Transalpina 2013
Al borde del abismo
-"Si
corremos tenemos una esperanza" -le digo a Dientes en una mezcla de
aliento y súplica. Llevamos más de una hora y media de bajada por
senderos trabados que nos están haciendo perder toda la ventaja ganada en la
subida inicial. Según la organización todo este tramo habría que hacerlo
en media hora. Calculo que faltan un par
de kilómetros al puesto de control y tenemos pocos minutos para completarlos
antes del tiempo límite. Ya estaba
empezando a preocuparme seriamente, pero al ver que el sendero termina en un
camino abierto espero que podamos correr y alcanzar el milagro.
Dientes
arranca con todas sus fuerzas pero a los pocos metros se frena y me mira con
cara de decepción sin decir una palabra. Hay otro desvío y otro sendero
en medio de un bosque. Sin decirle nada paso al frente para tratar de
marcar un ritmo más fuerte pero al mismo tiempo miro de reojo para no alejarme
demasiado. El sendero es empinado, zigzagueante, angosto y surcado por
raíces. El esfuerzo de los días anteriores y de las más de cinco horas
que ya llevamos hoy hace difícil levantar las rodillas. Empiezo a pensar
que nuestras posibilidades son mínimas. ¿Será posible que tanto esfuerzo
y tantos meses de entrenamiento terminen así, en la mitad de la tercera etapa?
Mi desilusión es grande, sería la primera vez que no completaría una
carrera. Pero más aún por Dientes. Me duele que su primera gran
carrera termine así, después del empeño, la ilusión y el esfuerzo que puso
todos estos meses. No cruzamos palabra, pero creo que comparte mis
pensamientos. Sus piernas siguen adelante, pero su expresión es triste,
casi desolada.
Los orígenes
No
sé muy bien cuando empezó todo, pero en algún momento hablando de las carreras
que me gustaría hacer le comenté a Dientes sobre la Transalpina, una carrera de
ocho días cruzando los Alpes desde Alemania a Italia con más de 250 km de
extensión y unos 15.000 m de desnivel positivo total. Como es obligatorio
correr en equipos de dos, Dientes me propuso que la hiciéramos juntos.
Acepté enseguida pero le advertí que iba a tener que entrenar como nunca
lo había hecho, lo cual no la desanimó en lo más mínimo.
Por
el contrario, empezó a hacer lobby para que se unan más amigos. Y así, a principios de diciembre estábamos
tomando un café con el Teacher para que nos organizara el entrenamiento los
Pinta y nosotros, ya inscriptos como "Los Argento" y
"Panteras" respectivamente.
A
pesar de la intensidad, el entrenamiento me resulta muy llevadero por poder compartirlo
con amigos, algo nuevo para mí. Dientes, la Rubia y Pinta un poco
sorprendidos al principio por el volumen, pero lo llevan adelante estoicamente.
Una vez por mes programamos una carrera en la sierra para complementar la
chatura de B.A. (4 refugios, Tandil, Sierra de la Ventana, Yacanto). Y
cuando no hay carreras nos vamos a Tandil simplemente a entrenar y a
aprender a usar los bastones.
La antesala
Un
par de días antes de la largada ya estamos en Oberstdorf, un pintoresco
pueblito del sur de Alemania. Recogemos los kits, principalmente la
cartografía y un bolso enorme donde tenemos que poner todo lo necesario para
los ocho días y que la organización nos transportará de etapa en etapa. Estamos muy ansiosos y excitados. Pero
en la cena encontramos alguien más excitado que nosotros: un italiano que
pasó su infancia en Argentina y que está chocho de poder hablar en porteño.
Al final tenemos que cortar la conversación si no corremos el riesgo de quedarnos
ahí.
El
viernes es muy tranquilo. Organizar el bolso, hacer alguna compra de
último momento -principalmente pan y fiambre para prepararnos unos sandwiches
con los que nos premiaríamos en los momentos calientes de cada etapa- e ir al
campamento. La organización permite que uno duerma en hoteles o en un
campamento que ellos organizan. Supuestamente se trataría de gimnasios de
escuelas, con baños, duchas y electricidad para cargar los aparatos
electrónicos.
El
de Oberstdorf está muy bien. Además, como somos de los primeros en llegar
ocupamos un buen lugar y podemos usar unas colchonetas del gimnasio muy amplias
y cómodas (decididamente mejores que nuestros aislantes).
La
pasta party -una ceremonia que se repetiría cada día alrededor de las 17:30- es
muy concurrida pero está bien. Se hace un poco larga porque desfilan
todas las banderas, leen todo el reglamento en alemán e inglés, le dan lugar a
los patrocinadores, etc., etc. Nos enteramos de que somos 340 equipos,
la mitad de los participantes alemanes y, según la organización, sólo cuatro
argentinos. Esto nos entristece un poco porque sabíamos que había un
quinto argentino, Marcelo, que venía arrastrando una lesión en el tendón de
Aquiles. Evidentemente no estaba en condiciones de correr. Mientras
escuchamos nos entretenemos mirando a un bebé que sube y baja las escaleras
gateando a una velocidad increíble sin cansarse nunca. Estamos
convencidos de estar viendo a un próximo ganador de la carrera.
Lo
más interesante viene al final: el briefing del director de la carrera describiendo
en detalle cada tramo del recorrido del día siguiente -que además recibimos en
cartografía de alta calidad con el kit de la carrera-, la elevación, tiempos de
corte y pronóstico climático.
Primer día: "Entrada en
calor"
Oberstdord-Lech: 34,6 km,
2.083 m de elevación, 8:30 h para completarla
Duermo
bastante bien, aunque entrecortado. No soy muy sensible a los ronquidos y
el apoyar las piernas encima del bolso reduce sensiblemente mi dolor del
piramidal. Pusimos el despertador 7:45 porque hoy largamos a las 10:00,
pero a las 6:30 Dientes me sacude "Rober, ¿estás dormido?". No
me imagino qué se le ocurre que puedo estar haciendo a esa hora, acostado y con
una máscara tapándome los ojos, pero llego a balbucear "ya no".
-¡Están
todos levantados! -me dice con cierta preocupación. Abro lentamente los
ojos y veo que efectivamente el campamento es un hormigueo. Enfrente
nuestro un par de españoles están todavía armando sus mochilas y sus bolsos
-hay tiempo hasta las 9:00 para entregar el equipaje que no se va a usar en la
carrera.- Trato de explicarle que
nosotros ya tenemos todo listo y que lo único que tenemos que hacer es
desayunar, ir al baño y guardar la bolsa de dormir en el bolso. Pero ya
estoy desvelado.
El
desayuno es mucho más ordenado que la pasta party, principalmente porque somos
sólo los doscientos del campamento y no los más de seiscientos que participamos
de la carrera.
Hoy
la etapa no parece de las más difíciles. Son 34,6 km con unos 2.000 m de
elevación y tenemos 8:30 h para completarla. Al principio hay unos kilómetros
relativamente llanos, luego una subida importante y después el terreno se pone
ondulado en bajada. El tiempo es agradable y no debería desmejorar.
Cuando
estamos llegando a la largada alguien me llama. Es Marcelo. Nos
alegramos mucho al verlo ya que lo hacíamos fuera de la carrera. Se ve que la
organización no puede contar hasta cinco.
Listos para la aventura
Largamos
por el centro de Oberstdorf con la consigna de no dejarnos llevar por la masa y
buscar nuestro ritmo. Pero se hace difícil. Después de poco más de
diez minutos Rubia dice que se siente cansada y que le falta el aire.
Justo en ese momento el Garmin me marca 5'52" para el segundo
kilómetro. Le digo que es un ritmo un poco rápido para empezar, que se
relaje y busque un ritmo cómodo. Para Dientes y para mí la conversación
termina ahí, pero Pinta tendría que hacer de sicólogo toda la etapa.
Entramos
en un sendero en subida y empezamos a usar los bastones. Dientes marca el
ritmo y yo trato de asegurarme de que no se pase de vueltas, que se hidrate,
alimente, etc. Nos cruzamos varias veces con un español que se lamenta
de que su compañero se siente mal y no puede seguirle el ritmo. Estamos
animados y de buen humor, aunque Dientes viene súper concentrada.
Primer
puesto de control en 1h 45', una hora menos del tiempo límite. Eso nos da
confianza. Pero no podemos relajarnos. El puesto está muy bien.
Agua, isotónicos, geles, frutas frescas y secas, fiambres, bizcochuelos,
panes.
Seguimos
subiendo. Los paisajes son cada vez mejores. En algún momento
cruzamos a Austria, pero no nos damos cuenta cuándo.
Termina
la subida dura y empieza el sector ondulado.
Los paisajes siguen siendo impresionantes, pero no podemos disfrutarlos
del todo porque tenemos que tener los ojos en el terreno.
Finalmente
entramos en una zona relativamente llana y empezamos a ver los carteles que nos
anuncian la distancia a la llegada. 5 km, 4 km, 3 km. Pero luego
desaparecen y enseguida vemos en el piso escrito "1.000 m". Le digo a Dientes que no prestemos atención y
sigamos concentrados. Abajo en el valle se ve el arco, pero creo recordar
que tenemos que rodear el pueblo antes de llegar, por eso prefiero pensar que
falta.
Para
nuestra agradable sorpresa no. Hay un camino que corta el valle y nos
lleva directamente al arco. Y en uno de los tantos detalles que tiene
esta carrera vemos una alfombra que lee nuestro chip unos 300 m antes de la
llegada. Esto le permite al locutor saber quién está llegando y
anunciarlo por altoparlante. Una inyección más de adrenalina.
7
h 29’, una hora menos que el tiempo límite. Nos tiramos en unas reposeras
y tomamos -tomo- una cerveza sin alcohol que nos ofrece la organización.
La comida no es abundante, como en los puestos de control o todavía
menos.
Estamos
en Lech, Austria, un elegante pueblo de esquí. Es el único lugar de la
carrera donde no hay campamento así que tenemos reservado un hotel, que no
sabemos dónde está. Cuando nos reponemos decidimos ir directamente a la
pasta party. Mientras comemos recibimos un mensaje de los Argento que
también llegaron bien pero fueron primero al hotel. Cenamos, vamos al
hotel a ducharnos y nos reencontramos para el briefing.
Rubia
esta con un humor un poco peor que el imitador de Timerman en el programa de
Lanata. No hay nada que le venga bien. Que no está bien entrenada,
que está haciendo un papelón, que tiene ganas de abandonar, etc., etc.
Obviamente todas cosas sin sentido, pero mejor no tratar de contradecirla en
este momento. A dormir, que mañana será otro día.
Segundo día: "Fácil"
Lech-St. Anton: 24,7 km,
1.899 m de elevación, 7:00 h para completarla
En
los papeles el segundo día es el menos complicado. "Sólo" 24,7 km,
pero con 1.900 m de desnivel, siete horas para completarlo. Además bien
descansados porque dormimos en hotel. Son muchos kilómetros menos que
ayer pero casi el mismo desnivel, en poco tiempo nos vamos a dar cuenta de que
subestimamos este dato.
Hoy
la salida es en tres grupos con 5' de diferencia entre cada uno. Naturalmente, nosotros estamos en el último.
La principal preocupación es el clima. El pronóstico dice frío y
probabilidad de lluvias. Decido salir abrigado: calza larga, remera
térmica y campera impermeable.
Rubia
por suerte se despertó con un renovado entusiasmo. Tuvo una charla con el
director de la carrera que entre otras cosas le dijo que después del tercer día
la cosa se ponía bastante menos complicada.
Más adelante nos daríamos cuenta de cuánta razón tendría.
A
partir de hoy "Los Argento" tienen un tercer integrante: Poty,
el español que reclamaba por su compañero, se sumó a ellos ya que su compañero
no sigue en carrera (la organización permite que si uno de los integrantes del
equipo abandona, el otro siga en carrera, pero sólo si se suma a otro equipo.
Nadie puede correr solo).
Largamos
tranquilos y después de un par de kilómetros llegamos a un cuello de botella.
Empieza la subida por un sendero y estamos estancados. No podemos hacer
nada, paciencia y a subir siguiendo el ritmo del de adelante hasta que el
camino se abra.
El
primer puesto de control está al final de la trepada. Otra vez llegamos
con mucha ventaja. Ahora empieza la bajada, así que deberíamos ir sin
problemas. Pero en esta carrera no es posible relajarse. La bajada
es empinada y está completamente embarrada. Al principio cuesta
negociarla, tanto que en algún caso termino haciendo culopatín. Pero cada
vez se pone más empinada y peligrosa, y tenemos que bajarla con pies y manos de
frente a la montaña.
Avanzamos
lenta y discontinuamente porque adelante nuestro se frenan y es imposible
pasar. De todos modos, tenemos mucha ventaja acumulada y llegamos al
segundo puesto de control -al final de la anteúltima bajada- con un buen
margen.
En
el puesto de control nos dicen que los tiempos límites se extendieron diez
minutos por las condiciones climáticas. Acá abajo la situación es mucho
mejor. Tanto que pienso en desabrigarme. Pero veo las nubes que
cubren la montaña que vamos a enfrentar y decido sacarme solamente los guantes.
Menos mal.
Seguimos. Empieza otra subida, empinada pero caminable. Vamos a un ritmo razonable. Hasta que el sendero se termina y tenemos que empezar a trepar. Viene un sector con cuerdas fijas que en el momento nos parece apenas un poco complicado pero en las fotos se vería muy expuesto. La organización, impecable, tiene una persona controlando y si es necesario ayudando a que todos pasen ese sector en forma segura.
Seguimos
por un sector de rocas donde tenemos que trepar con pies y manos. El
tiempo empeora. Llueve y el viento se hace sentir a esa altura.
Quiero ponerme los guantes pero no me entran con las manos húmedas e
hinchadas, por lo que apoyar las manos en las rocas heladas es un suplicio.
Quiero salir de ahí lo antes posible.
Mientras
tanto Dientes se obsesiona con que se le zafó un alfiler de gancho de su
número. Tiene miedo de perderlo. Trato de convencerla de que siga
pero no hay caso. Tenemos que parar, en medio al viento y al agua nieve,
a gatas haciendo equilibrio entre las rocas, para tratar de arreglarlo.
Por suerte llevo alfileres de repuesto. Pero desengancharlas y
volverlas a enganchar con las manos heladas es todo un desafío.
Todo
termina y la subida también. Empezamos a bajar, por suerte no es tan
técnico, así que podemos avanzar razonablemente. De todos modos, ya
perdimos toda la ventaja que traíamos. Un par de kilómetros antes del
tercer puesto de control entramos en un sendero zigzagueante por un campo
bastante amplio, casi como una pista de esquí no muy empinada. Pasamos a una pareja y de pronto a él –es una
pareja mixta- se le ocurre empezar a cortar camino. Baja derecho en lugar de hacer el zigzag del
camino. Es en estos momentos donde mi
racionalidad se va al diablo. Sigo el
zigzag, obviamente, pero sin perder de vista al tramposo. De golpe nos aproximamos a un choque. El viene bajando recto. Yo vengo por el camino y no pienso frenar,
nos quebraremos una pierna pero no le voy a ceder el paso al tramposo. A último momento él decide frenar. La escena se repite un par de veces. Lo curioso es la actitud de las mujeres
atrás. Dientes me dice –ruega- que tenga
cuidado. Con toda razón. La pareja del tramposo le dice algo en un
idioma que no entiendo –creo que Afrikaans-, y al final él decide usar el
camino correcto. No habrá sido la crisis de
los misiles en Cuba, pero a nuestro nivel estuvimos cerca.
Llegamos
al último puesto de control con lo justo. Nos dicen que nos lo tomemos
con calma, pero no me queda claro qué quiere decir eso. Así qué le digo a
Dientes que corra. Y corre como si fuera la última vez. El camino
es amplio y en ligera bajada. Pasamos a varios equipos. Cuando estamos
llegando a St. Anton los que ya terminaron nos miran con incredulidad.
Estamos corriendo a 5'/km. Llegamos en 7 h 9', un minuto antes del
supuesto límite.
Un
pequeño descanso, un cerveza sin alcohol, y vamos al campamento. Otra vez
muy bien. Un gimnasio muy grande con buenas duchas, buenos baños y el
salón comedor al lado, separado por una cortina gigante. Nos bañamos, nos
acomodamos, vamos a cenar y le mandamos un mensaje a los Argento, suponiendo
que habían decidido ir a un hotel. Pero no. Aparecen para cenar
juntos y a la obvia pregunta de "¿cómo les fue?" Rubia responde
como si nada: "Bien, pero creo que estamos descalificados."
Habían hecho 7 h 28', en principio más del tiempo límite. Tratamos
de tranquilizarlos, diciéndoles que si estuvieran descalificados los habrían
parado en el tercer puesto de control, o en el peor de los casos se lo habrían
dicho en la llegada. Todo muy lógico,
pero yo no estaría tranquilo y ellos no lo están. Lo más sorprendente es
que Rubia está infinitamente más serena y satisfecha hoy, que supuestamente
corre el riesgo de estar descalificada, que ayer que ese riesgo no existía.
Misterios de la mente. El que no tiene paz es Pinta, que casi no
habla, pero sufre interiormente porque sostiene que cometió un error de cálculo
y que de no haber sido por eso habrían llegado a tiempo.
Finalmente
todo se aclara: se publica la clasificación y "Los Argento"
están adentro, así como muchos otros que llegaron bastante más tarde. Evidentemente la organización tuvo en cuenta
que las demoras por el mal tiempo fueron de mucho más de los diez minutos que
habían estimado inicialmente.
La
cena está muy bien, con algunos detalles de color como “bienvenidos a St.
Anton” impreso en cada una de las manzanas que nos dan, o los trajecitos a la
moda –tirolesa- de las autoridades del pueblo.
El briefing para el tercer día no es nada alentador. La estructura de la etapa es muy sencilla: subida, bajada, subida, bajada. Todo muy empinado. Son 38,4 km y 3.000 m de desnivel. Pero el director insiste varias veces en que hay tramos muy "técnicos" -lo que para nosotros se traduce en pérdidas enormes de tiempo-, y en que los que no se sientan capacitados para enfrentar sectores peligrosos mejor que abandonen en el primer puesto de control.
Tercer día: día "D" -difícil?,
descalificados?
St. Anton-Samnaun: 38,4
km, 2.975 m de elevación, 11:00 h para completarla
No
duermo bien. Sufro más que de costumbre los ronquidos a pesar de los
tapones en los oídos. Tanto que en un momento de la noche me levanto a
despertar a uno que estaba serruchando medio Amazonas. Se calma, pero a
los dos minutos vuelve. Y para colmo empiezan a imitarlo. Paciencia.
Largamos
como siempre tranquilos, con un poco de ansiedad por ver qué nos deparan esos
tramos que el director había descripto como "peligrosos". Pero
decididos a enfrentarlos serenamente. Yo uso los guantes de correr de
Dientes porque uno de mis guantes de montaña quedó en la trepada de ayer.
Suerte que ella tenía dos pares.
Enseguida
empieza la primera subida. Vamos bien, a ritmo, los cinco prácticamente
juntos. Son caminos anchos y no hay nadie que nos frene.
Llegamos
al primer puesto de control que está a mitad de la subida con un buen margen.
Los Argento siguen mientras nosotros aprovechamos para ir al baño.
Seguimos. La subida se pone empinada y en algunos casos vamos por
cornisas, pero no hay cuerdas. Llegamos al paso en un tiempo más que
razonable. Además, con la alegría de que
un fotógrafo encontró el guante que perdí el día anterior y me lo entrega.
En filita hasta el paso…
El
director de la carrera está ahí, controlando. Nos dice que tengamos
cuidado con las bajadas, que vayamos tranquilos que no va a haber problemas. Y así es. Las bajadas son complicadas,
hay cuerdas en varios tramos, vamos lentos pero seguros que es lo importante.
El tiempo pasa pero no me preocupo. Estoy seguro de que vamos a recuperar cuando
la bajada se haga menos empinada y podamos trotar. Además, como el
segundo puesto de control está en un pueblo justo al final de la bajada,
supongo que tendremos cuatro o cinco kilómetros de camino para correr
tranquilos, si fuera necesario.
…y llegamos
Pero
no es así. Pasan los minutos y los kilómetros -estos mucho más
lentamente- y la bajada sigue siendo empinada y trabada. Estamos
perdiendo toda la ventaja que teníamos acumulada. Dientes se da cuenta y
pregunta ansiosa cómo venimos. Trato de tranquilizarla -y tranquilizarme-
diciéndole que siga así, que ya vamos a recuperar cuando el camino se abra y
podamos trotar. Por otra parte sé que está haciendo el máximo esfuerzo. Estamos pasando equipos en una bajada técnica,
cosa que nunca hacemos. Ir más rápido no sería seguro y arriesgaríamos
una lesión.
Bajando con cuidado
Cuando
faltando unos dos kilómetros entramos en el bosque nos quedan pocas esperanzas.
No hay margen para recuperar pero no vamos a bajar los brazos. Voy
adelante para tratar de marcar un ritmo un poco más rápido pero no me ánimo a
mirar el reloj. Finalmente salimos a un camino y enseguida cruzamos la
alfombra roja que está unos 200 m antes del puesto de control. El hecho de que esté
todavía instalada me hace pensar que no levantaron el puesto. Pero
Dientes no quiere hacerse ilusiones.
Entramos
al puesto corriendo como desaforados. Encaro directamente a uno de los
muchachos de la organización:
-No
voy a mirar el reloj, decime que estamos adentro -le digo para que no
dude.
Mira
su reloj con cara de pocos amigos y nos responde:
-Pero
no tienen tiempo de comer nada, tienen que salir ya.
-Cargamos
agua y seguimos -respondo sin ningún interés en contradecirlo mientras manoteo
un par de bananas que comeré caminando.
Dientes
está exhausta. Me dice que necesita un descanso. Le digo que sí,
pero que espere a que vayamos a un lugar más reparado, alejado del puesto de
control. De hecho cruzamos el pequeño pueblo y entramos en un sendero
boscoso que es el comienzo de la subida. En la primera oportunidad
paramos para comer el sándwich tan merecido, hacer pis y tomarnos un respiro.
Además de agotada, Dientes está desanimada. No sabe si tiene las
fuerzas para encarar otra subida y otra bajada que prometen ser iguales o
peores que las que acabamos de hacer. Y además corriendo contra el reloj.
Le
digo que si quiere abandonar, no hay problemas. Volvemos al puesto de control
y mañana seguimos la carrera -la organización permite que los que abandonan
hagan las etapas siguientes, pero no se los reconoce como
"finishers"-. Me dice que no, que quiere seguir, pero no sabe si
va a poder. Está triste. Le digo
que vamos a seguir y vamos a hacer la etapa.
En
eso nos alcanzan dos personas de la organización. Vienen
"barriendo" el recorrido. Su trabajo es ir atrás del último
corredor levantando las marcas y controlando que todo esté bien. Nos
vuelven a preguntar si estamos bien y si queremos seguir. Nos dicen que
viene una subida con un desnivel de 1.400 m y que estamos cortos de tiempo.
Vuelvo a preguntarle a Dientes qué quiere hacer y con los ojos llenos de
lágrimas me dice que quiere seguir. Le digo que seguimos, que vamos a
estar bien. No es fácil convencer a la gente de la organización, pero
aceptan nuestra determinación.
Seguimos.
La subida por ahora no es muy empinada pero no vamos muy rápido.
Quiero que Dientes recupere el aire, no es momento de apurar.
Igual, viene preocupada por el esfuerzo que queda por hacer, el tiempo
que pasa y, como ella los llamaría, la "guadaña", o sea las dos
personas que vienen cerrando la carrera.
En
eso el sendero se abre un poco y más adelante vemos unos corredores.
"Son los chicos", le digo reconociendo a los Argento y Poty.
Eso le cambia el humor y acelera un poco el paso. Con un renovado énfasis lanza una de sus
frases maradonianas: “Al que me venga a
decir algo de esta carrera, lo mando a hacer los mandados.”
Tardamos
un buen rato en alcanzarlos. El
cansancio de todos es evidente, como la preocupación por cumplir con el tiempo
límite. Además la guadaña sigue ahí
atrás. Nos comunicamos por monosílabos,
no sea cosa que desgastemos energías.
La
subida se hace un poco más empinada y Dientes se queda un poco. Sé que está agotada físicamente pero también
la sensación de esa subida infinita y la posibilidad de no llegar le juegan en
contra sicológicamente. De todos modos,
pienso que si seguimos a ese ritmo no vamos a llegar, así que decido darle un
sacudón de energía. La tomo de la mano y
la empiezo a “tirar” para subir. Cada
tanto se queja de que le duele el brazo, pero pone toda la garra para seguir el
ritmo.
El
camino se termina y empiezan las piedras.
Ya no es cuestión de caminar sino prácticamente de treparse. Dientes, reanimada, marca el ritmo y ya
divisamos el paso. Llegamos. Ahora es todo bajada. Un rápido cálculo me dice que deberíamos
estar bien. Además el camino es abierto,
no son los senderos trabados de la primera bajada. La guadaña nos pide que apuremos un poco el
paso, pero les digo que necesitamos guardar piernas para los días que
siguen. Lo lamento por ellos que nos
tienen que esperar, pero para nosotros con llegar un minuto antes del corte es
suficiente. Lo entienden.
Llegamos
al último puesto de control y es todo alegría.
Comemos bien, nos dicen que sigamos tranquilos que todo el camino es
sencillo. Ya prácticamente somos un solo
equipo de siete: Panteras, los Argento,
Poty y los dos de la guadaña.
Poco
antes de la llegada la guadaña nos adelanta y nos pone una cinta en la llegada
para que la cortemos como si fuéramos los ganadores, que en cierto sentido
somos. Llegamos en 10 h 29’, media hora
antes del tiempo límite. Últimos, pero
en una etapa durísima donde quedaron eliminados muchos equipos.
Estamos
muertos, pero felices. Por un momento la
alegría puede más que el cansancio. En
este pueblo está todo muy separado y hay que tomar colectivos para ir de un
lado al otro. Decidimos ir a comer
primero y después a bañarnos y dormir, sin esperar el briefing. Tomamos el colectivo, subimos a un teleférico
y llegamos al restaurante. Comemos bien
y rápido y bajamos para ir al campamento.
Abajo nos encontramos con la sorpresa de que los traslados no están
funcionando. El primero recién llega en
una hora, que es cuando se supone que termina el briefing. Pero la gente local nos ve en las condiciones
que estamos y de algún lado hacen aparecer una comby que nos lleva.
El
campamento está muy bien, pero ya lleno de gente. Encontramos un buen lugar, nos duchamos,
preparamos las cosas para el día siguiente y nos vamos a descansar. Yo antes doy una mirada a la próxima etapa y
veo que debería ser bastante menos complicada.
Casi la misma distancia, pero muchos menos metros de elevación y no
parece haber ningún sector técnico.
Conversando con algunos corredores que asistieron al briefing nos
confirman eso.
Cuarto día:
Nuevas sensaciones
Samnaun-Scuol: 37,1 km,
2.064 m de elevación, 9:00 h para completarla
Hoy
arrancamos con un tramo relativamente llano y enseguida otra vez subida, pero
mucho menos empinada que ayer. Dientes
evidentemente siente el esfuerzo del día anterior, pero como recién es el
principio y hoy supongo que no debería haber problemas de tiempo –aunque no me
puedo confiar después de las dos últimas experiencias-, creo que es mejor
dejarla entrar en ritmo tranquila. Estamos
literalmente últimos, con la guadaña atrás, pero ya somos amigos y vamos
haciendo bromas.
Después
de poco más de una hora Dientes cambia el aire y empieza a acelerar el
paso. El camino es bastante más abierto
que los días anteriores y podemos trotar y empezamos a pasar a varias parejas.
Venimos
mucho más relajados y disfrutando de los paisajes y el buen tiempo. Sacamos varias fotos, contamos cuántos
parapentes hay dando vueltas, etc.
La
llegada es de película. Scuol es un
típico pueblo suizo con las casas llenas de flores, y para llegar hay que
cruzar un puente enorme con montañas llenas de bosques enfrente.
Al
final completamos una de las mejores etapas:
8h 33’, otra vez media hora menos que el tiempo límite, pero lo más
importante es que nunca corrimos con ansiedad, siempre mantuvimos nuestro
ritmo.
La
sorpresa vendría al final de la etapa. El
clima es muy bueno. Unos pocos minutos
atrás nuestro llegan los Argento.
Algunos amigos que llegaron antes nos dicen que el campamento es muy
feo. Una pareja de españoles nos dice
“son cuchetas”, como diciendo no es lo más cómodo pero no es el fin del
mundo. Otros cuentan historias de
terror, diciendo que hay gente que se pelea por dormir en los camiones que
transportan los bolsos porque es menos malo.
Después de comer algo vamos todos juntos al campamento. En el camino cruzamos algunos corredores que
van cargando el bolso, e indignados nos dicen que se van a dormir a un
hotel. Nos preguntamos por qué si van a
gastar unos 200 euros en un hotel no gastan 10 en un taxi, pero no tenemos
respuesta.
Cuando
llegamos, la situación es realmente peor de lo que esperábamos. Es un búnker, literalmente. En Suiza existen bunkers antiatómicos y
evidentemente nos habían prestado uno para los corredores. La entrada asusta: una escalera de hormigón
que baja –obvio que un búnker tiene que estar enterrado- a una puerta de acero
de unos 15 cm de espesor. Adentro, más
que cuchetas se trata de un palomar. El
espacio para cada uno es de unos 70 cm de ancho por 70 cm de alto por unos 2 m
de profundidad. Imposible estar todos
ahí. Por suerte, muchos se van a dormir
a los camiones, otros simplemente al aire libre y otros buscan hoteles. Al final tenemos cuatro o cinco espacios para
cada uno de nosotros.
Las
duchas son en una pileta enfrente, muy bien.
En el camino a la pasta party preguntamos en dos o tres hoteles pero
ninguno tiene disponibilidad. Al final
decidimos que es mejor quedarnos ahí y descansar que perder tiempo buscando
hotel. Personalmente sería una de las
noches que mejor dormí.
Si hay un bombardeo, nosotros seguros.
La
pasta party desmitifica la organización de los suizos. Parece el chiste del infierno italiano. Primero se les acaban las ensaladas. Después, la pasta, pero por suerte vuelven
con más, en tandas, hasta que se les acaba del todo. Y cuando casi nos estamos yendo aparece el
postre: helado. Como muchos ni se
enteraron termino comiendo cuatro.
Quinto día:
Sprint
El
quinto día tiene un formato completamente distinto. Es un “sprint” –para la elite-, o un día más
descansado para los comunes mortales.
Son 6 km con poco menos de 1.000 m de desnivel. Todo en constante subida. No hay que llevar ningún elemento obligatorio
ni es necesario que los dos miembros corran juntos –a nosotros obviamente ni se
nos ocurre ir separados-.
Además,
en lugar de largar todos juntos se larga en formato “contra reloj”: cada 20” larga un equipo, comenzando por los
últimos clasificados y terminando por los primeros. Los últimos –que son los primeros- son nada
menos que los Argento!! A Pinta le da un
poco de vergüenza, pero igual se afeita para salir bien en las fotos. En cambio a todos los demás nos parece súper
divertido (nosotros no tenemos mucho que hablar, ya que somos los terceros en
largar, o sea antepenúltimos). Obvio que
en esta cuenta no entran todos los que abandonaron, que ya son muchos. Como ya se perdieron dos veces en uno de los circuitos mejor marcados que conozco, los cargamos
diciéndoles que todos los vamos a seguir y nos vamos a perder con ello. Pero se cuidan de que eso no pase.
Tardamos
alrededor de una hora y media en completar la etapa y llegamos a un centro de
esquí con unas vistas espectaculares y en un día soleado fantástico.
Hoy
estamos descansando y disfrutando.
Además, nos damos el gusto de ver a los primeros que corren casi toda la
etapa. Impresionante.
El
pasta party hoy es almuerzo, en el mismo centro de esquí. Comemos y bajamos por el teleférico otra vez
a nuestro búnker –al que ya le estamos tomando cariño-. Nos duchamos y aprovechamos un rato en la
pileta del gimnasio. Como hoy no hay
cena, vamos a un restaurante y nos sentimos un poco más humanos.
Sexto día:
Corremos
El
recorrido del sexto día otra vez parece no tener tramos muy técnicos, aunque el
director insiste en que hay tramos muy expuestos y que hay que tener
cuidado. –A esta altura nos parece casi
norteamericano en la forma de advertir de los peligros, que no percibimos
mientras corremos, pero que sí veríamos al repasar las fotos-. También nos dice que es la etapa más linda y
en esto no se equivoca.
Largamos
con varios kilómetros en una suave bajada.
Yo no quiero correr riesgos y sugiero que tratemos de salir a un ritmo
un poco más alto porque me parece que después del segundo kilómetro se puede
angostar y formarse tapones. Por suerte
no es así.
Vamos
tranquilos, pero nuestro ritmo es bueno.
El “descanso” de ayer nos vino bien.
Empieza la subida, ahora sí hay algunos tapones, pero cuando se liberan
retomamos un buen ritmo. Pasamos los dos
primeros puestos de control sin problemas y llegamos a un lugar
espectacular: una galería cavada en la
roca durante la guerra para contrabandear entre los pueblos. Un paisaje alucinante.
De
frente cruzamos a varios ciclistas.
Difícil entender cómo se hace para no matarse bajando por un sendero tan
angosto, lleno de piedras y sin defensas.
Hoy
hay varios sectores para correr y los aprovechamos. Empezamos a cruzarnos con equipos que nunca
habíamos visto en carrera. Después otra
trepada y a seguir por un filo de la montaña entre dos lagos. Otro paisaje impresionante.
Llegamos
muy bien en 6 h 54’, más de una hora y media antes del límite. El relator que está en la llegada nos carga
diciendo que si la carrera durara un mes terminaríamos ganando. Un poco exagerado, pero se nota que estamos
progresando.
El
campamento hoy está muy bien. Otra vez
el gimnasio de un colegio. Pero la
verdadera sorpresa positiva es la cena.
Otra vez hay que tomar un teleférico para llegar a un centro de
esquí. Pero apenas llegamos en la mesa
ya hay servida una entrada espectacular de fiambres para cada uno. Apenas la terminamos llega la pasta: un plato gigante mitad penne con tomate y
mitad lasagna a la bolognesa. Y de
postre yogur con frutos rotos. De lo
mejor.
Al
final otra vez la ceremonia de premiación.
Y con otra linda sorpresa. En la
categoría “Equipo que más ha mejorado” ganan los Argento. Premio, foto, y el derecho a largar con los
líderes el día siguiente.
Bajamos. A preparar las cosas para mañana y a dormir.
Séptimo día: El que se quema con leche…
Normalmente
pongo el despertados dos horas y cuarto antes de la largada. Esto me da tiempo más que suficiente para
vestirme, desayunar, armar el bolso, ir al baño y llegar a la largada tranquilo. Pero de todos modos termino despertándome
antes porque en el campamento hay movimiento desde temprano.
Hoy
es un día relativamente tranquilo en ese sentido. Oigo un par de alarmas, pero inmediatamente
las apagan y no hay casi movimiento.
Vuelvo a dormirme, o por lo menos a quedar entredormido. Pero a los pocos minutos empieza a sonar otra
alarma. Casi como una alarma de
incendios. Y no para. Pienso que el responsable habrá ido al baño y
se la habrá olvidado, ya volverá. Pero
no para. Los españoles empiezan a
putear. Y sigue. A mí se me escapa un “pero qué hijo de
p…!” Y sigue. Hasta que Dientes me susurra “Es Pinta”. Me corro apenas la máscara de los ojos y
efectivamente lo veo a Pinta medio dormido inclinado sobre el teléfono tratando
de acertar con el dedo al lugar donde se para la alarma. Finalmente lo consigue pero ya estamos todos
despiertos.
La
etapa de hoy no me gusta. No porque sea
particularmente difícil, sino porque la única parte difícil está al final, con
una subida y una bajada técnicas, después del tercer puesto de control. Y es en este tipo de terreno donde
normalmente perdemos tiempo. Por lo que
tenemos que llegar con margen al puesto de control del km 29, pero al
mismo tiempo fuertes para encarar un tramo duro.
Para
colmo, cuando ya estamos en la línea de largada a Dientes se le rompe un cordón
de la zapatilla. Maldigo a Salomon y al
inventor del kevlar, pero no hay tiempo de ir a buscar el otro par. Más allá del tiempo que perderíamos sería
prácticamente imposible encontrar el bolso.
Se lo arreglo como mejor puedo y espero por un lado que no se zafe y por
el otro que Dientes que se olvide del tema.
Por suerte se cumplirían las dos cosas.
Salimos
con un poco de neblina pero enseguida se despeja y descubre unos paisajes
impresionantes. Dientes arranca un poco
lenta pero después toma ritmo y va a un ritmo envidiable, completamente
focalizada. Hizo mucho esfuerzo hasta
acá y no va a dejar que se le escape la carrera. Llegamos al tercer puesto de control con 1 h
30’ de ventaja, pero no se relaja.
Empieza
la subida dura y su ritmo sigue siendo impresionante. Me preocupa que no se pase, pero la veo bien.
Sólo
cuando llevamos un par de kilómetros de bajada y ve que no es excesivamente
técnica se relaja un poco y aparece una sonrisa. La etapa está bajo control.
Llegamos
en 8 h 47’, mantuvimos la hora y media de ventaja que llevábamos en el tercer
puesto de control. Le estamos tomando el
ritmo a la carrera.
Hoy
el campamento vuelve a ser una vergüenza.
Es en el estacionamiento de un hotel.
Y lo peor es que hay una sola ducha con agua caliente para todos los que
estamos ahí. Un desastre, pero me lo
tomo con filosofía. Siento que la carrera
está a nuestro alcance.
La
pasta party también es bastante desorganizada.
La comida no es mala, pero se les acaba el pan. Increíble el contraste con el día anterior.
Octavo día: el final
Sulden-Latsch: 39,8 km,
1.897 m de elevación, 9:30 h para completarla
El
último día no es ningún regalo. Es una
etapa casi reflejo del día anterior: una
subida y una bajada bastante duras al inicio y después casi todo en bajada, con
bastantes tramos para correr. Estoy
tranquilo porque sé que venimos bien y el hecho de tener lo más difícil al
principio nos da margen para recuperar en el peor de los casos. Y obviamente no vamos a aflojar en la última
etapa.
Dientes
viene muy bien, pero no consigue relajarse.
Está tensa como en los días en que veníamos mal con el tiempo. Trato de convencerla de que estamos muy bien,
que no hay nada de que preocuparse, que disfrute de los últimos kilómetros de
la Transalpina, pero no hay caso.
Pinta
en cambio es un hombre con una misión:
quiere salir del último lugar en la clasificación. En realidad no es el último puesto porque
montones de equipos abandonaron, pero él quiere ganarle a un equipo
clasificado. El anteúltimo le lleva unos
20’ de ventaja. Una diferencia
alcanzable. Pinta les dice a Rubia y
Poty que en la bajada van a acelerar con todo.
Por algún motivo, esto no le gusta a Poty y dice que entonces él acelera
en la subida. Se va.
Llegamos
al punto más alto del día y de la carrera:
3.110 msnm. Tiempo apenas de
hacer una foto y seguir.
Empieza
una bajada muy técnica primero y por un sendero trabado después. Es increíble el progreso que hizo Dientes en
las bajadas. Está mucho más segura y
baja mucho más rápido. Tiene razón el
locutor que si la carrera siguiera un mes llegaríamos mucho mejor clasificados.
Hacemos
varios tramos junto con Marcelo y su compañero.
En un momento vamos por un sendero complicado y ellos vienen atrás
nuestro. Me doy vuelta para decirles si
quieren que les dejemos paso y me tropiezo.
En una fracción de segundo calculo que si caigo para adelante termino
encima de Dientes y nos lastimamos los dos.
Así que pego un salto para el costado y caigo parado unos dos metros
abajo del sendero. Dientes, que no se
había dado cuenta de nada hasta el momento, me mira sorprendida pero se tranquiliza
al verme entero y parado.
Alcanzamos
a Poty que viene lesionado. Le digo que
se relaje, que caminando va a llegar tranquilo.
Lo mismo trato de decirle a Dientes, pero no hay forma de que se relaje.
El
tramo final es por caminos de asfalto entre sembrados. No termina más. Hasta que en un momento aparece el arco. Dientes saca la bandera argentina, se sube a
caballito mío y así cruzamos la meta.
Felices. Vienen los Pinta a
abrazarse con nosotros. Misión cumplida!
Conclusión
Personalmente
ha sido una experiencia fascinante.
Principalmente por la oportunidad de compartir con Dientes y con los
Pinta, lo que le dio un contenido decididamente especial. Además porque es una carrera encantadora,
exigente, con paisajes increíbles y con una organización casi perfecta, con un
par de errores, serios, pero no más de un par.
Y porque si bien no corrí al máximo de intensidad, no estoy acostumbrado
a correr tantas horas por día tantos días seguidos. Y eso no sólo suma cansancio sino que resta
horas de descanso. Y hace que todo se
tenga que hacer a las apuradas. Una
nueva experiencia.
En
lo puramente deportivo más que satisfecho.
Primero porque terminamos, volvemos con la medalla, que era el
objetivo. Y decididamente no un objetivo
sencillo, como bien lo comprobamos en la segunda y tercera etapas, si hubiera
hecho falta. Fueron 59 horas 19 minutos
de carrera. Terminamos 72º de 105
equipos mixtos, y 254º de 337 en la general.
En las dos últimas etapas terminamos 65º y 63º, en neta mejoría. A lo mejor, si duraba un mes ganábamos…
Los
Argento llegaron un par de posiciones atrás, y con dos equipos clasificados
detrás de ellos. Pinta puede dormir
tranquilo.
Al final, nos hicimos amigos de la guadaña…
Otra
desafío cumplido, otra carrera terminada.
Y pese a lo que dijeron en la cena posterior, sospecho que gané tres
cómplices para alguna aventura futura.
Muy buena crónica y fotos, Roberto. Una experiencia de vida fantástica, y fue muy bueno compartir esos tramos con compatriotas. Y todos FINISHERS! Felicitaciones!!
ResponderEliminarMarcelo Tordomar.-