sábado, 22 de diciembre de 2012


Jungle Marathon 2012
No solo correr




Los preparativos

"¿Cómo se entrena para una carrera como ėsta?"  La pregunta que Daniel colgó en mi muro de Facebook, debajo de la foto de un río que no tendríamos que atravesar sino recorrer corriente abajo 2 km antes de entrar en un pantano parecía más que lógica.  Si por entrenamiento se entiende simular gradualmente las condiciones de la competencia, era claro que a menos que uno pudiera -y quisiera- permitirse meses en el Amazonas no había forma de "entrenarse". 

La respuesta sin embargo me vino espontánea.  El entrenamiento es indudablemente fundamental para alcanzar la condición física que permita afrontar los 255 km con todos sus desniveles en el terreno pesado y bajo el calor sofocante de la selva.  Pero no es suficiente.  Además hace falta planificar:  estudiar todas los obstáculos que se pueden presentar y tener una solución para cada uno.  Y finalmente hace falta prepararse mentalmente para enfrentar montones de otros obstáculos que ni siquiera se imaginaron o que resultan mucho peor de lo pensado.

De eso se había tratado mi vida los últimos meses.  El entrenamiento físico, si bien era pesado y demandaba mucho tiempo -unas 15 o 20 horas semanales-, ya estaba incorporado en mi rutina y empezaba a hacerse llevadero.  A la planificación, en cambio, sentía que no le dedicaba el tiempo necesario.  Probablemente era pura obsesión mía, pero tenía la impresión de que también se estaba convirtiendo en una rutina y eso era muy peligroso.

En retrospectiva seguramente no era así, y los que me rodean dirían que no dejaba nada librado al azar.  Desde lo prudente, como consultar a un epidemiólogo y darme todas las vacunas y conseguir todas las medicinas necesarias; hasta lo óptimo como torturar a Nutricionista una y otra vez con el plan de alimentación; pasando por lo simplemente práctico como estar atento a qué amigo viajaba dónde para que me trajera algún elemento necesario que no se conseguía en el país.

En la planificación lo más importante una vez más era el peso a cargar.  La carrera exige que todo lo necesario durante la semana, incluidos varios elementos obligatorios, sean llevados por los corredores.  Lo único que la organización provee es agua potable, y no se puede recibir ninguna ayuda externa. 

Repaso constantemente una y otra vez la lista para ver donde puedo reducir peso, pero no tengo mucho éxito.  Ya reemplacé las caramañolas originales por botellas de agua mineral, ahorrando casi 100 g.  Más importante todavía: con la ayuda de Ingeniero, reembalé todas las comidas deshidratadas en bolsas plásticas.  Otro ahorro significativo.



¿Ansioso yo?

A medida que se acerca la fecha mi ansiedad aumenta.  Una noche, durante una cena en casa de amigos, no puedo dejar de pensar en dónde habré guardado una caja de pastillas para la malaria que no puedo encontrar.  Sé que tiene que estar en algún lugar del departamento, pero el hecho de no estar buscándola hasta encontrarla me impide disfrutar de la cena.  Pienso no sólo dónde puede estar sino quién me la podría traer de España en caso de que no aparezca, y qué puedo hacer si esta alternativa tampoco es viable.  Cuando volvemos a casa la encuentro en menos de diez minutos. 

Pero mi ansiedad no baja hasta que llega el fin de semana y armo la mochila.  Una vez que está ahí, con todo lo que necesito llevar, ya siento que estoy listo para largar.  Además, pesa "sólo" 8,8 kg -sin líquido-, unos cuantos gramos menos que en Sables o Atacama. 

La alegría por haber armado la mochila calma toda mi ansiedad, por el momento.  Ni siquiera me preocupa demasiado no haber practicado el armado de la hamaca que va a ser mi dormitorio por nueve noches.  De todos modos, y para evitar sorpresas, la armo entre dos árboles de Puerto Madero ante la mirada sorprendida de dos prefectos que se preguntan si me voy a quedar a vivir ahí. 

Una vez armada la mochila el último motivo de mi ansiedad es el viaje.  De Buenos Aires a Santarem el vuelo más rápido es de 14 horas y con dos escalas. Decido quebrarlo, quedándome un día en San Pablo para que sea menos pesado y haya menos riesgos de perder equipaje en los trasbordos. 

Todo lo necesario para la carrera, excepto algunos elementos prohibidos como el cuchillo, las hojas de bisturí, etc., va en el equipaje de mano.  Eso me genera dos momentos de ansiedad por cada embarque:  en el check-in, que no me dejen un equipaje de mano de más de 10 kg; y en el control de seguridad, que me abran la mochila y tenga que explicar que todos esas bolsas plásticas llenas de polvos blancuzcos son comida deshidrata o carbohidratos. 

Por suerte la primera etapa de Buenos Aires a San Pablo va sin problemas.  Al día siguiente, y contra mi costumbre, decido salir con mucha anticipación al aeropuerto.  Pero a los quince minutos no habíamos avanzado ni 500 m.  Le pregunto al taxista si sabe si hay algún problema y con una tranquilidad budista me responde "no creo".  Le pido que encienda la radio y nos enteramos de que hay un semáforo roto que genera caos en buena parte de la ciudad.  El taxista, inmutable.  Le pido que trate de buscar otro camino y después de varios intentos fallidos que desembocan en más caos o en calles sin salida, mientras mi cabeza va a 200.000 revoluciones tratando de evaluar alternativas y buscando en el iPhone si el vuelo siguiente me permitiría llegar a tiempo, finalmente conseguimos salir a la autopista donde el tráfico es intenso pero fluido.

Llegamos al aeropuerto y otra vez la ansiedad del check-in más la seguridad, pero no hay problemas.  Cambio de avión en Belem, y otra vez seguridad.  Cuando ya creo que no hay problemas, escucho la frase desoladora “¿Esa mochila es suya?”  Respondo que sí, tratando de parecer sorprendido mientras por mi cabeza pasan imágenes de Expreso de Medianoche.  “Hay un objeto metálico…”, me dice el policía y me tranquiliza saber que no le interesan las bolsitas con polvos blanquecinos.  Por suerte me doy cuenta de que debe ser la cuchara-tenedor y la ubico enseguida sin tener que revolver mucho.  La examinan como si se tratara de un arma ultrasofisticada y después de verificar que no puedo matar a nadie a tenedorazos me la devuelven y me dejan seguir.

Pero no sería ese mi último motivo de ansiedad.  Falta recoger el equipaje a la llegada a Santarem.  Si bien, hay muy pocas cosas imprescindibles, hay algunas cosas útiles que preferiría tener conmigo.  Alguien debe haberse dado cuenta de mi ansiedad y mi bolso sigue sin aparecer cuando prácticamente todos los pasajeros ya se fueron con su equipaje.  Quedamos unas cinco personas.  Voy a hacer el reclamo y me aseguran que todavía hay equipajes llegando.  Sospecho que es una excusa infantil, pero no:  a los pocos minutos llegan unas seis valijas, entre ellas mi bolso con un cartel rojo que dice Prioridad como una burla sutil.

De Santarem en auto a Alter do Chao.  Llego al hotel a las 3:00 AM.  Pienso dormir todo lo que pueda porque no tengo nada que hacer hasta el embarque a las 18.00.  Pero seguirían las sorpresas.



Jueves--Día E (embarque)

Pum! Pum! Pum!  Los martillazos suenan como si alguien estuviera tratando de derribar la pared de mi habitación.  Tardo unos segundos en entender quién soy y dónde estoy.  Miro la hora y veo 7:01.  “No puede ser”, pienso.  Llamo a la recepción y me explican con una naturalidad pasmosa, como si me estuvieran diciendo la temperatura, que están haciendo reformas en el hotel.  Estoy tan cansado que no tengo fuerzas ni para enojarme.  Les explico serenamente, bastante inusual en mí, que no pueden vender una habitación en esas condiciones, que uno compra una habitación para descansar.  “Sí”, me responde, y me lo imagino con la misma cara con la asistiría a una clase de física nuclear.

Trato de dormirme pero es imposible, aun con los tapones para los oídos que llevo para la carrera.  Al rato me golpean la puerta y me ofrecen cambiarme de habitación.  Salgo medio vestido y me tiro literalmente sobre la otra cama.  Logro dormir otro par de horas.

Finalmente me levanto, desayuno y salgo para un trote tranquilo.  El paisaje es muy lindo, a orillas del río Tapajós con una playa de arena.  El calor es agobiante, preámbulo de lo que me espera.  Almuerzo y tarde de descanso.  A las 17:00 recojo mi equipaje y voy al muelle de embarque, a esperar el barco que me llevará al campamento base, donde dentro de tres días se largará la carrera. 

Lentamente van llegando otros corredores, las presentaciones de rigor, las conversaciones obvias.  Pasan las 18:00, las 19:00 y nada.  Alguien divisa un barco que se acerca y suponemos que ése debe ser nuestro transporte.  Pero no se dirige al

El Tapajós desde Santarem

muelle.  “Va a la playa”, alguien dice.   Sin saber de dónde sacó esa información todos lo seguimos caminando unos 800 m por la arena con nuestro equipaje a cuestas.

Primera sorpresa:  el barco obviamente no puede llegar literalmente a la playa, queda a unos diez metros.  Hay que mojarse los pies y subir por una escalera enclenque con los bolsos.  Me saco las zapatillas para tratar de mantenerlas secas por lo menos hasta que empiece la carrera.



El barco tiene dos pisos donde se pueden colgar unas cincuenta hamacas en cada uno.  Acomodo la mía como si fuera un experto, me preparo mi primera cena liofilizada y me decido a encarar la primera noche de mi vida en una hamaca.  Tenemos unas 12 horas de viaje según la organización.

Armando las carpas en el barco


Listo para dormir




Viernes—día C (Control)

Si tenía alguna sobre si iba a poder dormir bien en la hamaca se me va enseguida.  Me quedo profundamente dormido.  Me despierto sin tener mucha noción del tiempo y me corro ligeramente el antifaz para tener una idea del momento del día y se me llenan los ojos de luz.  Me quito el antifaz y veo a todo el mundo corriendo hacia fuera del barco.  “Me dejan solo”, pienso entredormido y me levanto sobresaltado.  Pero no.  El barco hizo una parada intermedia en una playa para que nos demos un chapuzón.  “Ya habrá otra oportunidad”, pienso mientras vuelvo a dormir a la hamaca.


Chapuzón en el Tapajós

Algunas horas más tarde llegamos al campamento base.  Como sucedería con la gran mayoría de los campamentos, está a orillas de un río y seguramente –aunque no lo vemos directamente- cerca de un pueblo porque siempre hay gente local.  Nos recibe un grupo de chicos que nos alegra la mañana.


Armo la hamaca –ya me siento un experto- y espero el control de los elementos obligatorios.  Después retiramos el número, que lo elegimos cada uno de nosotros y a descansar.


Campamento base

El tema del baño está muy bien resuelto:  un simple pozo en el suelo arenoso con dos tablas para apoyar los pies y rodeado por una especie de biombo de hojas de bambú.  Sencillo y eficaz.





Sábado—Día B (Briefing)

Ya duermo como si toda la vida hubiera vivido en una hamaca.  Me despierto una sola vez a medianoche porque siento frío –la temperatura debe ser de unos 20º pero durmiendo el cuerpo se enfría-, me pongo mi mameluco de pintor (tyvek) y sigo como si nada.

Otro día tranquilo.  Hoy es terminar de armar la mochila y escuchar las instrucciones de parte de los bomberos brasileños y los médicos ingleses.

Lo primero es bastante patético.  Es más una clase tipo quinto grado sobre la variedad de serpientes, arañas y jaguares que una explicación concreta de qué hacer en situaciones específicas.  El tipo de consejo que recibimos es:  “si los pica una serpiente, mátenla y llévenla corriendo hasta el primer puesto de control”.  Utilísimo.


Por suerte lo segundo es un poco más concreto, nada nuevo pero siempre está bien que refuercen los conceptos de hidratación, alimentación, electrolitos, etc.

Lo más divertido es el traductor.  Un fotógrafo local que parece salido de una película cómica.  Domina bien el inglés, pero sus traducciones parecen las de Benny Hill:  no presta atención a lo que hablan y dice lo que se le ocurre.  Los brasileños se pierden las explicaciones de los médicos y los demás las explicaciones de los bomberos.

El resto del día sirve para ir conociendo gente.  Como siempre hay algunos muy fuertes, como Ruth, que salió segunda en el Espartatlón en 2011, Mario que tiene el récord en hacer Badwaters ida y vuelta consecutivamente, o Penbin, que participó de Running the Sahara pero se retiró después de 86 días de correr en el desierto.  Varios veteranos de Sables, UTMB, Ironmans, etc.  Y alguno que otro más aventurero, con menos experiencia pero muchas pilas.  Como siempre en estos casos, el ambiente es de mucha camaradería.

Después, a entregar el bolso.  Mi vida en la próxima semana es lo que tengo puesto y la mochila.



Domingo—Dia 1:  La largada

El primer día siempre hay un poco de ansiedad.  Shirley –la directora- nos había dicho que era una etapa corta -22,77 km- y relativamente sencilla.  Para evitar problemas con la aclimatación disponen un descanso obligatorio de quince minutos en cada puesto de control.  Esto me preocupa un poco porque sospecho que no va a estar bien controlado, pero reglas son reglas.

Johnnie, Jan, Mark y un servidor

Largamos a las 7:00.  Empiezo a un ritmo sostenido pero tranquilo, yo sé que la carrera es larga y lo importante es llegar entero hasta el último día.  Enseguida entramos en la selva y empiezan las sorpresas, positivas y de las otras.  Como me imaginaba, a los pocos minutos de largar estoy solo.  Muy de vez en cuando veré a alguien adelante pero en general la sensación es de soledad absoluta, por lo menos en lo que a humanos se refiere, porque los sonidos son constantes:  cantos, graznidos, algo parecido a un rugido suave (probablemente haya sido el sonido de un ave tipo búho, exagerado por mi imaginación), y el movimiento constante de las hojas y de las ramas.  Algo hay, pero no se ve.  Además, porque el rango de visión es de cuatro o cinco metros, con suerte.  Y eso incluye hacia arriba, porque si uno quiere ver un pedacito de cielo tiene que buscarlo con atención.

Correr en la selva es más complicado de lo que me imaginaba.  El terreno es continuamente ondulado.  Me impresiona el poder de destrucción -y obviamente de reconstrucción- de la naturaleza.  El suelo está cubierto de un colchón de hojas por lo que generalmente no sé donde piso.  Puedo encontrar terreno firme, un pozo, un tronco caído, etc.  Y sobre todo puedo encontrarme con una especie de yuyo muy delgado, casi como un hilo de barrilete, pero increíblemente resistente.  Tanto que las primeras dos veces que me engancho supongo –erróneamente- que con solo empujar el pie lo voy a quebrar.  Termino de cara contra el piso.  Aprendo a levantar más las piernas y frenarme cuando me engancho, aunque parezca un hilo de coser.

El otro aspecto sorprendente es la cantidad de árboles caídos.  Cada pocos metros hay que saltar alguno.  Van de los cinco a los cincuenta centímetros de diámetro y pueden estar a ras del piso o apoyados sobre otros troncos.  A veces tengo que treparlos y otras es más fácil pasarlos por abajo.  Y otras veces me dan la sorpresa de que están comidos por las termitas y se quiebran como papel apenas pongo un pie encima.  Me doy unos cuantos golpes, pero estoy fascinado aunque el ritmo es más lento de lo que pensaba.

El recorrido está marcado perfectamente.  Cintas cada dos o tres metros.  Imposible perderse si uno está atento.  Estoy gratamente sorprendido.

Llego al primer puesto de control y segunda sorpresa positiva.  Hay dos médicos y tres o cuatro personas auxiliares.  Son los médicos los que registran la hora de ingreso al puesto de control y dan la orden de partida.  Funciona perfectamente.  El resto del personal llena las caramañolas y hasta nos ayudan a quitarnos la mochila si queremos.

El puesto de control está exactamente antes de un arroyo que tendremos que cruzar apenas salgamos.  Pienso si valdrá la pena sacarme las zapatillas para no mojarlas, pero veo que nadie lo hace.  Aprovecho para refrescarme porque aunque el sol no nos da directamente el calor se hace sentir y la humedad da sensación de sofocación.


Apenas cruzo el arroyo pienso que menos mal que no me saqué las zapatillas.  Entramos en un pantano donde nos enterramos hasta la rodilla.  Esto no es nada agradable, aunque yo sigo fascinado por la variedad de terrenos y circunstancias.


Sebastián en el pantano

Por suerte son solo un par de kilómetros –aunque tardo siglos en completarlos- y volvemos a la selva común primero y después a un sendero donde se puede correr un poco.

Segundo puesto de control y la misma rutina.  Me sorprende Carla, una brasileña que entra atrás mío a los gritos diciendo que se había perdido.  No me puedo explicar cómo, ya que el circuito estaba perfectamente marcado.  Un par de día más tarde entendería.

Más sendero, tercer puesto de control y otra vez selva, pero esta vez con una subida, mejor dicho una trepada bastante complicada.  Voy en “cuatro patas” y cuando puedo aprovecho los árboles más delgados para agarrarme y “tirarme” para arriba.  No es muy larga, pero enseguida viene la bajada y no sé qué es peor.  Es muy empinada y yo tengo muy mala técnica para las bajadas.  Para no hacerla a paso de tortuga decido ir largándome contra los árboles para frenarme.  Funciona, pero quedo todo golpeado.

Termino en 4 h 28’ –incluyendo la hora de descanso obligatorio- en la 13ª posición, bastante mejor de lo que esperaba.  (Más tarde nos enteraríamos que largamos 64 y que por primera vez en la historia de la carrera no hubo abandonos el primer día).

El campamento está cerca de un río, así que dejo la mochila y voy vestido como estoy y me meto al río.  El río arrastra sedimentos y el fondo es barroso, pero sirve para refrescarme y sacarme la suciedad gruesa.

Me pongo mi ropa “de estar”, almuerzo, armo la hamaca, y otra sorpresa agradable:  dos masajistas a nuestra disposición.  Impecable.  Un lujo que la organización haya pensado en esto.  No llegaron los mails y eso me desilusiona un poco, pero por suerte puedo escribir, aunque tengo que hacerlo dos veces porque la primera desapareció en el éter.


Estoy entero y me siento bien.  El único motivo de incomodidad es que para ahorrar peso no traje chancletas ni otro calzado que no sean las zapatillas y creo que habría hecho falta.  Las zapatillas no me las puedo poner porque están empapadas y el terreno es bastante irregular para ir descalzo, sin contar con las hormigas que me viven picando.

En el briefing nos confirman algo que se venía comentando en el campamento y que yo hubiera preferido que no fuera verdad:  El día siguiente empieza con un cruce de un río, el mismo en que nos habíamos refrescado, que tendrá unos 200m de ancho.  Hay que nadar.  Van a poner una soga para los que no estén muy seguros –yo primero en la lista- pero recomiendan no confiarse mucho porque generalmente la gente hace fuerza hacia abajo y se hunde más.  No me resulta una perspectiva agradable.



Lunes—Dia 2:  Salimos nadando

A pesar de la preocupación por el nado, duermo como un angelito.  Evidentemente el cansancio ayuda.  Cumplo con mi rutina de desayuno, ir al baño, cambiarme, armar la mochila.  La primera duda que tenía se resuelve sola:  no sabía si cruzar el río con las zapatillas puestas o guardarlas en la bolsa para mantenerlas secas.  Siguen empapadas desde ayer, igual que las medias.  No va a haber diferencia.

Tuve la precaución de traer una bolsa impermeable para guardar la mochila y todo lo demás.  Pero en mi inexperiencia –e ignorancia- no estoy seguro de si flotará.  Si flota tengo alguna chance.  Pero si se hunde yo la sigo.  A mí me cuesta mantenerme a flote 20m en la pileta, no sé como voy a hacer para nadar 200m, vestido de corredor y arrastrando lastre.

Largamos a unos 20m de la orilla y enseguida al río.  Apenas entro al agua y veo que la bolsa flota me relajo.  Al final no voy a tener problemas en cruzar el río, usando solo esporádicamente la soga, por seguridad más que nada.  Lo cruzo rapidísimo para mis estándares (2’30”) pero después tardo siglos en rearmar la mochila.  Y es que la Raidlight Evolution es una mochila fantástica por un montón de factores pero no es sencillísima de armar.  Cuando empiezo a correr veo que los que quedan son solamente los que caminan todo el tiempo.  Empiezo a pasar a varios pero cuando hago menos de 1 km se me cae la hamaca.  Paro, me saco la mochila, la ajusto y me la vuelvo a poner perdiendo otra vez tiempo.


Evidentemente hoy no va a ser un día de grandes resultados.  Así que trato de mantener un ritmo constante y voy pasando bastante gente.  En el primer puesto de control ya estoy 40º.  El recorrido es todo por la selva, ondulado pero sin grandes subidas ni bajadas, aunque siempre con algunas “sorpresas”.  Hoy tengo más confianza y puedo correr un poco más.  No me caigo, aunque estoy a punto un par de veces y le di un par de cabezazos a unos troncos que estaban cruzados.

No me cruzo con fauna grande pero tengo la extraña sensación de estar rodeado. Lo único que veo son unas mariposas enormes de colores brillantes.

Al final termino 22º en 4 hs. 33’ (incluidas las tres paradas obligatorias) para 23.38 km.  No está mal por como había empezado.

El descanso transcurre con lo que ya es una rutina:  armar la hamaca en el mejor lugar disponible, ir al río a refrescarme, almuerzo, masaje y descanso.  Todo entremezclado con charlas y aliento a los que van llegando.

En una de esas charlas aparece una noticia vergonzosa:  durante un control a Carla –la misma brasileña que el día anterior se había quejado por haberse perdido- le encontraron la mochila sin nada de comida y sin la hamaca!!  Eso confirma lo que muchos sospechábamos:  que algunos brasileños –no todos- reciben ayuda extra de la gente local.  Lamentablemente Shirley no se anima a descalificarla y se limita a aplicarle una penalidad, lo que terminaría influyendo en el resultado final de la carrera.



Martes—Día 3:  Final con sorpresa

Hoy supuestamente es la etapa más dura:  37,87 km con mucho desnivel.  La largada es otra vez cruzando un río, esta vez un poco más ancho –unos 300m-  pero ya me siento con más confianza.  Esta vez tardo mucho menos en rearmar la mochila.


Como es una etapa larga y el desnivel promete ser pesado salgo con una estrategia conservadora:  correr en las partes planas o en bajada y marchar en las subidas, por leves que sean.  Al final funcionaría a la perfección, pero no sería tan sencillo.

Casi toda la etapa es por la selva.  Aunque ya tengo más práctica, igual no es fácil correr por el suelo cubierto de hojas, con literalmente miles de troncos de todo tamaño cruzados, moviéndome continuamente en zigzag y tratando de evitar los “cables” que se me cruzan en los pies.

Los desniveles son constantes y pronunciados.  En las subidas me ayudo con palos y a veces tengo que “trepar” agarrándome del piso con las manos.  Pero lo que más me cuesta son las bajadas.  Pruebo de todo.  Primero trato de hacer “culopatín” sobre las hojas, pero me resulta incómodo y se me llena el pantalón -y lo que hay adentro- de tierra.  Vuelvo a mi método primitivo de “tirarme” contra los árboles para frenarme, pero los golpes me molestan cada vez más y me doy cuenta de que no puede ser bueno para mi cuerpo.  Hasta que hago un descubrimiento excepcional:  las lianas.  Me agarro de las lianas con las dos manos y bajo corriendo como loco unos cuantos metros hasta que cambio de liana y así sucesivamente.  Me siento un Tarzán a ras del piso.

Marcus y Ruth subiendo

La estrategia va dando resultado.  Al principio me pasan varios, pero lentamente voy recuperando posiciones.  Ya en el primer puesto de control encuentro algunos corredores que normalmente terminan adelante mío.  Antes del segundo puesto paso a un par más.  A partir del segundo puesto de control voy solo todo el tiempo.

No puedo creer la densidad de la selva.  El circuito está perfectamente marcado, pero tengo la sensación de que si me alejo 20m nunca me vuelven a encontrar.  Sigo sin ver fauna, pero los sonidos son impresionantes.  En un momento hay tantos cantos y chirridos que aturden.

Carlos bajando

En el final de la etapa pasa una de las cosas más bizarras que haya visto en una carrera.  Llego al cuarto puesto de control –después de correr más de 25 km solo- y lo veo a Marcio sentado, sin la mochila, descansando con total tranquilidad.  Me sorprendo porque él es un corredor mucho mejor que yo y no parece estar lesionado ni particularmente cansado.  No termino de saludarlo que llega Carla –la misma de todos los problemas y novia de Marcio- a los gritos pidiendo agua.  Me vuelvo a sorprender, esta vez de que me haya alcanzado en un sector con tanto desnivel.  Pero el más incómodo parece Marcio: se levanta inmediatamente, se pone la mochila y le dice a Carla que él se va adelantado, que ella lo alcance.

Lleno las caramañolas y sigo, pegado atrás de Carla.  Visiblemente incómoda me dice si quiero pasarla.  Le digo que no, que el ritmo está bien.  Es una subida leve y vamos a paso vivo, exactamente como yo quería ir.  Unos dos minutos más tarde escuchamos los gritos de Marcio “Jaguar, jaguar”.  Carla repite los gritos “jaguar, auxilio!” pero curiosamente sale corriendo hacia donde supuestamente está el jaguar, mientras mira para atrás a ver qué hacía yo.

Unos trescientos metros más adelante está Marcio, parado con un enorme cuchillo en la mano y Carla al lado.  “Hay un jaguar”, me dice.  Me parece un cuento enorme, así que le digo que si vio un jaguar debería volver al puesto de control, que está a menos de 700 m y contar lo que vio.  “No”, me dice, “sigamos con cuidado.”

Otra vez me piden que los pase, pero les digo que no puedo ir a un ritmo más rápido.  Hasta que la pendiente se hace un poco más empinada y ahí es evidente que es Carla la que no puede mantener el ritmo.  Los paso, porque a esta altura ya me están frenando, mientras me termino de convencer de que es imposible que Carla me haya alcanzado en la zona de mayor desnivel.

Cada vez oigo más distantes las voces de Marcio y Carla hasta que desaparecen definitivamente.  Pero unos 300 m antes de la llegada de la nada aparece Marcio y me pasa.  Un par de minutos atrás mío llega Carla.

Volviendo a mi carrera, fueron 7hs 4’ y terminé 10º.  Estoy hípercontento.  El Garmin marca más de 1.300 m de desnivel.

Pero no puedo dejar de pensar en estos dos.  Ya había rumores de que cortaban camino en la selva, ayudados por la gente local.  Les pregunto a un par de americanos, a los que pasé en el segundo puesto de control, si la habían visto a Carla en carrera.  Como yo los pasé a ellos en carrera y ella me alcanzó a mí, tendría que haberlos pasado primero a ellos.  Me dicen que no, que nunca la vieron.  Así que decido ir a hablar con Shirley, la directora de la carrera.  Le cuento lo sucedido y se muestra muy preocupada.  Le digo que controle los pasos por cada puesto de control y que hable con los corredores que deberían haber pasado en carrera.  Me dice que lo va a hacer y que va a descalificar a los involucrados porque están afectando la seriedad de la carrera, cosa con la que no puedo estar mas de acuerdo.

Lamentablemente, al final no hará nada.  Probablemente preocupada por la reacción de la gente local, de la que depende para la organización de la carrera.  Pero no deja de ser una mancha para una carrera que en otros aspectos tiene muchísimo de elogiable.

Dejando esto de lado, el resto del día es como de costumbre.  Aunque esta vez estamos en el medio de la selva, no hay un río cerca, por lo que tengo que usar el viejo método del desierto:  lavarme con una toallita embebida en poco agua.

Lo duro de la etapa hace que muchos corredores lleguen bien entrada la noche.  Ya empieza a haber varios abandonos.

Como hoy estamos en medio de la selva ponen guardias armados para vigilar que no se acerquen jaguares al campamento.  Escucho varios tiros, pero lo único que veo es una sanguijuela que se pegó a la pierna.




Miércoles—Día 4:  El Río

Hoy la distancia es aproximadamente la misma pero con mucho desnivel y sin cruzar ríos nadando.  Pero hay un sector de unos 2 km que hay que hacerlos por un río corriente abajo.

Salgo otra vez a un ritmo tranquilo y constante.  Me siento bien y no estoy excesivamente cansado.  Los primeros kilómetros son bastante llanos, o mejor dicho no tienen desniveles pronunciados, y se puede correr casi todo el tiempo.

A los 12 km aparece el arroyo.  Hay que meterse y seguirlo corriente abajo.  “Pueden flotar y dejarse llevar” había dicho Shirley, cosa que parece razonable.  Pongo la mochila en la bolsa impermeable y adentro.  No es tan fácil dejarse llevar.  El río está cruzado por árboles a todas las alturas:  a ras del agua que hay que saltar; por arriba, lo que obliga a bucear para pasarlos por abajo; y los peores de todos:  debajo del agua, que no se ven porque el agua es turbia, arenosa.  Si me dejo llevar me vivo golpeando.  Así que decido ir despacio:  los golpes son los mismos, pero menos violentos.  Tengo las piernas totalmente machucadas, pero me divierto como loco.


De a poco el río se va secando y se convierte en un pantano.  Esto ya no es divertido.  Trato de pisar las partes con vegetación para no hundirme, pero muchas veces no puedo evitar enterrarme hasta el muslo.  Esto no es tan divertido.


 Salgo del pantano y empieza una parte chata, para correr.  Después de unos tres kilómetros encuentro un pequeño arroyo para sacarme un poco de barro que ya se está secando y se pone pesado.  Esta parte es bastante abierta y por lo tanto soleada.  Se hace interminable.

Al final fueron 37,09 km en 6 hs 44’.  Poca diferencia con ayer a pesar de que era un día supuestamente más tranquilo.  Repito la rutina pero me voy a dormir temprano porque mañana es la etapa larga y largamos a las 4:30.  Tengo que cambiar de lugar la hamaca porque Carlos, uno de los brasileños de la organización, me advierte que hay un panal de abejas en el árbol donde la armé.  Su consejo es oportuno porque encuentro varias abejas enredadas en el pelo a pesar de que lo tengo muy corto.  A pesar de lo oportuno del consejo, me generaría otro tipo de problemas.



Jueves—Día 5:  La etapa larga

Hoy es el día clave.  Son 108 km.  Tenemos dos días para completarlos, pero normalmente lo ideal es completar estas etapas “largas” de un solo tirón por dos  motivos:  primero para tener un día entero para descansar.  Y segundo porque el reloj no para, es decir el tiempo que se dedique a descansar o dormir suma para el total de la etapa y de la general.

Esta, además tiene un desafío extra.  Hay que cruzar el quinto puesto de control (km 58) antes de las 14:30 de lo contrario hay que esperar ahí hasta las 6:00 del día siguiente, por lo que se perderían quince horas y media.  El motivo es que después viene una etapa de selva y al atardecer bajan los jaguares a alimentarse.  Obviamente la organización no quiere correr riesgos.

Mi estrategia es simple.  Llegar al quinto puesto de control apenas antes del tiempo límite, forzando si es necesario, y después tomármelo con calma.  Ir de puesto de control en puesto de control con la idea de completar todo seguido.

El inicio es complicado.  Duermo mal.  Al cambiar de lugar de la hamaca cometo el error de colocarla en un sector donde hay mucha gente de la organización que no tienen tanta urgencia por descansar y charlan hasta tarde –lo que para mí es cualquier cosa después de las 20:00-.  Pero sospecho que lo que más influye es la ansiedad.  Nunca me ha ido bien en estas etapas largas y espero tener revancha esta vez.


Concentrándome

De todos modos me levanto bien y con mucha energía.  Organizo todo y voy a la largada.  Según el briefing de Shirley hoy vamos a largar por la playa, cruzando primero por un pequeño arroyo -puro sadismo para hacernos ir por la arena con las zapatillas mojadas, pienso-, y luego alternaremos entre la calle y la playa.

Salimos puntuales a las 4:30 con linterna frontal porque obviamente es de noche.  En la playa hay señales lumínicas pero todos vamos relativamente relajados porque basta seguir la costa.  Hasta que después de poco menos de una hora de carrera, Duncan, el líder de la general y un caballero, nos reúne a los que venimos inmediatamente detrás.  Sin que nos diéramos cuenta en algún momento desaparecieron las señales.  Duncan propone que sigamos juntos por la playa hasta que encontremos señales o aparezca alguien de la organización.  Sabemos que en algún momento deberíamos dejar la playa y salir a la ruta, pero no se ve una salida entre los médanos y corremos el riesgo de perdernos.  Todos estamos de acuerdo excepto Carla y Marcio que siguen adelante pretendiendo no haber escuchado el llamado de Duncan.

Seguimos y la arena seca comienza a hacerse húmeda primero, barro después y pantano finalmente.  Esto no estaba previsto.  En el briefing nunca nos habían dicho que habría pantanos.  Evidentemente estamos perdidos pero no hay otra alternativa que seguir.

Finalmente encontramos a alguien de la organización que nos indica la salida a través de los médanos.  Ya es de día y volvemos a correr cada uno por su lado.

A los pocos minutos llegamos a un arroyo que hay que atravesar.   Es angosto, unos 10m, y hay una soga para sostenerse.  Estoy tan confiado de cruzar arroyos que entro sin ningún preparativo.  Lo que no sabía es que a pesar de angosto es bastante profundo, después del segundo paso dejo de hacer pie y caigo como una piedra.  Nada grave, salgo inmediatamente.  Pero al llegar a la orilla me doy cuenta de que perdí la linterna que llevaba en la cabeza.  Ahora no es problema, pero se me va a complicar cuando llegue la noche.  De todos modos, no es momento de preocuparme, hay mucho por correr todavía.

A pesar de todos los inconvenientes paso el primer puesto de control (km 11) debajo del promedio necesario para llegar bien al quinto puesto de control.  Cargo agua y sigo sin perder tiempo.  Se alternan partes de camino y partes arenosas, con algunas subidas y bajadas pero puedo correr casi siempre.  Llego al segundo puesto de control (km 20) con 25 minutos de ventaja sobre el promedio, estoy muy contento.  Pero acá se empieza a complicar.  Entramos en la selva.  Otra vez el camino sinuoso, el paso cuidadoso, y las subidas y bajadas.  Bajo obligatoriamente el ritmo pero estoy tranquilo por la ventaja acumulada.  Además, estoy pasando gente, lo que me motiva aún más.

En eso, Gustavo, que está enfrente mío se detiene y me pregunta si veo marcas.  Me maldigo a mí mismo porque había venido siguiendo escrupulosamente las marcas hasta que lo vi a él delante mío y me concentré en alcanzarlo.  Tengo que admitir que no, estamos perdidos.  Volvemos más de 1 km sobre nuestros pasos y ahí sí encontramos las marcas sobre una bifurcación a la izquierda.


Tratando de no perder tiempo en la selva

En el tercer puesto de control (km 29) ya perdí toda la ventaja que llevaba.  No me preocupo porque pienso que la selva me demoró y en otro terreno voy a recuperar.  Me equivoco.  Dejo el puesto de control y volvemos a entrar en la selva.  El Garmin me indica inexorablemente que voy perdiendo ritmo kilómetro a kilómetro.  Trato de acelerar el paso pero me caigo y decido que es mejor ser prudente y no perder todo torciéndome un tobillo.  Estoy un poco desanimado.  Alcanzo a Jack, que me pregunta si creo que vamos a llegar a tiempo al quinto puesto de control.  “Está difícil”, le respondo tratando de ser optimista.

Alrededor del km 40 salimos a la ruta.  Mi ritmo aumenta, pero el cansancio se hace sentir.  Además, ahora el sol me da de lleno.  Es un camino ondulado, con suaves subidas y bajadas.  Corro en las bajadas y trato de avanzar lo más rápido posible en las subidas.
Llego al cuarto puesto de control (km 50) y me dicen:  “tenés una hora y media para hacer 9 km”.  En otras circunstancias sería fácil, pero ahora siento que estoy al límite.  De todos modos no voy a dejar de intentarlo.  Por suerte es todo camino.  El sol agobia, pero el piso es sólido, aunque se repiten las subidas y bajadas.

Llego al quinto puesto de control a las 14:17, 13 minutos antes del límite.  Me abrazo con Shirley y choco palmas con los otros corredores que están ahí (Johnnie, John, Jack y Marcus) y me relajo.  El primer gran objetivo está cumplido.

Curiosamente tengo ganas de ir al baño –raro durante una etapa, pero por otra parte llevo casi diez horas corriendo- y necesito untarme con vaselina porque estoy muy paspado.  Los médicos están atentos, verificando todo lo que necesitamos.

Llega Sebastián y después Ruth, un puñado de minutos antes del límite.  En total sólo doce logramos hacerlo.


Shirley nos saca de nuestro mini descanso.  “En dos minutos no puede haber nadie acá, o se queda hasta mañana”.  Esa perspectiva nos pone en movimiento.  Yo voy muy relajado, ahora sí realmente camino y trato de disfrutar de la selva.  Hay 15 km hasta el próximo puesto de control, no tengo apuro en llegar y cuando llegue decidiré qué hacer.  Me siento fuerte, pero me viene bien bajar el ritmo.  Saco el premio que me había guardado por si conseguía pasar este puesto a tiempo:  unas cuantas fetas de jamón crudo.  Me parecen exquisitas, objetivamente son lo mejor que comí en una semana pero se siente mucho más que eso.

Lentamente voy subiendo el ritmo, tanto que los paso a Jack y Marcus.  Empiezo a quedarme sin agua cuando me alcanza Sebastián.  Se acaba la selva y salimos a un camino.  Ahí podemos correr unos kilómetros, pero ahora no hay sombra y el sol agobia bastante a pesar de que son casi las 17:00.

Al rato entramos en la playa y llegamos al sexto puesto de control (km 72).  Lo primero que hago es sacarme la mochila y meterme con toda la ropa en el mar para refrescarme.  Pregunto cómo es el camino hasta el próximo puesto de control y me dicen que son 7 km por la playa.  Me apuro a salir porque no quiero que me sorprenda la noche sin linterna.  Sebastián decide quedarse a descansar un rato.

Trato de mantener un ritmo constante pero el cansancio se hace sentir y la arena blanda no ayuda.  Empieza a oscurecer pero no me preocupo porque pienso que es imposible perderse siguiendo la playa.

Cuando ya está completamente oscuro alcanzo a alguien que avanza lentamente por la playa con una mochila.  Suponiendo que es un corredor le pregunto quién es, porque no lo reconozco.  “Soy de la organización”, me dice, “estoy colocando las marcas”.  En efecto estaba colocando las marcas fluorescentes para la noche.  “Un poco tarde”, pienso.  Le pregunto si es siempre derecho y me dice que sí, “…hasta que hay que cruzar el lago”, agrega casi al pasar.  “¿Cómo cruzar el lago?”, le pregunto con una mezcla de indignación y de sorpresa.  No me imagino cruzando un río de noche sin luz.  Hay luna llena pero no es suficiente.  “Sí”, me confirma, “hay que cruzar un lago al final de la playa”.  “Qué tan profundo”, le pregunto.  “Hasta el pecho”, me dice.

Sigo avanzando esperando que no se haya equivocado en su estimación.  No me veo nadando a oscuras.  Y tampoco puedo volver atrás más de 5 km.  Empiezo a pensar que voy a tener que pasar la noche en la playa.

Al final de la playa los encuentro a Jan y Johnnie.  Están indignados.  No ven más marcas y no saben para dónde ir.

–Hay que cruzar el lago  –les digo.
¬¬¬–¿Estás seguro?  ¿Para dónde? –me preguntan con lógica sorpresa.
–No lo sé, vamos a esperar que llegue el encargado de las marcas –es lo único que atino a decir.

Cuando llega, Jan lo quiere matar.  Hace más de una hora que está esperando sin saber dónde ir.  Aunque enseguida entiende que la culpa no es de quien pone las marcas sino de la organización.  Guardamos la mochila en la bolsa impermeable y empezamos a cruzar.  Son unos 150m y no es tan profundo, el agua me llega al pecho, aunque el fondo es barroso y tengo miedo de hundirme en cualquier momento.

Salgo del agua con frío, no fue tan agradable el baño nocturno.

–¿Ahora seguimos la playa? –le pregunto con más esperanza que curiosidad.
–Sí, quinientos metros hasta el próximo cruce.
–¿Cómo “próximo cruce”?  ¿Otro más?”, – pregunto ya sin fuerzas para enojarme.
–Sí.
–¿Y cómo es?
–Un poco más largo y un poco más profundo.
–¿Hay más?
–No, es el último hasta el puesto de control.

Llegamos a la orilla y Jan, Johnnie y el marcador van adelante rápido.  Yo trato de seguirlos pero voy más lento en el agua.  Por lo menos trato de no perder de vista las luces.

Al final serán unos 200m, pero por suerte no tuve que nadar.  Cuando llego del otro lado los perdí de vista y estoy un poco desorientado.  Veo un par de marcas y supongo que es para ese lado de la playa.  Después de poco menos de dos kilómetros llego al séptimo puesto de control (km 80).

–¿Cómo sigue? –pregunto al médico inglés y los bomberos brasileños que están ahí.
–Playa y después hay que cruzar un río.
–¡Otro más! –ya me parece que me están cargando.–  ¿Cómo es?
–Un poco más largo y más profundo que los anteriores –llega la respuesta tan temida.

Decido que ahí se acabó mi día.  Fueron ochenta kilómetros en 16 hs y 17 minutos.  Seguramente podría seguir hasta el próximo puesto de control si fuera solo correr –o caminar, a esta altura del día-.  Pero son casi las nueve de la noche, estoy sin linterna, el camino está evidentemente mal señalizado, y no estoy en condiciones de nadar.  Acá me quedo.

Hablando con el personal del puesto me preocupo un poco –y confirmo me decisión-.  Me dicen que Jan y Johnnie nunca pasaron por ahí –al otro día me enteraría de que siguieron la costa en el sentido opuesto al correcto, pero como estamos en una isla relativamente chica, igual encontraron el lugar de cruce-.  Les pido que avisen al sexto puesto de control que el recorrido no está bien señalizado y que hay riesgos de que se pierdan.  Me dicen que los otros cuatro corredores decidieron hacer noche allí, cosa que tampoco sería cierta.

Me lavo un poco en el río, me preparo una cena y pregunto a los bomberos si hay un lugar para armar la hamaca, ya que sin linterna no veo mucho.  “No”, me dicen.  “Son todos arbustos, había un solo lugar y lo usó el doctor”.  El doctor se ofrece a cederme el lugar de su hamaca pero le digo que no, que estoy acostumbrado a dormir en el suelo –en el puesto de control hay una lona sobre la arena- y que voy a dormir ahí.

En ese momento aparece Sebastián.  “¿Cómo llegaste?”, le pregunto y me cuenta una historia increíble.  Salió del sexto puesto poco después que yo y en un momento no encontró más marcas.  Hasta que vio unas luces del otro lado del río.  Era una parte bastante ancha, más de quinientos metros, pero como él es un excelente nadador –participa en carreras de natación de 20 km- no tuvo mayores problemas en hacerlo.  Solo que cuando llegó del otro lado le dijeron que ese era el puesto nueve, que había cortado camino y tenía que volver.  Así que tuvo que volver a nadar los 500 m y seguir el camino.

Después de comer algo me propone que vayamos juntos.  Le digo que no, que vaya él que es un buen nadador, yo no estoy en condiciones de hacerlo.  Se va y me pongo a dormir bajo las estrellas a 10 m del río en medio de una paz increíble, solo interrumpida por los ruidos de algunos animales entre los arbustos.

En medio de la noche me despierto para ir al baño y lo veo a Sebastián acostado al lado mío.  Está despierto.  “¿Qué hacés acá?”, le pregunto.  “No encontré el lugar de cruce, di toda la vuelta a la isla y volví al mismo lugar, así que decidí quedarme a descansar”.  Me vuelvo a dormir contento por haber tomado la decisión correcta.



Viernes—Día 6:  El último nado

Poco después de las 5:00 ya sale el sol y me despierta.  Desayuno, armo la mochila y salgo.  Trato de correr aun en las partes de arena blanda.  Después de unos 6 km veo un árbol caído interrumpiendo el paso en la playa.  Tiene una marca en una rama que está sobre el río.  No veo huellas de pisadas más allá pero igual decido seguir unos metros.  No encuentro más marcas.  Supongo que debe ser el lugar del cruce, por eso está la marca literalmente sobre el agua.

Guardo la mochila en la bolsa impermeable y empiezo a cruzar.  Es bastante ancho, calculo más de 300m.  En eso veo un barco que se acerca hacia mí, pero supongo que me verá y me esquivará.  Cuando estoy cerca de la mitad del río el barco se para a unos pocos metros y veo a alguien de la organización que me dice que estoy cruzando por el lugar equivocado.  “No importa”, trato de convencerlo, “sigo y hago lo que me falta enfrente”.  “No”, me responde.  “Estás yendo a otra isla.  Si seguís cruzando, igual vas a tener que hacer otro cruce”.

Así que tengo que volver, avanzar unos trescientos metros por la playa y volver a cruzar.  En un momento el río se hace profundo y tengo que nadar.  Avanzo muy lentamente y me canso mucho.  Además hay una pequeña corriente que me tira hacia atrás, por lo que no quiero parar a descansar.  Finalmente encuentro la mejor forma de avanzar: espalda.  Nado así unos cuantos metros hasta que vuelvo a hacer pie y salgo caminando.

En la otra orilla está el octavo puesto de control (km 87).  Recargo agua y pregunto si hay más cruces de río.  “No”, me responden llenándome de alegría.  “Es todo camino y playa desde acá”.  Y efectivamente será así.  Una etapa, o mejor dicho el final de una etapa, bastante monótono.  Corro en las partes más sólidas, marcho en la arena blanda, y cada tanto me refresco en el río.


Completo los 28 km de este día en 6 hs 3’, nada mal teniendo en cuenta que en el cruce del río habré perdido casi una hora.  En total fueron 32 hs 20’ para los 108 km porque el tiempo de descanso suma.  Llegué octavo en la etapa.  Estoy feliz, aunque no pude terminarla sin descanso, no fue por agotamiento físico ni malestar estomacal.  Al contrario, la alimentación funcionó muy bien.  Y es la primera vez que la etapa larga es la mejor de mis etapas, cuando normalmente es el contrario.


Mi lavandería



Sábado—Día 7:  El final

Nunca me gustaron las últimas etapas.   Probablemente porque pongo tanta energía, física y mental, en las etapas anteriores que me cuesta encontrar motivación para exigirme al máximo.  Además, porque estas etapas son más cortas y demandarían velocidad, algo que nunca es lo mío y menos con más de 200 km encima.  Si por mí fuera, preferiría una etapa controlada, tipo la llegada a París del Tour de France, como un desfile triunfal de todos los guerreros con sus heridas a cuestas.  

Pero no soy yo el que hace las reglas en este caso.  Así que hay que correr: 24 km por las playas del río Tapajós hasta la ciudad de Santarem.  La largada es a las 8:30 para dar un poco más de descanso a los que terminaron tarde la etapa de ayer, pero eso hace que vayamos a enfrentar más calor.  Por suerte la mochila está casi vacía, ya que lleva sólo la hamaca y algún que otro elemento no descartable. 

Largo tranquilo, pero decidido a ponerle garra.  A pesar de que es arena fina, corro porque ya no tiene sentido cuidar las piernas.  Mañana, y por varios días, hay descanso.  Así qué se corre hasta donde se puede y después se marcha. 

Trato de acercarme lo máximo posible a la orilla para encontrar suelo más firme, pero a veces la playa pasa sin sucesión de continuidad de la arena fina al barro pantanoso, lo que tampoco es muy agradable.  Además, como la costa del río es muy recortada, seguirla implica alargar el recorrido, por lo que todo el tiempo voy haciendo cuentas mentales para ver si conviene el trayecto más corto con suelo blando o el más largo con suelo más duro.  Al final, algo para mantener ocupada la cabeza. 

Otras veces es imposible evitar el pantano, y al salir cada zapatilla llena de barro más la arena que se le pega pesa una tonelada, por lo que no queda más remedio que meterse en el río, limpiarlas y seguir chapoteando.

El calor empieza a hacerse sentir bastante y hay un solo puesto de control, así que la administración del agua es importantísima.  Por suerte, hay varios cruces -sencillos- de brazos del río que nos permiten refrescarnos, aunque no hidratarnos porque el agua no es potable.  

Alrededor de la mitad de la etapa me pasa un grupo de tres corredores que nunca antes había visto mientras corría.  Los felicito y pienso que evidentemente para algunos la última etapa tiene una motivación completamente diferente que para mí.

En el km 18 me quedo sin fuerzas para correr, así que a partir de ahí es casi todo marcha excepto algún que otro tramo muy sólido que me inspira.  Hasta que al pasar una curva veo la llegada a unos 500 m.  Con todo el staff esperando no puedo entrar caminando, así que corro ese último tramo que, como enésima muestra de sadismo de la directora de la carrera, es todo arena fina y con una ligera cuesta arriba.


La llegada cura todos males.  Shirley está ahí para abrazarnos y darnos la medalla.  Infinitos abrazos con todo el staff y con los corredores que me precedieron. 


Frente a la llegada hay un bar reservado para nosotros con el almuerzo.  Me muero de las ganas de tomar una cerveza pero me contengo hasta no haber tomado por lo menos un litro de agua.  Cuando llega el momento, con Jan coincidimos en que es probablemente la cerveza más sabrosa que hayamos tomado.

A medida que van llegando los corredores se suman a la mesa.  Nos felicitamos y charlamos de todo un poco.  Pero no pasa mucho tiempo y ya estamos discutiendo cuál será el próximo desafío…


 Con Duncan, el ganador.  La remera lo dice todo.

jueves, 26 de abril de 2012

Atacama Crossing 2012

Atacama Crossing 2012
Lluvia en el desierto más seco del mundo



Los preparativos

“Nunca segundas partes fueron buenas.”  Ese pensamiento estuvo presente desde el momento en que me inscribí para el Atacama Crossing.  En rigor no era la segunda parte de nada, pero el parecido con Sables en cuanto a la distancia, formato y terreno hacía que pareciera un bis.  Otra vez 250 km, otra vez siete días, otra vez desierto y otra vez autosuficiencia.

El pensamiento no me había venido espontáneamente.  Me quedó grabado durante una conversación con Pablo Segura, un excelente corredor español, después de una de las duras etapas de Sables.  “¿Qué tal?,” fue mi frase casi de rutina que al mismo tiempo era una pregunta sobre la última etapa y sobre su estado general, y principalmente una forma de empezar una conversación para intercambiar experiencias.  “Bien, pero no debería haber venido,” contestó sorprendiéndome.  “Es el segundo año, subestimé la carrera, no entrené lo suficiente y ahora estoy sufriendo demasiado.”

Ese pensamiento me quedó grabado.  Siempre después de una carrera los corredores minimizamos los momentos duros y privilegiamos las alegrías.  En retrospectiva parece fácil, o por lo menos, menos difícil.  El riesgo de inconscientemente no enfocar la preparación con la misma minuciosidad me pareció concreto.

Por eso traté de ser todavía más cuidadoso con la preparación de lo que fui para Sables.  En Sables me había ido muy bien, el único punto negativo fue la mala asimilación de la comida durante la etapa larga, así que en el fondo decidí corregir este punto y repetir prácticamente todo el resto.  Sin darme cuenta, estaba cometiendo un error de subestimación, pero recién lo sabría durante la carrera.

En la parte física, el Teacher me dio un plan muy similar al que había funcionado tan bien para Sables y yo lo ejecuté al pie de la letra.  Costó, pero salió y valió la pena.

En la nutrición, Nutricionista afinó varios puntos:  me hizo comer en los entrenamientos lo mismo que comería en la carrera para acostumbrar el estómago.  La comida completa de la etapa larga la cambiamos por una porción de granola, más fácil de digerir durante el esfuerzo.  El resto igual:  granola para el desayuno, dos comidas liofilizadas para cada día y suplementos durante la carrera.

La logística fue una repetición del año anterior.  No pude conversar con nadie que hubiera hecho la carrera para que me comentara sus experiencias (a diferencia de Sables, donde recibí utilísimos comentarios de muchos corredores).  Conocía a una sola persona que la había hecho, pero por distintos motivos no pudimos ponernos en contacto.  Honestamente tampoco me esforcé demasiado, ni tampoco hice ningún intento por contactar a corredores desconocidos, pero que seguramente habrían estado gustosos de compartir su experiencia.  La subestimación inconsciente estaba funcionando.

Durante la preparación empiezan a aparecer algunas señales.  Lo físico cuesta, pero el cuerpo lo absorbe bien.  Le robo horas al trabajo, al sueño y a la vida social pero cumplo con el plan.  Sé que no estoy elongando lo suficiente, pero eso es un defecto congénito, no subestimación del desafío.

En la nutrición, los “ensayos” durante los entrenamientos cumplen su cometido:  al principio el estómago no quiere trabajar tanto durante el esfuerzo, pero de a poco se va acostumbrando y deja de quejarse.

Es en la logística donde se ven algunas “grietas”.  Primero, las polainas.  Decido comprar unas nuevas y veo que Raidlight lanzó un nuevo modelo “desert” color blanco.  Me parece una excelente idea que sean blancas porque absorben menos el calor y decido comprar esas en lugar del modelo común, ya conocido.  Además, son más livianas, así que ni lo pienso.  Pero cuando llegan veo que son de una tela extremadamente delgada y parecen muy frágiles.  Dudo, pero al final pienso que “si las hacen estos tipos que son expertos en el desierto, deben estar bien.”  Seguimos subestimando.

Después, la mochila.  Es la misma que había llevado a Sables y que tiene la medida ideal, además de ser extremadamente liviana y adaptarse perfectamente al cuerpo.  Pero tiene un defecto, que Híperatleta me había advertido y yo desconsideré:  es una mochila para una sola carrera.  Yo la había traído “entera” de Sables y ni pensé en cambiarla.  Pero al volver de uno de los últimos entrenamientos sin querer veo que tiene varias costuras abiertas.  Me preocupo en serio.  La pesadilla de que se rompa durante la carrera y no pueda seguir me atormenta, y no tengo tiempo para comprar otra. Dientes se apiada de mí y la repara minuciosamente para que sobreviva por lo menos hasta el final de la carrera.

Pero lo más extraño llega diez días antes de la largada, cuando ya prácticamente había terminado el entrenamiento y estaba de viaje.  Recibo un mail de la organización que dice literalmente:  “Atacama, el desierto más seco del mundo donde no ha llovido por cientos de años, ha sufrido una serie de lluvias extraordinarias en las últimas dos semanas. (…) Como el suelo del desierto es extremadamente seco, le cuesta absorber el agua por lo que se han desbordado algunos ríos e inundado áreas de la carrera.  (…)  Vamos a hacer lo posible por aislar el piso de las carpas, pero es probable que esté húmedo. (…) Es importante estar preparados para lo peor.”

Este panorama no me resulta nada alentador, por decirlo suavemente.  Primero por lo desconocido.  No es que me preocupe la lluvia en sí.  De hecho, la prefiero mil veces al calor.  Pero en una carrera de este tipo es fundamental estar preparado mentalmente, y yo creía haberme imaginado todos los problemas que me podían aparecer, y pensado formas de superarlos.  Pero nunca pensé en la lluvia.

De todos modos, no puedo hacer mucho.  Lo único que me preocupa seriamente es que no se moje la bolsa de dormir.  El resto del equipo va en bolsas ziplok, por lo que aunque se moje la mochila no le va a pasar nada.  Además, por la experiencia de Sables, no llevo ningún tipo de colchón o aislante para el piso y ahora es demasiado tarde para cambiar de idea.

Finalmente agrego sólo dos cosas al equipo: un par de bolsas tipo consorcio para aislar la mochila en caso de lluvia, y mis preocupaciones.



La previa

El viernes 2 de marzo viajo a San Pedro de Atacama.  Obviamente voy con las zapatillas puestas y el resto del equipo como equipaje de mano .  Estoy ansioso por el temor a que la sanidad de Chile me impida entrar con la comida liofilizada, pero por suerte paso los controles sin problemas.

A pesar de que la distancia no es enorme, el viaje es largo.  De Buenos Aires a Santiago, de ahí a Calama, y de Calama a San Pedro de Atacama más de una hora en una camioneta.  En la camioneta van varios corredores, me pongo a charlar con un japonés que naturalmente está mucho más cansado que yo por el viaje.

San Pedro es un lugar encantador, todo color arena.  Calles, veredas y edificios, viejos y modernos.  Pero yo estoy para otra cosa, ya habrá tiempo de pasear.  Lo único que veo del pueblo es desde la ventanilla de la camioneta.  Llego al hotel justo para la cena y a dormir.

El sábado por la mañana es el control del equipo y a las 15.00 ya dejamos en el hotel todo lo que no sea estrictamente para la carrera y nos vamos al primer campamento.

Ya al llegar hay señales de tormenta.  Un grupo de llamas viene a darnos la bienvenida, mientras vemos rayos y oímos truenos por todos lados, pero la lluvia espera hasta que estemos instalados en la carpa. Por suerte me toca un grupo fantástico:  dos cordobeses, un mejicano, dos brasileños, un chileno y tres españoles, uno de los cuales me reconoce de Sables.  El clima es muy distendido y enseguida empiezan las bromas.  Vicente,  el español que me conocía, se cambia de ropa y Jacquie, la brasileña, aprovecha para sacarle una foto del culo.

Las carpas son mucho más cómodas que las de Sables.  Verdaderas carpas con cuatro paredes, y lo suficientemente altas como para poder pararse en el centro.  Pero no tienen doble techo y me aterroriza el hecho de que se empiecen a formar goteras.  Por suerte la organización está muy atenta y empieza a colocar dobles techos de nylon.

Para seguir con las sorpresas vienen a decirnos que estemos preparados para evacuar el lugar porque la tormenta eléctrica se está acercando y como las carpas tienen soportes metálicos pueden atraer los rayos.  Así que es posible que tengamos que salir corriendo hacia un lugar más seguro y esperar  a que pase la tormenta bajo la lluvia.  Empiezo a preguntarme si no estaré en la carrera equivocada.

Por suerte es una falsa alarma y la tormenta pasa.  Pero al salir vemos al personal de la organización construyendo un “dique” para detener un caudal de agua que viene avanzando sobre las carpas.  Dantesco.

Finalmente ninguna de las graves amenazas se concreta y podemos cenar e irnos a dormir tranquilos.  El suelo transmite frío por la humedad y mi único “aislante” es la bolsa de residuos, que pese a todo cumple bien su cometido.  No paso frío y puedo dormir decentemente.









Navegando entre las rocas

Llega el gran día.  Desayuno, acomodo las cosas y empiezo a prepararme.  Hoy son 33 km con poca arena y mayormente en bajada.  Estamos a 3.200 m y vamos a terminar a 2.600 m.

En lo que sería una constante todos los días, nos dicen que hubo que hacer pequeñas modificaciones en el circuito a causa de la lluvia, por ejemplo que al largar hay que AC12-165.JPGdoblar inmediatamente a la izquierda para evitar una zona inundada.  Al final de la charla un miembro del equipo japonés da su himno de largada con ropas típicas.

¡Largamos!  Como siempre trato de mantener un ritmo sólido, pero parejo.  Al principio veo que me quedo un poco atrás pero no me preocupa.  La etapa es larga y la carrera mucho más.

El terreno es de arena compacta, con muchas piedras sueltas y algunos arbustos, duros y secos.  A los 20’ de carrera sin querer rozo uno de estos arbustos con el pie, me engancho y me caigo.  No me pasa nada, pero cuando me levanto me quiero morir:  la polaina izquierda está completamente rasgada.  No sirve para nada.

Un poco más adelante me alcanza Cristian, uno de los cordobeses, y Jacquie.  Vamos casi juntos por un buen tramo, pasándonos uno al otro, pero sobre todo pasando a otros corredores de a poco.  En un momento Jacquie me pasa muy rápido y se para de golpe 200 m más adelante para orinar.  Pienso en sacarle una foto para dársela a Vicente pero no tengo ganas de parar.

Después del primer puesto de control el terreno se pone más interesante.  Entramos en un cañón color cobre y corremos por lo que parece el lecho de un río seco.  El calor empieza a hacerse sentir.  Después del segundo puesto de control el camino se hace cuesta arriba, muy suave pero constante.  Trato de correrlo todo, pero llega un momento en que tengo que alternar dos minutos de trote por uno de caminata.  El estómago se queja un poco (supongo que el calor lo hace trabajar demasiado), pero nada del otro mundo.  Voy contando mentalmente las calorías ingeridas, me alegra ver que el plan se está cumpliendo a rajatabla.

La última parte es por un camino de tierra.  Esto me desilusiona un poco ya que le saca algo de “aventura” a la carrera.  Pero es lo que hay.  Finalmente cruzo el arco en 3 hs. 54’ para 31,5 km según el Garmin.  En la llegada me dicen que soy el 31º, algo más atrás de lo que esperaba.

Al llegar a la carpa me encuentro con Vicente y David, los dos españoles, Jason, el brasileño, y Sergio, el chileno.  Vicente llegó primero y David tercero.  Están todos muy contentos.  Ahí me entero que hice exactamente un 50% más de tiempo que Vicente, lo que me pone de excelente humor a mí también.

Comemos, nos lavamos un poco y vamos esperando a los demás.  Otra vez vuelve la tormenta pero esta vez lo que domina es el viento:  tenemos que “asegurar” la carpa con piedras porque un par de carpas de la organización salieron volando.  Por suerte también conseguimos nylon para hacer un buen sobretecho porque aparentemente vuelve la lluvia.

Una de las cosas más molestas, tal vez por lo inesperado, es la cantidad de moscas.  Que el calor fuera agobiante, tanto dentro como fuera de la carpa, era sabido.  Y la lluvia es una sorpresa positiva y refrescante, en la medida que no moje el equipo.  Pero las moscas no se me habían cruzado por la cabeza, y ahora no puedo sacármelas de encima.  Además, como estamos sucios y seguramente la ropa tiene restos de alguna bebida o gel nos persiguen a todos lados.

Mi ocupación fundamental esta tarde es tratar de reparar la polaina, ya que mañana va a haber bastante arena.  La “reconstruyo” como puedo con cinta hipoalergénica (a falta de un material mejor) y ruego que se mantenga.



Los estrechos cañones

El lunes en la charla previa nos dicen que el circuito tuvo que ser alterado a causa de las lluvias.  No vamos a poder pasar por el túnel inca ni cruzar el valle de la muerte, sino que lo vamos a ver de lejos.  Al rato recibimos otra mala noticia:  Guillermo, el mejicano, abandona porque tiene dolores muy fuertes en los pies.

Largamos y a los pocos kilómetros empezamos a bordear un río con unas piedras bastante grandes.  Voy con mucho cuidado para no torcerme un pie, a pesar de que me pasan bastantes corredores.  Además, tenemos que cruzar el río una y otra vez por lo que trato de que no se mojen mucho las zapatillas.  Iluso.  Más adelante tendré el agua hasta la rodilla.  Miro mi polaina y está otra vez desarmada:  lógico, la cinta con la que la arreglé era de papel y no resistió al agua.

Dejamos el río atrás y empiezan unas cuantas dunas y luego un camino en subida donde puedo ir bastante rápido y superar a algunos.  Dentro de todo, al estar mojadas las zapatillas entra menos arena.  Hasta que llegamos a la “cima” y tenemos que bajar por una duna muy empinada.  Es muy divertido, pero no hay forma de evitar que las zapatillas tengan toneladas de arena.  Un poco más adelante está el segundo puesto de control y tengo que parar a sacarme la arena.

Pero la bronca de la polaina se ve que me hizo bien.  El terreno es sólido y bastante llano y me siento bien para correr.  Voy pasando a varios corredores.  Me sorprendo al alcanzar a Sergio, que viene caminando.  Me dice que tiene un problema estomacal, nada serio, pero se quedó sin fuerzas.  Lo dejo y trato de seguir aprovechando mi buen momento.

Pero a los pocos kilómetros viene otra sorpresa.  Volvemos a cruzar un río con agua hasta la rodilla y dudo unos momentos porque no encuentro marcas.  Y cuando las encuentro viene la parte complicada:  el terreno.  Se hace blando, algo que yo nunca había visto:  a simple vista parece sólido aunque bastante irregular, con picos como una torta de merengue.  Y al pisarlo parece exactamente eso:  merengue.  Se “rompe” la capa superior y el pie se hunde en un material blanduzco que no llega a ser barro, porque no es húmedo.  Para completarlo, la consistencia también es muy irregular, con sectores completamente sólidos y otros donde la pierna se hunde casi hasta la rodilla.  E imposible de distinguir antes de apoyar el pie, por lo menos para mí.

Así que no queda más remedio que caminar con cuidado.  Me siento muy frustrado porque estoy con energía, pero no hay nada que hacer.  Paciencia.

Los últimos cuatro kilómetros son por un camino de tierra así que puedo volver a correr.  Paso a alguno que otro y al final llego 27º, mucho mejor de lo que pensaba.  Fueron 4hs. 59’ para 36 km según el Garmin.

En la carpa ya están Vicente (otra vez primero) y David (segundo).  Estamos al lado de la laguna Cejar, una laguna muy salada donde es imposible hundirse y se pueden ver algunos de los famosos flamencos rosas (para ser honesto, yo vi solo tres, muy de lejos).  Nosotros no podemos entrar a la laguna porque no tendríamos cómo sacarnos la sal de encima, pero hay varios turistas bañándose lo que, otra vez, no nos hace sentir tan “perdidos” en el desierto y le saca un poco de aventura.



El sendero de los Atacameños

El martes decido salir sin polainas.  En realidad, más que decidir me resigno.  Están demasiado rotas y además se me despegó buena parte del velcro de las zapatillas.  Otra subestimación por no haberme preocupado en informarme mejor:  aunque la mayoría recomienda coserlo, como a mí me había ido bien en Sables con el velcro pegado, hice lo mismo acá.  Pero no tuve en cuenta (porque no me preocupé en averiguarlo) que hundir las zapatillas en la tierra salada corroe todo lo posible.  Y así me quedé sin velcro y sin polainas.

El principio de las carrera es otra vez por el salar, o sea el “merengue”, pero está vez con arbustos altos hasta la cintura.  Es una situación muy cómica:  todos caminamos levantando mucho las piernas y hundiéndonos en el barro.  Vamos tan lentos que no nos separamos y por cuatro o cinco kilómetros tengo a los líderes a menos de 100 m.  Esta vez no me siento frustrado por el terreno.  Al contrario, pienso que el comenzar lento me ayuda porque entro suavemente en calor sin perder posiciones y luego voy a correr mejor.

Cuando termina el salar viene una parte llana donde se puede correr y la disfruto.  Me siento bien.  Pero ahí otra vez la sorpresa:  el merengue.  Otros 10 km más o menos.  No hay nada que hacer:  chapotear en el barro.  Inclusive mientras voy “corriendo” me cruzo con alguien de la organización que vino en moto y se enterró.  Obvio que ni le pregunto si necesita algo.  Un par de kilómetros más adelante me cruzo a otros dos que vienen a pie trayendo agua para los más necesitados.  Admirable.

Llego al último puesto de control y empiezan las dunas.  Me obligan a llevar 2,5l de agua, lo que me parece lógico porque el calor se hace sentir.  Me siento bien y trato de mantener un buen ritmo, pero se me llenan las zapatillas de arena y tengo que parar a cada rato a vaciarlas.  Paso gente cuando corro y me vuelven a pasar cuando paro.  Así por varios kilómetros, frustrante.  En el tramo final veo un río abajo y pienso en sacarme las zapatillas justo antes de cruzarlo.  Pero el sendero es tan angosto y tengo gente tan pegada atrás que no puedo pararme.  Tengo que cruzar el río con las zapatillas llenas de arena (una tonelada cada una) y sacármelas del otro lado mientras veo como me pasan.  Finalmente los vuelvo a alcanzar.  Los últimos metros son de una subida muy empinada y los hacemos juntos con el único al que no pude volver a pasar.

En conclusión fueron 40 km en 6 hs. 29’.  Creo que llegue 28º en la etapa, no está mal, y sobre todo mi tiempo fue solamente un 31% arriba del ganador, otra vez Vicente.  Muchos dicen que esta es la etapa más dura.  Para mí más que dura fue pesada, porque hubo pocas oportunidades para correr.



Las infames salinas

El miércoles no empieza muy bien.  Los primeros 15 km son de pura arena y yo sin polainas sufro mucho.  Tengo que pararme infinidad de veces a sacarme la arena.  Alrededor del kilómetro 5 empiezo a sentir como si tuviera una piedrita en la zapatilla izquierda.  Trato de sacármela mientras corro pero no puedo.  Al final paro, me saco la zapatilla y la media y veo que tengo una ampolla de unos 2 cm de diámetro.  Creo que es mejor curarla antes de que se ponga peor, así que saco el “kit de ampollas” (suerte que era obligatorio, si no no lo hubiera traído para ahorrar peso), me limpio con alcohol en gel y me ponga una curita especial.  A partir de ahí siento alguna molestia pero puedo seguir sin problemas.

Obviamente me pasan muchos, pero no puedo hacer nada.  Recupero algo, paro a sacarme la arena y me vuelven a pasar.  Igual, recupero bastante.  A partir del kilómetro 15 el terreno se pone más duro, se puede correr en un 80% y recupero un poco más.  En el kilómetro 22 hay un puesto de control y desde ahí supuestamente otros 17 km de salar, o sea “merengue”.  Pero por suerte esta vez estaba bastante duro y se podía trotar, aunque con cuidado para no torcerse un pie.  Al final son 39 km en 5 hs. 52’ y llego 28º levantando los brazos con otro Roberto, Rivola, un suizo-italiano simpatiquísimo.



Hoy el campamento está al lado de dos “piletas” naturales, por suerte de agua dulce, así que podemos entrar y sacarnos un poco de la suciedad.  Me meto como estoy, con ropa y zapatillas para que todo se limpie un poco.  La sensación de frescura es impagable, pero el agua está bastante estancada, así que cambio el olor a transpiración por olor a podrido.  Por suerte, todavía no se pueden poner olores en los relatos, no sabe lo que se pierde querido lector.


Cuando me saco las zapatillas y las medias la curita que me había puesto estaba en cualquier lado y tengo una llaga enorme en toda la parte posterior del talón.  Voy a la enfermería y me cubren con una especie de curita de gel para sellarla.  La verdad molesta mucho más ahora que estoy parado que cuando corría.


El terreno donde está el campamento es particularmente irregular, y veo que se me va a complicar dormir sin colchoneta.  Por suerte, Cristian y Ricardo están de acuerdo y se demuestran maestros en alisarlo.  Primero Cristian con un martillo, y después Ricardo con la pala dejan el terreno como para sembrar soja.







La marcha larga

El jueves es sin duda el día más importante.  Primero por la distancia:  80 km.  Segundo porque prácticamente es la última etapa:  luego viene un día de descanso (si uno consigue acabar la etapa en un día) y el sábado son menos de 20 km, lo que a toda lógica no puede ser un problema.  Además, a mí nunca me ha ido bien en los “ultras” (más de 42 km seguidos) y esta etapa la tomo como una revancha.  Fue la que preparé más cuidadosamente.

En la charla previa nos dicen que la distancia se redujo a 74 km a causa de los problemas de la lluvia y que el terreno es bastante sencillo, con alguna duna larga empinada, pero no grandes dificultades.  Mejor, porque hoy es esencial conservar energía.  Mi atención pasa por dos puntos:  1) administrar bien la energía, no exagerar con el ritmo; y 2) mantenerme bien alimentado con productos que sean “suaves” para el estómago.  A último momento se me agregó el problema de la ampolla, pero sinceramente con la zapatilla bien ajustada no me molesta.

Los primeros 30 km son corribles, con piso duro y pocos desniveles.  Me mantengo a un ritmo tranquilo. Calculo que voy entre los 35 primeros, lo que me parece razonable porque siempre recupero al final y espero hacerlo más en esta etapa larga.  Incluso algunas referencias me dicen que el ritmo es el correcto:  recién en el kilómetro 25 alcanzo a Ricardo que generalmente termina atrás mío.

En el kilómetro 30 hay un puesto de control y ahí cambia el terreno.  Primero un salar, pero esta vez duro.  Trato de seguir corriendo porque no estoy para nada cansado pero el terreno me parece complicado y no quiero torcerme un pie.  Curiosamente la ampolla me empieza a molestar cuando camino:  trato de reconfortarme pensando que debe ser porque al correr apoyo más la parte anterior del pie.  Aprovecho también para hacer cuentas sobre la alimentación y veo que todo está bajo control.

Unos 7/8 km más adelante aparece la famosa duna.  Es realmente empinada, tanto que hay huellas de algunos que la han hecho zigzagueando.  Después de la duna viene otro salar bastante duro, es imposible correr pero el paisaje es realmente lindo, casi lunar.  Otra duna en bajada y un puesto de control.

No me preocupa haber caminado estos 15 km.  Pienso que en algún momento tenía que descansar y mejor haberlo hecho en este terreno casi imposible de correr.  Además, no pierdo ninguna posición.

En el puesto de control del kilómetro 45 paro unos minutos y me preparo 100g de granola, como previsto.  Siento un poco de calor pero me digo que es normal:  deben ser las 13:30 y vengo de cruzar un salar bajo el sol.  Decido comer la granola mientras camino para ganar unos metros y luego seguir caminando unos 20 minutos para no forzar la digestión, teniendo en cuenta lo que me había pasado en Sables.  El terreno es llano, se puede correr tranquilamente.  Después de esos 20’ empiezo a trotar pero me siento completamente sin fuerzas.  Igual sigo trotando unos kilómetros, pero bastante lento.  De golpe siento ganas de ir al baño así que no tengo más remedio que alejarme un poco del camino y cumplir con la naturaleza.  Sigo trotando lentamente.  Tan lento que ahí sí me empiezan a pasar algunos y noto que voy prácticamente al mismo ritmo trotando que caminando activamente.  Así que decido caminar para ahorrar fuerzas y retomar el trote más adelante.  Logro hacerlo, alternando trote y caminata, pero me siento absolutamente sin fuerzas.

Llego al 5to. puesto de control (kilómetro 55), lleno las caramañolas de agua y trato de trotar un poco, ya que el terreno es llano.  Voy así unos kilómetros hasta que vuelvo a caminar, pero ya no tan activamente.  A esta altura empiezo a sentir la mochila y a maldecir cada alfiler de gancho que llevo de peso.  A  pesar del cansancio me parece que el 6to. (y último) puesto de control llega antes de lo previsto, pero ahí empieza lo peor.  Hay una subida por un camino cubierto de sal, nada del otro mundo, pero a mi me parece estar escalando el Everest. 

No tengo absolutamente nada de fuerzas.  Repaso la alimentación y veo que llevo ingeridas 2.600 cal., perfectamente en línea con el plan.  Camino a un ritmo totalmente cansino, sin poder pensar en nada que no sea poner un pie delante del otro y esperar que en algún momento aparezca la llegada.  Doy vueltas en la cabeza tratando de encontrar la causa de sentirme tan débil.  Pienso que a lo mejor me deshidraté sin darme cuenta, así que paro para forzarme a orinar y veo que por suerte la orina es un poco mas oscura de lo normal, pero nada del otro mundo, y sobre todo límpida, igual que cuando terminaba cada etapa.  Eso me tranquiliza un poco pero no me da fuerzas.  A esta altura me van pasando varios corredores, inclusive Ricardo (que hizo una excelente etapa, demostrando que es un gran ultramaratonista) y Jacquie.

Voy por un camino de tierra por el Valle de la Muerte.  El paisaje es muy lindo, aunque yo no tengo ganas de apreciarlo y me molesta ir por un camino en lugar de campo abierto.  Además, me cruzo con turistas y eso de desagrada todavía más, pero evidentemente no estoy del mejor humor.

En un momento aparece la llegada.  No tengo fuerzas para nada.  Me siento apenas cruzo la línea y me ayudan a sacarme la mochila que me está taladrando los hombros.  Descanso un buen rato y junto fuerzas para ir a la carpa.


El tiempo en sí no es malo (11 hs 45’, apenas un poco más del 50% arriba de Vicente que es otra vez primero), pero llego 50º y supongo que pierdo bastantes posiciones en la general.  Igual lo que más molesta es no tener claro dónde estuvo el error.

A pesar de haber llegado tan mal me recupero relativamente rápido.  Como, me hidrato mucho, me cambio (pero no me lavo porque se largó una tormenta bastante fuerte), voy a la enfermería a que me saquen la media porque solo no puedo y me quedo profundamente dormido.  Cada tanto me despierto con dolores de piernas o porque el talón roza con algo, pero igual consigo dormir mucho.

Cuando me despierto veo que Dolo ya está en la carpa.  La felicito, pero me dice que no pudo terminar la etapa.  Como la lluvia era muy fuerte y había tormentas eléctricas primero los obligaron a esperar en el quinto puesto de control, y luego los recogieron con vehículos y los trajeron al campamento porque consideraban peligroso que siguieran.  Está un poco decepcionada pero al poco tiempo le vuelve la alegría:  vienen a informarle que la organización les da la posibilidad de completar la etapa, tiene que estar lista en media hora.  Se prepara como si fuera una etapa cualquiera, y aunque alguno de nosotros le insinúa que deje algo de peso en la carpa, ella no acepta:  “La voy a hacer como corresponde”, dice con absoluta convicción.

El día es un poco monótono.  Además, siento que es un poco inútil estar ahí.  Al día siguiente vamos a correr 15 km, ¿para qué tanto descanso a esta altura?  Si iba a haber un día de descanso me parece más lógico que hubiera estado más a mitad de competencia.  Aparte, como estamos a pocos kilómetros de San Pedro de Atacama, algunos familiares vienen a visitar a los corredores, lo que para mí es totalmente contrario al espíritu de la carrera.  De todos modos, sabía que era así y no tengo mucho que hacer:  aprovecho para mantener la ampolla en remojo un rato y vuelvo a la carpa donde Vicente demuestra que es casi mejor contador de chistes que corredor.



Los últimos pasos a San Pedro

El último día es simplemente una fiesta.  Regalamos a los lugareños todo lo que no necesitamos.  Nos sacamos todas las fotos recordatorias y nos preparamos para el último esfuerzo.  Finalmente serán solo 8 km.

Me imagino que todos van a salir “disparados” y así es.  Yo hago exactamente lo contrario.  Nunca fue mi fuerte la velocidad, pero además pienso que no tengo nada que ganar en esos 8 km y acelerar demasiado es acortar la duración de una carrera que, aunque dura y que quiero hacer en el menor tiempo posible, también sé que voy a extrañar cuando no la tenga más.

Cristian me espera para que hagamos juntos los últimos 4 km.  Entramos al pueblo y buscamos la llegada atrás de cada curva.  Pienso en Dientes que me está esperando y me da fuerzas para ir un poco más rápido.  Finalmente no sé si veo primero la llegada o escucho el grito de Cristian, que viene más emocionado que yo.  Cruzamos la meta abrazados.  Tarea cumplida.

Al final serían 238 km en 33 hs 51’, un 42% más que Vicente, y quedé 31ª.  Me había ilusionado con algo mejor, pero no está mal.




Epílogo

Después de abrazar a Dientes (que tolera todos mis olores) lo que más quiero es comer una porción de pizza que la organización preparó para los corredores.  Como con desesperación, a pesar de que no tengo hambre: es por probar algo diferente después de una semana a geles y comidas liofilizadas.  Cada encuentro con otro corredor es una excusa para otra porción.  Me gustaría complementarla con una buena cerveza, pero a pesar de los esfuerzos de Dientes no se puede tomar alcohol en la calle, así que esperará hasta que lleguemos al hotel. 





A la noche es la entrega de premios.  Una buena ocasión para una despedida tranquila de aquellos con quienes hemos compartido en una semana más que con otros compartimos en una vida entera.  Todo es alegría.  Pero el punto culminante es la entrega del primer premio a Vicente:  lo levantamos y lo hacemos volar por el aire.  Nada nuevo para él, que ya voló toda la semana.