20 hay una subida muy fuerte de unos 3,5 km y la disfruto, como la bajada que la sigue, que es empinada y de arena blanda, así que puedo tirarme como un chico.

Hacia la cima

El calor se hace sentir por lo que decido quitarme el buff y por lo tanto los anteojos.  En el puesto de control del km 25 acepto las dos botellas que me ofrecen y uso una para refrescarme la cabeza.  O eso intento porque cuando me saco la gorra y me echo el agua encima no me moja.  Tengo el pelo tan engrasado que el agua resbala y no penetra!!

Como los cincuenta primeros largaron tres horas más tarde espero que en cualquier momento me empiecen a pasar.  El primero me alcanza poco después del km 45.  Es un placer (y sana envidia) verlo correr:  parece que no dejara marcas en la arena de tan liviano que corre.  Pero tengo poco tiempo para disfrutarlo porque se aleja rápidamente.

Mohammed, dando clase

Al poco tiempo veo el puesto de control del km 49.  Me siento bien, aunque el estómago está un poco cansado de geles y barras.  Muscularmente sin problemas.  Me maravilla el poder de la mente.  Los días anteriores después del km 30 no veía la hora de llegar a la meta, casi como si tuviera las fuerzas justas para hacer esos 38 km y no más.  Pero hoy van 49 km, más de 7 horas de carrera, me faltan otros 33 km y no voy a decir que estoy fresco, pero sí con la misma energía que tenía los días anteriores en la mitad de la etapa.

Llega el puesto de control y ahí tengo que cumplir una parte importante de mi estrategia:  parar y prepararme una buena comida.  En el puesto veo de todo:  corredores que hacen lo mismo que yo, otros curándose las heridas de los pies, y otros simplemente agotados tirados en el piso tratando de recuperar fuerzas y aprovechando el único lugar donde se puede conseguir sombra.  Tardo un poco más de lo que me gustaría, pero creo que vale la pena.  Espero pacientemente a que se caliente el agua y después a que se hidrate la comida y finalmente la saboreo lentamente.  Arroz con pollo a la jamaiquina.  Sabroso, un poco picante, mi estómago agradece la comida caliente y real después de tanta comida sintética.

Vuelvo a acomodar la mochila y salgo lleno de energía.  Me digo a mí mismo que rápidamente voy a recuperar las posiciones perdidas durante la parada.  Estamos atravesando un lago de sal y aunque son las 16:30 el sol todavía pega fuerte.  Hago unos cuatro kilómetros a buen ritmo y pasando varios corredores.  Pero de golpe siento que algo anda mal.  El cinturón de la mochila me aprieta más que de costumbre y empieza a dolerme la cabeza.  Tengo el estómago hinchado, síntoma claro de una digestión mal hecha.  No hay dudas de que me equivoqué con la comida, tendría que haber tomado algo igual de nutritivo pero más liviano.  Pero no hay vuelta atrás, lo hecho, hecho está, tengo que manejar esta situación lo mejor posible.  Decido que lo mejor es darle prioridad a la digestión, no tiene sentido forzar porque faltan casi 30 km.  Así que empiezo a caminar a paso vivo esperando que el estómago afloje.

Lentamente el sol va cayendo, el estómago afloja, aunque queda una fea sensación.  Empiezan las dunas.  Sé que son unos 5 km e inmediatamente después está el siguiente puesto de control.  Trato de apurarme para llegar antes de que caiga el sol, pero no corro.  Siguiendo el consejo de Mataró y la sugerencia de mi estómago camino, pero mantengo el paso vivo para que no se haga de noche.  En las dunas a veces pierdo de vista a los que van adelante, pero de todos modos sé que tengo que seguir en línea recta.  Ahora el recorrido está marcado por pequeños bastones fosforescentes, pero veo algunos locales merodeando y me digo que mejor seguir con mi propia orientación (más tarde me enteraría de que unos pocos corredores tuvieron problemas porque los locales corrieron las marcas).

Llego al puesto de control, parada rápida para reponer agua, colocar en la espalda el pequeño bastón fosforescente que me dieron y ponerme la linterna en la cabeza para enfrentar los siguientes 20 km de noche.  Cuando la enciendo me doy cuenta de que prácticamente no tiene pilas.  Casi exploto de la rabia, éste es un error imperdonable, debería haberlo controlado antes de salir.  Pero ahora no tengo alternativa, por suerte tengo pilas de repuesto, pero tengo que sacarme la mochila, buscarlas, encontrar algo con que abrir la linterna y cambiarlas.  No puedo creer que haya cometido este error.

A partir de ahora además de las marcas nocturnas y los bastones fosforescentes en las espaldas de los demás corredores, hay un láser que sale desde la llegada y que marca la dirección en la que tenemos que ir, básicamente en línea recta.  El terreno en general es bastante duro, con piedras, aunque hay tramos de arena.  Trato de trotar el mayor tiempo posible pero se me hace cada vez más difícil.  Por lo menos puedo mantener el paso vivo, y lentamente voy pasando otros corredores.  La mochila me pesa como si llevara un luchador de sumo en la espalda.  De a ratos la levanto de abajo con las manos para tener menos peso en los hombros, pero es una posición incómoda y necesito los brazos para mantener el ritmo.  Repaso mentalmente cada elemento que tengo para ver si hay algo que no sea imprescindible, y no encuentro nada.  Pienso en los que tienen mochilas mucho más pesadas que la mía y cómo estarán sufriendo, pero no alivia en nada mi peso.

Trato de distraerme y disfrutar de la noche en el desierto.  Es una situación mágica.  Por momentos estoy completamente solo, sé que hay corredores más adelante solo porque veo titilando las luces fosforescentes que llevan en la espalda.  No hay sonidos, silencio absoluto.  Cada tanto apago mi linterna para disfrutar más del cielo lleno de estrellas y la oscuridad que me rodea.  Es un cielo completamente diferente al nuestro.  Hasta la luna, en cuarto creciente, es diferente:  las puntas están para arriba, como una “U”, en lugar de estar hacia el costado.  Pero el encanto no dura mucho porque el peso de la mochila vuelve, inexorable, a traerme a la realidad.

Km 72, 21:45.  Sexto y último puesto de control.  Esta vez lo paso rápido, simplemente cargo agua.  Lo veo a JJ, con el que me crucé varias veces durante la carrera y me pregunto si no debería decirle de ir juntos.  En esta situación seguramente no está de más tener una compañía para empujarnos, y cuidarnos, mutuamente.  Pero me digo que estoy demasiado cansado para tener que adaptarme, aunque sea parcialmente, al ritmo de otro.  Siento que no puedo ir ni más rápido ni más lento de lo que voy.

Unos metros más adelante oigo una voz familiar que me alienta.  Es Blancanieves, que largó 3 horas más tarde que yo y ya me alcanzó.  Apenas podemos intercambiar unas palabras y se aleja.  El peso de la mochila se hace cada vez más insoportable.  Vuelvo a levantarla de abajo con las manos para que me pese menos en los hombros, pero obviamente no puedo andar mucho tiempo así.  Así que la suelto y la vuelvo a levantar cada rato.  Me concentro en no parar y, en lo posible, en no bajar el ritmo.  Me levanta la moral ver que no me pasa nadie (excepto alguno de los primeros cincuenta, pero esos están en otra carrera).  Me digo que realmente me gustan las carreras por etapas, pero no disfruto las ultramaratones.  Mi primera experiencia en más de 42 km decididamente no es positiva.  Lo volvería a aceptar como parte de una carrera como esta, pero no haría una carrera que fuera simplemente más de 42 km en una etapa.  Aunque también dije que nunca haría Sables…

El Garmin me dice que me quedan dos kilómetros, pero ya no sé qué hacer para ocupar mi cabeza y que se olvide del cansancio.  Empiezo a contar los pasos.  “Uno, dos, tres…” hasta cien y miro el Garmin.  Me pongo contento si hice más de 100 m y empiezo a contar otra vez.  Me siento un poco estúpido pero me digo que todo vale con tal de seguir.

Estoy realmente agotado.  El láser está ahí nomás, pero no llega nunca.  Por momentos tengo ganas de desmayarme y quedarme ahí.  Pero sé que no tiene sentido.  Realmente me falta muy poco y aunque no tenga muchas más comodidades, sé que en la jaima voy a estar más acompañado.

Finalmente veo la llegada.  Trato de acelerar el paso pero no tengo fuerzas.  Llego, simplemente llego.  Es la primera etapa donde siento un poco de emoción.  Logré hacer los 82 km, la “grande étape”, de una vez.  Son las 23.00 en punto.  Salteo el té que me ofrecen porque los días anteriores me hizo bajar la presión y hoy estoy demasiado al límite, saludo a la cámara pensando que alguien debe estar esperando que llegue y camino con resignación a recoger las tres botellas de agua, no porque no me hagan falta, sino porque preferiría no cargar con el peso.

Lentamente voy hacia la jaima.  Trato de adivinar cuál es para tomar el camino más corto y no dar un paso de más.  La encuentro.  Blancanieves ya está ahí, cambiándose de ropa.  Atino simplemente a dejar la mochila y las botellas, decirle algunas palabras de ocasión y tirarme al piso.  Me pide disculpas por no darme conversación y apenas consigo responderle que yo no puedo hilvanar dos ideas coherentes.

No sé cuánto tiempo pasa pero finalmente logro al menos sentarme.  Ahora sí conseguimos conversar sobre lo duro de la etapa.  Empiezo a prepararme la cena y enseguida llegan Periodista y Mataró.  Cada uno repite la rutina:  se tira al piso agotado casi sin emitir sonido, luego de unos minutos se incorpora, comenta algo y se vuelve a acostar.  Todos agotamos nuestras energías.

Blancanieves me dice que me cambie porque está bajando rápidamente la temperatura.  Y tiene razón.  Ya cené.  Tomo mi ropa de descanso, una botella de agua, la toalla y la bolsita ziploc y me alejo unos 100m.  Igual la oscuridad es absoluta.  Me enjuago rápidamente y me pongo la ropa de algodón que, aunque sea la misma que estuve usando todos los días, me parece fresca como nueva.

Me lavo los dientes y vuelvo a la jaima.  Ahora sí es el momento de descansar en serio.  Entro en la bolsa de dormir, escucho algunas canciones de mi iPod y luego lo apago y  me quedo inmediatamente dormido.

Durante la noche oigo que llegan Indio y Fragata.  Me gustaría felicitarlos y preguntarles cómo se sienten, pero no tengo fuerzas.  Apenas entiendo lo que dicen, pero creo que llegaron bien, aunque obviamente destruidos como todos.  Vuelvo a quedarme profundamente dormido.

Esta mañana no nos despiertan con el “iala iala” porque no tienen que desarmar las jaimas.  Así que duermo hasta pasadas las 8:00.  Parece que nos despertáramos todos al mismo tiempo, o quizá es que solo tomo noción de que los demás están despiertos cuando me despierto yo.  La cuestión es que comenzamos a conversar lentamente sin salir de las bolsas de dormir.  Ahora sí puedo preguntarles a Indio y Fragata cómo les fue.  Ambos coinciden en lo duro de la etapa pero están bien, contentos de haberla terminado en un solo día.  Todavía no llegaron Acertijo y Namaskar, pero calculamos que habrán parado a dormir en algún puesto de control y llegarán más tarde.

Desayunamos, retiramos las tres botellas del día.  Hoy no voy a tener problemas con el agua porque prácticamente tengo intactas las tres botellas de ayer y otras tantas de hoy.  Así que decido lavarme un poco mejor.  También se me ocurre que puedo lavar mi ropa de correr, pero mis compañeros de jaima me desalientan inmediatamente.  “Ya la usaste casi 200 km, mejor que vuelva así a tu casa, como un trofeo”, insisten.  Me parece que tienen razón, pero de todos modos decido lavar al menos el calzoncillo:  no creo que sea un trofeo que pueda exhibir.

Como no tenemos nada qué hacer el día se hace largo.  Controlo en qué posición llegué, hago la fila para enviar un mail, que no es larga.  Continuamente van llegando corredores y me preocupo en alentarnos porque sé lo que se siente apenas se termina esta etapa durísima.  Vuelvo a la jaima.  Conversamos entre nosotros y con los de las jaimas vecinas.  Nos visitan y vamos a visitar a otros, pero todo muy lentamente.  La mayoría apenas puede pisar por las ampollas en los pies, y aunque yo por suerte sigo invicto en ese sentido igual los músculos están agotados y el paso se hace lento.

Sigo obsesionado con el peso, reviso una y otra vez la mochila para ver de qué puedo prescindir.  Lo único que encuentro son los dos pares de medias que usé hasta ahora.  Pido autorización a la organización para tirarlos, porque tengo que terminar con todos los elementos que declaré, y me dicen que no hay problemas, aunque me miran un poco raro.

De alguna forma llega la hora de almorzar, y además algo hay que hacer para pasar el tiempo.  Todavía no hay noticias de Namaskar y Acertijo.  Me tiro a descansar un rato, hay tan poco para hacer que casi casi preferiría que la siguiente etapa comenzara ahora. En la jaima hace mucho calor porque el techo es negro y bajo.  Pero afuera hay que estar parado y el sol quema.  Entro y salgo sin encontrar un lugar donde estar cómodo.

En una de esas idas y vueltas veo a Periodista venir a las apuradas.  Encontró a Acertijo.  Llegó agotado y se tiró a descansar apenas cruzó la línea de llegada.  Namaskar tuvo que abandonar en el kilómetro 49 porque sus pies no resistieron más.  Nos alegramos de que los dos estén bien, a pesar de los pies.

Voy a ver si puedo enviar otro mail, como hay poca gente no hay problemas.  Mientras estoy escribiendo por parlantes anuncian que se acerca el último corredor.  ¡Van más de 32 horas de carrera!  La mayoría de los corredores nos agrupamos alrededor de la línea de llegada.  También está Patrick Bouer, el director de la carrera, para recibir a los valientes.  Primero llega una pareja inglesa.  Ella bastante entera, pero él, un hombre corpulento, está completamente doblado hacia el costado izquierdo.  Camina apoyado en una rama que hace las veces de bastón y cada tres/cuatro pasos, cortísimos, se para y la mujer tiene que sostenerlo.  Finalmente llega a la meta y se abraza con Patrick, quien también tiene que sostenerlo para que no caiga al piso.

Pero él no es el último.  Más atrás viene un japonés, lentamente pero mucho más entero que el inglés que le ganó por unos pocos minutos.  Y detrás de ellos los dos camellos que hacen apropiadamente las veces de “coche escoba”.

Llega el último

Cuando vuelvo a la jaima Acertijo ya está recuperado y Namaskar volvió con nosotros.  Tiene los pies totalmente vendados y apenas puede pisar.  Está un poco apesadumbrado por haber tenido que abandonar pero justificadamente contento por todo lo que hizo.  Nos cuenta que la organización lo atendió de primera, le dieron la opción de ir directamente a un hotel a la llegada (pero él prefirió acompañarnos hasta el final), le quitaron toda la comida que llevaba y le dijeron que a partir de ese momento él comía con la organización.  Por suerte pudo esconder un paquete de jamón crudo que comparte con nosotros y lo recibimos como una bendición.

De alguna manera se termina el día.  Cena, un poco de música de los amigos y a dormir que mañana es la maratón.



viernes, 20 de mayo de 2011

Marathon des Sables (parte 2)


Vida maravillosa (Primera etapa)

Look at me standing
Here on my own again
Up straight in the sunshine
No need to laugh and cry
It’s a wonderful, wonderful life
 (Wonderful life, Colin Vearncombe by Zucchero)

Mírenme aquí parado
Solo otra vez
Erguido bajo el sol
No hace falta reír o llorar
Es una vida maravillosa

Poco después de las seis me despiertan unos gritos.  “Iala iala iala”.  Son los beduinos que desarman las jaimas.  Sin ningún miramiento van sacando los “techos” y quedamos a la intemperie.  Me voy levantando lentamente.  Está más bien fresco, así que me quedo con el mameluco.  Me lavo los dientes y tomo mi desayuno (granola) mientras acomodo mis cosas fuera de la alfombra:  en pocos minutos van a volver los beduinos a retirarla y mejor que no haya nada.

Los beduinos no esperan para desarmar la jaima

Nos dicen que la largada es 8:30.  Parece una eternidad, pero de alguna manera va pasando el tiempo.  Dormí muy bien, estoy descansado y con muchas ganas.  De buen humor como todas las previas de las carreras.  Está nublado y todavía no se siente el calor, eso me pone todavía de mejor humor.

Listo para largar

Antes de largar hay unas sesiones de fotos, unas palabras de Patrick Bouer, el director de la carrera, explicando el recorrido y dando algunos consejos.  El ambiente es una mezcla de excitación y nerviosismo.  Yo estoy decididamente mucho más excitado que nervioso, siento que voy a disfrutar de una experiencia única.  A las 9:00 finalmente comienza la cuenta regresiva:  10, 9, …, 2, 1, 0 . ¡Largamos!  Hoy el recorrido es bastante simple:  13 km de terreno duro con piedras, 13 km de dunas y otros 7 km de terreno duro con piedras otra vez.  Salgo trotando, sé que no tengo que forzar demasiado porque la carrera es muy larga.  Tengo mucha gente adelante y al principio muchos me pasan.  Pero no pierdo la calma.  Después de unos dos kilómetros la situación se estabiliza y empiezo a ser yo el que pasa a los demás.


De a poco empiezan a asomar las dunas en el horizonte.  Lentamente se hacen cada vez más grandes y se elevan majestuosas.  Me resultan muy atractivas, aunque sé que no va a ser fácil atravesarlas.  Finalmente llego al primer puesto de control, repongo el agua y allí están.  Para eso vinimos, ¿no?  Las encaro con pasos cortos, pero continuos, tratando de ser lo más liviano posible (tarea imposible para mí).  La técnica da resultado:  a pesar de que avanzo poco siento que paso mucha gente.  Cada dos o tres kilómetros hay pequeños “valles” de unos trescientos metros de terreno duro.  Aunque es bienvenido el descanso de las dunas, casi casi siento que arruinan la experiencia.


Todo concluye al fin y también las dunas.  Segundo puesto de control y últimos 7 km de terreno duro.  Empiezo a trotar fuerte.  Es un poco desmoralizante correr en este terreno porque es prácticamente una línea recta y es casi imposible fijarse alguna meta intermedia:  no hay referencias.  Por suerte tengo el Garmin que puntualmente me marca los kilómetros.

Faltando unos 5 km piso mal una piedra y me acalambro el isquiotibial derecho.  Me paro con la clásica mueca de dolor y al instante aparece un control de la organización a preguntarme qué me pasa.  Le explico que tengo un problema muscular (el cansancio me impide encontrar la palabra “calambre”) pero que con hidratación y elongación voy a estar bien.  Controla que tenga agua, me vuelve a preguntar si estoy bien y se va en a su camioneta cuando ve que empiezo a caminar.

A los 300m otro calambre y ahí veo que la camioneta gira en U y viene a buscarme.  Esta vez se baja con una enfermera y no me van a dejar solo así nomás.  La enfermera me pregunta si es un calambre (por suerte ella sí encontró la palabra), me toca los músculos y me pregunta si tomé las pastillas de sal que me había dado la organización.  Le digo que sí, pero en una dosis menor porque llevaba muchas cosas saladas.  “No importa,” me dice.  “Acá no hay riesgo de que tomes de más.  Comé todo lo salado que quieras pero mantené la dosis de pastillas de sal.”  Me hace tomar dos inmediatamente con bastante agua.  Ya estoy repuesto y puedo seguir.  Esta vez troto hasta el final, aunque bastante conservativo.

Si bien está nublado, el sol se hace sentir.  Por suerte me cubrí bien con protector solar (y tampoco soy tan blanco como para que me afecte mucho).  Como voy lento, algunos me pasan.  Entre ellos un dinamarqués que veo que lo poco de piel que tiene expuesta está roja como una sandía madura.  Le digo que le conviene parar y ponerse crema.  Me hace caso.  A los pocos minutos me alcanza otra vez y me vuelve a agradecer.

La primera llegada me emociona un poco, aunque sé que todavía falta mucho.  4hs 39’ para 33 km.  Me parece razonable.

Apenas llego me convidan un té (del principal patrocinador) y me dan las tres botellas de agua con las que tengo que “sobrevivir” hasta el día siguiente.  Lentamente encaro los 200m que me separan de la jaima.  Cuando llego ya están los tres españoles.  Todos muy contentos y quejándose de la cantidad de arena.  En ese momento termino de darme cuenta del nivel de compañeros que tengo en la jaima:  Blancanieves, quien ya sabía que era excelente ya que había ganado en damas el año anterior, quedó tercera entre las mujeres y dentro de los treinta primeros de la general, a pesar de estar volviendo de una lesión.  Periodista también está entre los treinta primeros a pesar de que llevó una filmadora y durante unos cuántos kilómetros corrió filmando para su programa.  Y Mataró, con sus 57 años quedó en el puesto 55º.

Hago lo que se convertiría en mi rutina en cada día:  me saco la mochila y me tiro en el piso a recuperarme por 10/15 minutos mientras trato de hilvanar alguna frase coherente con mis compañeros.  De a poco me levanto para tomar un poco de agua o hacer algo, pero me vuelvo a recostar.  Hasta que junto las suficientes fuerzas para prepararme una comida y almorzar. 

Después, a lavarme.  Me alejo unos cuantos metros de las jaimas y me saco toda la ropa.  A la vista de todos, pero ahí uno que se lava es parte del paisaje, casi como si fuera un camello o un arbusto.  Uso el sistema que me recomendó Correcaminos que es muy eficiente: pongo un poco de agua con jabón en una bolsita ziploc, sumerjo una toallita de natación (súper absorbente) y con eso me lavo todo el cuerpo.  Después, cambio el agua y con la misma toallita me enjuago.  El calor hace que apenas pase la toalla esté seco, y también lleno de arena porque es imposible evitarla.  Pero al menos me saqué la sal y cambié la arena vieja por nueva.  La ropa de algodón hace el resto:  me siento fresco y revitalizado.

Vuelvo a la jaima y comento cómo cambian las expectativas:  en mi casa no me siento limpio si no uso mi shampoo preferido.  Ahí con medio litro de agua siento como si hubiera salido de un spa.

De a poco van llegando los demás.  Todos muy cansados y lamentando el peso de sus mochilas.  Yo no me puedo quejar.  No voy a decir que no la sentí, pero la tenía incorporada, y casi no me dejó marcas:  apenas un pequeño roce en la barriga que me obligará a “depilarme” (gracias a la tijera de Fragata que tiene de todo) y colocarme una cinta hipoalergénica como protección.

Y eso no es nada.  Yo apenas tengo una raspadura en la panza pero la inmensa mayoría de los corredores, incluidos mis siete compañeros de jaima, tienen ampollas de todos los colores en los pies.  La fila frente a la enfermería es interminable.

Ya un poco más repuesto voy a enviar un mail.  Aunque todavía está nublado el calor se siente.  En la fila alguien me comenta que por mi tiempo debo estar en los primeros 100.  ¡No lo puedo creer!  Voy a controlar y es verdad:  ¡91! (aunque luego lo corregirían a 96, siempre había pequeños errores en la clasificación provisoria).  Es muchísimo mejor de lo que esperaba y me levanta mucho la moral.  Pienso que sería fantástico conservarlo pero sé que va a ser casi imposible.

Vuelvo a la jaima y veo cómo la mayoría busca desesperadamente qué descartar de sus mochilas.  Incluso los que tienen colchonetas de goma las recortan a lo mínimo indispensable para reducir peso.  Pienso que ese trabajo ya lo hice hace tiempo, gracias a Bizñús por insistirme en la planificación.

Después más descanso, cena y a dormir temprano, que esto recién empieza.



Tormentas de arena (Segunda y tercera etapas)

Estoy en el medio de una tormenta de arena,
Abajo solo veo mis pies caminando en la arena.
Dejo un camino marcado que se borra siempre
(Tormentas de arena, Los Rodríguez)

Durante la noche se levanta una tormenta de arena que molesta muchísimo.  Además, yo duermo del lado equivocado y la arena me pega en la cabeza (los más experimentados se levantan y colocan del otro lado).  Cuando llegan los beduinos con su “iala iala” puntualmente a las seis la tormenta sigue.  Es bastante incómodo tener que cambiarse de ropa, preparar el desayuno, etc. con arena entrando por todos lados, pero no hay alternativa.

Lo más complicado es ir al baño.  El “baño” es una especie de cabina telefónica de lona donde hay un “inodoro” hueco.  A cada uno nos dieron unas bolsas de residuos reciclables con las que “forramos” el inodoro, hacemos lo que tenemos que hacer, cerramos la bolsa y la depositamos en un tacho afuera.  Todo bastante simple e higiénico.  Excepto que el viento se arremolina en la cabina y por un instante no me alcanzan las manos para limpiarme, evitar que se vuelque la botella de agua y sobre todo evitar que el viento me de vuelta la bolsa “higiénica”.  Por suerte, todo termina bien.

A pesar de no haber dormido bien no me siento cansado, estoy bien muscularmente y sigo motivado.  Estoy contento porque ya pasó todo un día, estoy entero físicamente y siento que acerté con la comida y el resto de elementos de la mochila.


En la charla antes de la largada, Patrick pide un aplauso para los tres corredores que abandonaron en la etapa de ayer, y sobre todo nos informa que un francés tuvo que ser trasladado a París por problemas de corazón, pero ya está fuera de peligro.

Otra vez salgo tranquilo, quizás todavía un poco más que ayer por temor a otro calambre.  Además voy muy atento a dónde piso.  El viento no deja ver nada, pero por suerte lo tenemos de costado así que molesta un poco menos.  Vivo poniéndome y sacándome los anteojos, porque son oscuros y con la arena flotando no veo nada, pero si me los saco me entra arena en los ojos.  Hasta que en un momento (cuando me los había sacado y colocado sobre la gorra), mientras voy corriendo me saco la gorra no sé para qué y los anteojos vuelan por el aire.  Con tanta suerte que caen justo delante de mí en el preciso momento en que mi pie derecho va bajando y no lo puedo parar.  Parece que lo viera todo en cámara lenta pero no puedo hacer nada:  un lente a la derecha, una patilla a la izquierda y el resto debajo del pie.  Recuerdo inmediatamente el consejo (desatendido) de Bizñús de llevar dos pares de anteojos.  Me consuelo pensando que con esa lógica debería haber duplicado muchas cosas de la mochila y aumentado el peso.  No sé si me lo creo, pero trato de convencerme.

Intento arreglarlos pero es imposible, los guardo en la mochila esperando que en la jaima pueda hacer algo.

Más dunas

Hoy hay tres puestos de control y en el segundo (km 22) tenemos la opción de tomar dos botellas de agua.  Decido aceptarlas para quedarme con una para lavarme un poco mejor.  Ese sería uno de los pocos errores que cometo en los siete días.  Con el esfuerzo ese kilo y medio adicional es insoportable.

Pero de alguna manera llego.  5 hs 12’ para 38 km.  No está mal.  Más tarde sabré que quedé alrededor del puesto 150 en la etapa, algo más lógico.

Llego a la jaima donde ya están los españoles y otra vez rutina de descanso, comida, lavado, Internet.  El envío de mail hoy es un poco accidentado.  Mientras estoy haciendo la fila el viento embolsa la carpa de al lado, donde están los teléfonos satelitales, y se derrumba.  La carpa de las computadoras se tambalea pero entre todos logramos sostenerla.  Por suerte nadie se lastima, pero tardan unos cuantos minutos en reiniciar el servicio.

Hoy me siento mucho más cansado.  No sé si será el esfuerzo acumulado, el no haber dormido bien, la temperatura que empieza a subir, o el viento constante que hace todo más difícil.  Incluso me molesta hacer la fila para Internet.  Me digo para mí mismo que mañana tiene que ser más tranquilo: voy a guardar energías para el día siguiente que es la etapa de 82 km.

Vuelvo a la jaima.  Los beduinos están tratando de modificar el armado para que el viento moleste menos.  Mientras descansamos algunos tratamos de entender el recorrido del día siguiente y otros discuten cuál es la mejor distribución para acostarse en función de los ronquidos de cada uno.  Yo me mantengo al margen de esta discusión:  por suerte duermo en una de las puntas y traje tapones para los oídos.

Empieza a oscurecer y nos preparamos la cena.  Periodista nos ofrece una feta de jamón y Mataró lo complementa con trozos de parmesano.  Me siento en culpa porque no tengo nada para ofrecer a cambio, excepto un bocado de comida liofilizada, pero les dejo en claro mi agradecimiento y que la vergüenza no me va impedir aceptarlo.  Escucho un poco de música y me duermo recordándome que mañana tengo  que conservar energías para la etapa larga.

Iluso.  Esa noche descanso bien y al otro día me siento fuerte otra vez.  Aunque sigo pensando que es mejor regular no lo voy a conseguir.  Estoy de tan buen humor y me sobra tanto tiempo que decido sacarme una foto para ver qué aspecto tengo, hace cinco días que no veo un espejo.  El resultado asusta.

Comienzo del tercer día

El recorrido de hoy tiene menos dunas pero casi todo el terreno es arena.  Ya tengo más experiencia sobre cómo encarar cada tipo de terreno:  si es duro con piedras mejor seguir la huella de otros corredores porque fueron quitando las piedras.  Si es arena, mejor ir por donde nadie pisó porque está un poco menos blanda.  A menos que sea una duna empinada donde es mejor seguir la huella porque se hacen “escalones”.  El terreno es bastante llano excepto por un par de subidas, sobre todo una muy fuerte en el km 30.  Me cansa, pero  mi manera la disfruto.  La mayor parte es de roca y es lo que me gusta.


Me parece que cruzo más gente local que los días anteriores, sobre todo chicos, pero a lo mejor es simplemente que presto más atención.  Algunos piden que les demos algo, pero la mayoría quiere solo saludar, levantan tímidamente las palmas para que se las choquemos al pasar.  Me sorprenden un par en bicicleta:  miro alrededor y es todo desierto hasta donde alcanza la vista, que es mucho.  No me explico de dónde vinieron.

5 hs 43’ para 38 km, la arena se hizo sentir.  Más o menos la misma posición del día anterior.  Repito mi rutina y después más descanso.  Mañana es el gran día.  Me preocupa no haber conservado energías, pero me siento bien, mejor que ayer, evidentemente dormir bien ayuda.  Tengo 34 hs para hacer los 82 km, pero espero terminarlos en el día para tener todo el día siguiente de descanso.  Es una ilusión, no sé qué esperar, nunca corrí más de 42 km.  Le pregunto a Mataró, que tiene muchísima experiencia, cómo encara él la etapa.  “Yo no corro todo el tiempo,” me responde.  “Corro cuando el suelo es duro, pero cuando se pone blando conservo las piernas andando rápido.”  Me parece una excelente estrategia también para mí.

Un campamento beduino durante la carrera

En ese momento llegan los mails. Cada uno recibe una o más páginas con todos los mensajes que le envían sus amigos.  Los leemos para nosotros y después compartimos los que tienen algún mensaje particular.  Y los volvemos a leer y releer.  Nos llenan de fuerza.  Hay mensajes de amigos íntimos y de algunos desconocidos que saben que estamos haciendo esto y nos alientan.  Es uno de los momentos más lindos del día.

Mientras descanso miro a mi alrededor y me doy cuenta de que tengo mucha suerte con los pies.  No tengo ni una marca mientras todos tienen ampollas y muchos dificultad para caminar.  Hasta hay quien corta las puntas de las zapatillas para evitar que los dedos sigan rozando.  No sé si será todo mérito de Olegario, pero cierro los ojos dándole gracias.



sábado, 14 de mayo de 2011

Marathon des Sables (parte 1)

A mi manera
Mi crónica de la Marathon des Sables



¿Voy o me quedo? (La decisión)

If I go there will be trouble
And if I stay it will be double
So you gotta let me know
Should I stay or should I go?
(Should I stay or should I go?, The Clash)

Si voy va a haber problemas
Y si me quedo será el doble
Así que tienes que decirme
¿Voy  o me quedo?

¿Cuándo comienza una carrera?  “Con la señal de largada” es la respuesta obvia.  Sin embargo estoy convencido de que aquellas carreras importantes, que requieren una preparación detallada, comienzan mucho antes.

Quizás desde el momento en que la conocemos.  Aunque mi relación con Sables no haya sido precisamente de amor a primera vista.  Las primeras noticias de su existencia las tuve a principios del 2003 cuando yo daba mis primeros pasos (pocos y lentos) en el grupo Panteras y observaba cómo nuestra corredora estrella, Correcaminos, se preparaba para enfrentarla.  En ese momento ni me plantee la posibilidad de hacerla:  aunque no tuviera noción de su nivel de dificultad, simplemente estaba fuera de mis posibilidades.  Pero alguna semilla debe haber sido plantada ya en ese entonces.

El tiempo pasó y la distancia de mis carreras fue aumentando.  De vez en cuando la pregunta sobre Sables aparecía de algún compañero de entrenamiento (o quizás de mí mismo).  Por algo Sables es la carrera mítica por excelencia.  No la de mayor distancia, ni la que lleva más tiempo, ni la de condiciones más extremas, tal vez no la más exigente.  Pero tiene un poco de cada uno de esos elementos y la mística adicional que la convierte en un clásico.  Lo mismo que Wimbledon para un tenista, St. Andrews para un golfista o Montecarlo para la Fórmula 1.  Incluida entre las diez pruebas de resistencia más importantes del mundo por la revista Time, junto al Tour de France y al Rally Dakar.  Difícil de explicar, aunque para mí la mejor definición la daría pocos metros después de la llegada Mataró, un excelente corredor catalán, duro si los hay, y compañero de “jaima” con montones de ultramaratones a cuestas:  “No será la más dura, pero es en la que más he llorado”.

Esas preguntas chocaban siempre con mi negativa.  “El calor no es para mí”, respondía cerrando toda posibilidad.  Y creo que era cierto.  El “calor” (25º) había frustrado la posibilidad de mejorar mi marca en la maratón de Londres del 2007.  Pero evidentemente, aunque tal vez no me diera cuenta, la semilla estaba echando raíces.

O quizás el verdadero comienzo de la carrera sea cuando empezamos a tomar en serio la posibilidad de hacerla…

Después de las 100 millas del Himalaya en octubre del 2009 la pregunta se hizo más insistente.  Y aquí tengo que confesar que mi resistencia empezó a aflojar.  Encontraba pocas carreras por etapas y ninguna me motivaba lo suficiente.  Pero mis dudas sobre el calor seguían vigentes.

Al poco tiempo me entero de que Híperatleta iba a correrla en el 2010 y el cosquilleo aumenta.  En mayo voy a correr la Muralla China y conozco a Ñúbels, que ya la había corrido y me insiste en todos los idiomas para que la haga.  Como si fuera poco, me va muy bien en esa carrera a pesar de ser un día “caluroso” (29º) y tengo muy buenas sensaciones.  A mi regreso leo la crónica de Híperatleta y aumentan las ganas, pero siguen las dudas.

Estoy un buen tiempo deshojando la margarita y pensando si voy a tener la suficiente motivación para entrenar pero las dudas persisten.  Hasta que un día de septiembre decido hacer lo que siempre me funcionó para eliminar dudas y generar motivación:  completo el formulario y pago la inscripción.

¿Será ése el verdadero momento en que empieza una carrera?  Para mí, sí.  No solo por la inversión económica, sino también por el “compromiso” que siento ante la organización, mis amigos, y principalmente hacia mí mismo.  “Ya me anoté, ahora tengo que hacerme cargo”, es el pensamiento de base.



Con una ayudita de mis amigos (Los preparativos)

I get by with a little help from my friends
I get high with a little help from my friends
Gonna try with a little help from my friends
(With a little help from my friends, Lennon-McCartney, by Joe Cocker)

Me las arreglo con una ayudita de mis amigos
Tomo altura con una ayudita de mis amigos
Voy a intentarlo con una ayudita de mis amigos

Ahí empieza la preparación.  Y para prepararme bien necesito el mejor equipo, mis amigos.  Primero consulto al Teacher, que no solo es un excelente entrenador, sino que ya había preparado a Correcaminos para esta carrera.  El plan funcionaría a la perfección:  Muchos kilómetros, pocas series, salidas largas los viernes, sábados y domingos con peso, bastante gimnasio.  En total, entrenamiento todos los días con doble turno dos o tres veces por semana.

Pero desde el comienzo sabía que lo físico era solo la base:  imprescindible, pero no suficiente.  Las características de la carrera hacen que haga falta mucho más:  250 km en siete días, en el desierto del Sahara, incluyendo una etapa de 80 km.   En régimen de autosuficiencia, es decir teniendo que llevar conmigo todo lo necesario para esos siete días:  comida, abrigo, bolsa de dormir, etc.  La organización solo provee el agua (unos 10 litros por día) y las “jaimas”, especie de carpas beduinas para dormir.

reúno con cuatro amigos que ya la habían corrido:  los ya mencionados Correcaminos, Híperatleta y Ñúbels; y Bizñús, que fue uno de los pioneros argentinos.  Por suerte cada uno tiene un nivel atlético diferente y me da una visión ligeramente diferente, aunque coincidente en los aspectos clave.  “El problema principal es el peso” es el mensaje recurrente.  Y cada uno me da consejos para reducirlo.  “Es una carrera de management”, me dice Bizñús insistiendo en qué una adecuada planificación es mucho más importante que una excelente condición física (y cuánta razón tendría).

Así, mientras empiezo a sumar kilómetros voy planificando detalladamente cada minuto, si es posible, y principalmente cada elemento a llevar.  La mochila, de 20 litros más un bolsillo de cuatro litros en el pecho, es la recomendada por Híperatleta.  “Lo que no entra ahí, no va”, es su sabio consejo.  La comida, fundamental, recomendada por todos y diseñada en detalle por Nutricionista, es liofilizada, nutritiva pero que ocupa poco espacio y pesa poco.  Las polainas, otro elemento clave para evitar que entre arena en las zapatillas.  Y toda una serie de elementos obligatorios, o casi, como el aspiraveneno, la “cocina” (una simple base metálica de 10 cm x 5 cm para ubicar las pastillas de alcohol), una bolsa de dormir súper liviana, etc., etc.  Y finalmente, pequeños “lujos”, como el cargador solar (también recomendado por Híperatleta) que permite al Garmin funcionar durante los siete días y marcarme cada kilómetro recorrido.

A medida que la lista va tomando forma me doy cuenta de que va a ser casi imposible conseguir todos esos elementos en Argentina.  Así que uniendo el “deber” con el placer vamos con Dientes a festejar fin de año a Nueva York y a proveerme de todo lo necesario.  Esa semana serían mis únicas vacaciones del entrenamiento.  Las compras, un éxito, y kilos de exceso de equipaje.

Como la comida es mi preocupación fundamental compro el doble de la que necesito para “ir adaptándome”.  Apenas llegamos a casa preparamos un sobre para ver qué gusto tiene y primera sorpresa positiva:  ¡es excelente!  Con Dientes nos peleamos por el último bocado.  Así que problema resuelto, no hace falta adaptación.

Todos los elementos van a una caja en un rincón del departamento.  Me faltan muy pocas cosas.  En realidad, más que faltarme es que voy afinando la lista.  Pero inconscientemente me resisto a armar la mochila.  Lo voy dejando para más adelante.

Aunque no la arme con el contenido verdadero, empiezo a probar cómo va a ser correr con la mochila.  De a poco voy aumentando el peso hasta llegar a los 8 kg, incluyendo la bolsa de dormir en dónde debe ir.  Los resultados son mixtos:  por un lado la mochila es excelente y se adapta perfectamente al cuerpo sin generar roces.  Por el otro, correr con ese peso y con el calor del verano de Buenos Aires me agota.  No hay dudas de que tengo que entrenar duro.

Pero para mí el entrenamiento ya es durísimo.  A esa altura estoy en 120 km más 1h 20’ de escalador y tres sesiones de gimnasio por semana.  Nunca entrené tanto en mi vida.  Hago malabarismos con los horarios.  Cuando puedo entreno antes de ir a trabajar y voy al gimnasio al mediodía.  Pero no puedo descuidar el descanso y la buena alimentación, así que vivo corriendo en más de un sentido.

Más adelante agradecería todo este entrenamiento.  Sables es muy dura, y como decía antes, la condición física es solo el comienzo.  Pero si no se llega en la mejor condición física posible el sufrimiento es inevitable.

A esta altura ya soy insoportable para todos los que me rodean.  No solo vivo entrenando sino que cuando no lo hago hablo exclusivamente de la carrera.  Pero mis amigos me entienden y me apoyan con aliento, consejos, acompañándome en los entrenamientos o adecuando los encuentros sociales a mis horarios.  Para hacerlos todavía más partícipes a todos y tenerlos más presentes en el Sahara les pido que cada uno me dedique una canción para escuchar en el desierto en los momentos de descanso.  Ese sería para mí uno de los mejores momentos del día y me daría unas fuerzas tremendas.

Sigo con el entrenamiento.  La combinación de calor y peso me agota.  Por momentos me pregunto si estaré a la altura de las circunstancias.  Hasta que un día de fines de enero sorprendentemente baja la temperatura y me doy cuenta de que el peso no es el mayor de los problemas.  “El calor seco es otra cosa” me habían dicho, así que me decido a probarlo para sacarme la duda.

Aprovechando el feriado de carnaval viajo a San Juan para entrenar en clima seco.  Con tanta suerte que me encuentro con tormentas y caminos cortados por las inundaciones.  Por lo que el entrenamiento en clima seco termina siendo un entrenamiento en el que cada dos kilómetros cruzo arroyos donde el agua me llega a las rodillas.  “A lo mejor tengo la misma suerte y nieva en el Sahara”, pienso.

Se acerca el momento de viajar y ya no puedo postergar el armado de la mochila.  Los elementos ya están todos:  dos comidas y un desayuno por día, más geles, barras y frutas secas para comer durante la carrera.  En total unas 2.800 calorías diarias.  Además de eso la bolsa de dormir, un conjunto de ropa de algodón para la tarde/noche, un mameluco de papel (liviano y abrigado), tres pares de medias de repuesto, el cargador solar, la cámara de fotos, el iPod con las canciones y pocas cosas más.

Empiezo a cargar la mochila y cuando está llena todavía tengo la mitad de las cosas afuera.  Empiezo a preocuparme.  Hasta que Dientes con su paciencia va comprimiendo las cosas y me demuestra que con un poco de dificultad entra todo.  Suspiro de alivio.

Los últimos días son para la puesta a punta.  Visita a Osteópata para que me acomode los huesos y a mi pedicuro favorito, Olegario, para que me mime un poco las herramientas más importantes.  Ya estoy listo.



No me detengan ahora (La previa)

Don't stop me now ('Cause I'm having a good time)
Don't stop me now (Yes I'm having a good time)
I don't wanna stop at all
(Don’t stop me now, Queen)

No me detengan ahora (porque la estoy pasando bien)
No me detengan ahora (sí, la estoy pasando bien)
No quiero parar en absoluto.

Después de varias cenas de despedida llega el momento de irme.  Mi paranoia está al máximo:  Todos los elementos de la carrera (excepto los prohibidos como las pastillas de alcohol o el cortaplumas) van en el bolso de mano.  Las zapatillas, obviamente puestas.

Llego a Madrid un día antes de la partida a Marruecos (por las dudas).  Aprovecho para tratar de hacer unas compras de último momento y por suerte encuentro algo que había subestimado pero resultará fundamental:  una caramañola con pico que va en el pecho.

Viernes 1/4 11.00 hs..  Encuentro en Barajas con todo el grupo de españoles que viajamos juntos.  Allí conozco a los otros cuatro argentinos (aunque ya estábamos conectados por mail) y a los otros tres compañeros de jaima, españoles.  Excelentes corredores y mejores personas.  Como somos siete hombres y una mujer inmediatamente decidimos que seríamos Blancanieves y los siete enanitos. 

El ambiente es distendido y enseguida hacemos camaradería.  Un par de horas de espera y un poco menos de vuelo hacia Er Rachidia.  Por suerte con los españoles somos unos 90 y eso le alcanza a los organizadores para chartear un avión chico que puede aterrizar en este aeropuerto, a unos 170 km de la largada.  Los franceses (y el resto del mundo que vuela desde París) van a Ouzarzate, a más de 400 km.

Subimos a un micro donde recibimos el “road book”, un detalle de cada etapa.  Demasiada información para digerir de golpe, por ahora basta saber cómo están divididas las etapas:  33, 38, 38, 82, 42,2 y 17,5 km, total 250,7 km, unos 10 km más que lo normal, pero igual que el último año.  Ninguna sorpresa.  Dos horas más tarde el micro para y nos esperan unos camiones del ejército que nos llevan al campamento a través del desierto.  Vamos como ganado pero estamos todos excitados.  Vinimos al desierto y lo estamos viviendo.  Además, por ahora esfuerzo cero.


Llegamos.  Las jaimas están organizadas en círculo, enfrentadas con un pasillo en el medio.  Son unas 120.  Hay una “entrada” entre la jaima 1 y la 120 y del otro lado está el sector de la organización.  “Off limits” para todos los corredores, excepto por los lugares de servicio:  la enfermería, Internet, el teléfono satelital y alguna otra oficina más.  Las jaimas son mucho más básicas de lo que esperaba, más “toldos” que carpas:  una alfombra de unos dos metros por cuatro para ocho personas en el piso y una tela a dos aguas sostenida por palos como techo.  Con dos lados abiertos.




Nos vamos acomodando y recibimos una mala noticia.  Falta un bolso de Acertijo con varios elementos para la carrera, incluso las zapatillas.  Me preocupo, como todos, pero al mismo tiempo me digo que es imposible que me hubiera pasado a mí.  No porque esté exento de tener un accidente, sino porque con mi paranoia el bolso con las cosas de la carrera lo tenía más vigilado que el maletín nuclear del edecán de Obama, y las zapatillas de la carrera las tengo puestas desde hace días:  para perder algo me tendrían que haber amputado. 

La "Legión Argentina" en nuestra jaima

Como todavía no estamos en régimen de autosuficiencia la cena es por cuenta de la organización.  Abundante, sabrosa y nutritiva, incluyendo vino o cerveza.  Acumulamos energía y nos vamos a la jaima a dormir.

Ahí llega mi primera sorpresa.  Siguiendo los consejos recibidos no llevo ningún tipo de colchoneta, así que empiezo a limpiar cuidadosamente el piso debajo de la alfombra para que no haya piedras que se me claven durante la noche.  Miro a mi alrededor y veo que TODOS los demás tienen algún tipo de colchoneta, inflable, de gomaespuma u otra variedad, pero todos tienen algo.  Dudo por un instante, pero algo me dice que el peso adicional no vale la pena.  De todos modos los demás me miran con una mezcla de asombro y lástima.  Pero yo estoy seguro de mi decisión, y cada día la confirmaría más.  La noche es fría (5/10º calculo) así que me abrigo con mi mameluco y me meto en la bolsa.  Antes de dormirme escucho algunas de las canciones que mis amigos me dedicaron y recordar a cada uno me da todavía más energía.

Me despierto poco después del amanecer y empiezo a organizar lentamente mis cosas.  Hoy tengo que entregar el equipaje que voy a recibir después de la llegada y quedarme solamente con los elementos de la carrera.  Ya me visto con la ropa seleccionada cuidadosamente para correr:  remera muy liviana, calzoncillo de running tipo boxer y calzas para evitar paspaduras, medias con dedos, mis zapatillas duras y las polainas, la gorra tipo legionario (pero blanca), el buff y los lentes.  Armo la mochila con lo mínimo indispensable y la peso:  9,5 km sin líquido.  Demasiado.  Pero no tengo nada para descartar, excepto que decida comer menos, lo que sería demasiado arriesgado.  Después de mucho revolver veo que lo único que puedo descartar es la funda de la cámara de fotos y unas chancletas de las que regalan en los hoteles.  Ahorraré unos 200g, pero me queda la satisfacción de no tener nada que no sea imprescindible.


A media mañana aparece el bolso de Acertijo. No entiendo muy bien qué pasó, pero lo importante es que está otra vez con su dueño.

Mi control es entre las 11.00 y las 14.00, así que almuerzo (otra vez por cuenta de la organización) y voy a hacer la fila.  Hay mucha gente pero se pasa bastante rápido.  Me dan dos números, uno para el pecho y otro para la espalda, la bengala (para una emergencia), la tarjeta de control para el agua y me controlan los certificados médicos.  El control de los elementos obligatorios se lo hacen solo a la elite.

Termina el control y no tengo nada que hacer.  Me muero de la ansiedad por correr, pero tengo que esperar hasta mañana.  Así que aprovecho para conocer a alguno de los demás corredores.  Incluso a Mohammed, el ganador del año anterior que está a dos jaimas de nosotros.

Con Mohammed, ganador del 2010


Antes de que den las ocho ya es de noche.  Vamos a disfrutar de la última cena que nos da la organización y a dormir.  Mañana empieza la verdadera aventura.