Corriendo contra el clima
Los preparativos
"¿Donde está el límite?" es el lema del ultrafondista español Josef Ajram. Y aunque mi límite está seguramente bastante antes del de Josef, creo que es una buena síntesis de lo que me impulsa a mí -y sospecho que a la gran mayoría- de los ultramaratonistas aficionados.
Ya que nuestras condiciones y en muchos casos nuestra edad nos impiden aspirar a alguna de las clásicas propuestas del atletismo –“citius, altius, fortius”-, decidimos inconscientemente agregar un cuarto factor, resistencia. Y entonces nos dedicamos a buscar siempre pruebas más difíciles, para demostrarnos que somos capaces de cumplirlas.
Este año la “resistencia” se traduce para mí en la "Mountain Ultra," una carrera con formato similar a Sables pero en sólo cinco días, sin diferencias en la distancia, lo que hace cada etapa más larga. Y con el agregado de ser en terreno montañoso, corriendo casi todo el tiempo por encima de los 3.000 msnm. El nombre de la organización (“Beyond the Ultimate”) y su lema (“Nothing tougher”) prometen ser una buena medida para la resistencia. Y si bien toda empresa tiende a exagerar las cualidades de sus productos, al final me daré cuenta de que ésta hace un esfuerzo honesto para que el nombre y el lema por lo menos no parezcan desubicados.
El entrenamiento se hace muy llevadero porque por primera vez tengo compañeros: con Dientes, Rubia y Pinta estamos preparando la Transalpina, una carrera de ocho días en los Alpes, un mes más tarde (esta sucesión de carreras seguramente es parte de la resistencia, pero de eso hablaremos en el próximo relato).
La logística tampoco es un gran problema porque la experiencia -y la colección de materiales- de carreras previas ayuda, aunque siempre estoy con la preocupación de la complacencia, por lo que me obligo a revisar la lista una y otra vez tratando de imaginar todas las necesidades que pueda tener en la carrera. Y al mismo tiempo buscando los elementos más livianos, ya que si bien el "más liviano” no puede considerarse un objetivo en sí mismo, contribuye decididamente para que la resistencia no lo sea más de lo estrictamente necesario. Pero más allá de algunos malentendidos con los elementos obligatorios, todo transcurre sin problemas.
Llega la hora
Todo llega y el momento de viajar también. Como siempre pongo en el bolso de mano casi todo lo que necesito para la carrera, excepto lo que sé que no me van a dejar subir al avión (cuchillo, geles, bastones, etc.). Pero sí llevo la comida deshidratada y los carbohidratos en polvo que voy a usar en la carrera.
Sabiendo que es un viaje a EE.UU. esto me provoca un poco de ansiedad -raro, ¿no?- porque temo que me lo cuestionen. Pero por suerte paso los dos controles de seguridad -el general del aeropuerto y el específico del vuelo- sin problemas.
Mi destino es Montrose, en Colorado, un aeropuerto pequeño, sencillo y moderno, del estilo del de San Martín de los Andes en Argentina. De hecho, Montrose es un aeropuerto menor que sirve los centros de esquí, mucho menos importante que Aspen o Gunnisson. Todo es muy rápido y eficiente -creo que es el único vuelo que llega en el día-, me entregan mi bolso de mano al pie de la escalera y a los pocos minutos aparece mi valija en la cinta. El transfer me está esperando y me dice que con suerte llegamos en una hora y media. 11:30 estamos en camino.
Me sorprende el clima. Bastante más caluroso de lo que esperaba y el sol se hace sentir. Quizás Wes, el director de Beyond…, se haya equivocado también con la temperatura máxima de 25º que nos había informado.
Enseguida el camino empieza a subir y las laderas de las montañas se cubren de bosques. Espero que buena parte de la carrera sea así.
Las primeras impresiones de la organización no son de las mejores. Llego a la pizzería fijada como punto de reunión, veo una bandera de la carrera, pero los mozos no saben por qué está ahí. Decido esperar junto a la bandera y veo una pareja sentada cerca. Les pregunto si van a la carrera y me dicen que sí. Resultan ser Mimi Anderson, probablemente la mejor ultramaratonista británica de todos los tiempos y dueña de varios récords mundiales, y su marido, que no corre pero va a trabajar como voluntario. Me dicen que Wes fue a recoger a alguien y vuelve enseguida.
Conversamos mientras pedimos el almuerzo y me voy enterando de algunas cosas que me sorprenden. Aparentemente somos sólo 15 inscriptos -no tenía ni idea porque el sitio no había publicado una lista de participantes-, que el día anterior llovió todo el día, y que esa noche no es obligatorio ir al campamento.
Mientras tanto se van sumando otros corredores. Cuatro daneses simpatiquísimos, un sudafricano, y Alex, un abogado inglés residente en Francia con una historia de vida muy particular: cinco años atrás, a los 36, le diagnosticaron Parkinson y desde entonces se dedica a recaudar fondos para investigación sobre la enfermedad. Su último proyecto es correr 10.000 km en carreras oficiales en cuatro años.
Finalmente llega Wes y nos dice que efectivamente no hay nada que hacer ese día y que somos libres de dormir en campamento o en hotel. Me pregunto para qué nos reunió antes entonces, pero paciencia. Por suerte consigo una habitación en el mismo hotel donde están los daneses y allá voy.
Cenamos todos juntos en un pub -¡qué difícil es comer sano en Estados Unidos!-, y Wes nos da las últimas indicaciones: a las 13:00 nos recoge en el hotel para ir al campamento base y el equipaje en depósito lo entregamos recién una hora antes de la largada al otro día. Me voy a dormir temprano porque estoy bastante cansado.
Día 0—Crested Butte, los preparativos
Me despierto temprano, termino de armar la mochila -feliz porque pesa solo 6,95 kg sin agua a pesar de que a último momento incluí la campera impermeable, decisión que sería acertadísima- y bajo a esperar el traslado. De casualidad me encuentro con Mimi que me dice que Wes publicó en Facebook que el traslado sería a las 15:30 y no a las 13:00. Empiezan a molestarme todos estos cambios de último momento y la falta de una comunicación clara, pero decido tomármelo con calma y pensar sólo en la carrera.
Mimi me pregunta si quiero acompañarlos a dar una vuelta por el pueblo pero prefiero quedarme en la recepción del hotel descansando y terminando de leer "Corriendo con los keniatas".
De a poco van llegando los otros corredores, tan poco informados como yo. A los ya conocidos se agregan Pierre -canadiense-, Tommasso -italiano-, y cuatro locales. Me doy cuenta de que ya no me impresionan tanto mis compañeros como sí me pasaba en otras carreras. Excepto dos de los locales que sí me parecen marcianos, los demás me parecen normales, casi como yo. Pero entre charla y charla empieza a aparecer la verdad. Simon -uno de los daneses- es un ultramaratonista destacado y viene de ganar la "Jungle" de esta serie. Su objetivo claramente es volver a ganar. Camilla, su novia, a pesar de ser muy joven, también viene de ganar la "Jungle". Jonas, otro danés de solo 25 años, tiene 9 h 30' en Ironman. Ryan, uno de los locales, tiene 2 h 25' en maratón. Evidentemente no es un grupo de principiantes.
Finalmente llegan Wes, Drew -el director de la carrera- y todo el staff. A causa de la lluvia deciden hacer toda la previa en el hotel. El control de equipos es muy minucioso y eficiente. Charla médica muy profesional a cargo de Trevor, charla técnica muy clara de parte de Drew, aunque me deja un poco preocupado el tema de la señalización: nos dice que como casi toda la carrera es por senderos en muchos casos no vamos a ver marcas, ya que éstas están concentradas sólo donde hay cruces o desvíos, y que en el resto usemos el "sentido común". No me convence mucho la explicación.
La última parte de la charla es a cargo de Wes, que nos entrega una campanilla para espantar a los osos y un aerosol para tirarle a los ojos en caso de que no se vayan. No entiendo cómo se le puede ocurrir que nos vamos a acercar lo suficiente para echarle el aerosol. Y viene la sorpresa final: tampoco esta noche estamos obligados a dormir en el campamento, nos pasarán a buscar mañana a las 7:00 por el mismo lugar y ahí mismo entregamos el equipaje que vamos a ver sólo al final de la carrera.
La decisión no me alegra del todo: habría preferido dormir esa noche en el campamento para poder probar el equipo y hacer algún ajuste si hiciera falta. Pero tampoco voy a dejar pasar la oportunidad de dormir cómodo y abrigado. Me apuro por conseguir lugar en el mismo hotel y me voy a la habitación. Para comer un poco más sano no salgo y uso lo que había preparado para el campamento: comida deshidratada para la cena y granola para el desayuno. A las 21:00 ya estoy en la cama.
Día 1—The Mountains
6:45 estoy en la recepción del hotel y ya se nota la ansiedad. Está bastante fresco pero no llueve. Hoy son 43 km con 1.344 m de desnivel total, estimo poder hacerlo en 7 horas, pero con un amplio margen de error.
7:45 Drew nos dice que vayamos a la largada que está a 200 m del hotel. Fotos individuales para el recuerdo y a las 8:00 largamos puntuales.
Relajados antes de largar
La
salida es bastante caótica. Simon pica
en punta pero equivoca el camino y a los gritos nos hacen volver por el camino
correcto. Eso me deja en punta por un
momento, pero ahí me equivoco yo. Otra
vez los gritos correctivos y quedo literalmente último. Espero que la señalización sea un poco más
clara más adelante.
Entramos
en un sendero muy angosto y no tengo posibilidad de pasar a nadie. Estoy perdiendo tiempo pero la carrera es muy
larga y no hay que obsesionarse. Cuando
aparece un claro paso al que tengo inmediatamente adelante y así al poco tiempo
quedo octavo y puedo empezar a correr a mi ritmo. Ya perdí de vista a los cuatro primeros
-Simon, Jonas, Ryan y Lucas-, a lo lejos veo a Allan y Camilla y a una
distancia razonable a Mimi.
Entramos
en un bosque y escucho el grito de Mimi, "un oso". La alcanzo y me confirma: "vi un oso,
pero no pude sacarle una foto". Me
deja pasar porque vengo un poco más rápido que ella y enseguida siento que
atrás mío algo corre hacia mí. Pego un
salto sugestionado por el grito de Mimi pero resulta ser simplemente un perro
de una familia que estaba paseando.
El
sendero termina en un camino y no veo marcas. Allan y Camilla ya no están a la vista. Mi "sentido común" me dice que tengo
que tomar el camino cuesta arriba y así hago. Después de unos minutos oigo gritos de Mimi. No entiendo lo que me dice pero sospecho que
me llama. Bajo y me dice que hay una
marca cruzando el camino. Es verdad,
pero no hay ningún sendero y aunque la cinta es igual tiene una inscripción
extraña. Decidimos que no es una marca
del carrera y volvemos cuesta arriba por el camino. Después de un kilómetro más o menos
encontramos una marca que nos lleva a otro sendero. Ahora estamos tranquilos.
Empieza
una trepada bastante dura y me quedo solo. El calor se hace sentir, aunque por suerte
todavía hay árboles que lo hacen menos pesado. Llego a los 3.300 msnm, que es el punto más
alto de la etapa y empieza una bajada muy complicada. Si bien no hay rocas, es un sendero muy
angosto y desparejo. Me ayudo con los
bastones pero me siento bastante torpe. Me
recuerdo que tengo que mejorar en las bajadas, que es mi punto más débil.
Termina
la bajada, otra pequeña subida, unas pocas lajas que me hacen recordar a Cuatro
Refugios -pero mucho más sencillas-, otra bajada y llego al tercer puesto de
control. Otra vez el sendero termina en
un camino, otra vez no veo marcas y otra vez mi "sentido común" me
dice que vaya cuesta arriba. Sería la
decisión correcta, pero debo hacer más de un kilómetro sin ver una marca y
preocupado por si estaría o no en el lugar correcto.
La
llegada es en un campamento, en las afueras de Crested Butte. Antes de llegar cruzamos algunas calles y no
hace falta ningún corte: simplemente la
organización marcó los cruces por las sendas peatonales. Apenas ponemos un pie los autos frenan sin
dudar. Las ventajas de correr en un
lugar donde se respetan las normas.Tengo la agradable sorpresa de que hay baños y de que la organización colocó unos gazebos para protegernos de la lluvia -la premisa era dormir a la intemperie-. Ocupo un lugar, me "lavo" -un repaso de todo el cuerpo con una toalla súper absorbente embebida en agua jabonosa primero y agua limpia después-, me pongo mi ropa de algodón, me abrigo, almuerzo y me pongo a charlar con los demás mientras intercambiamos impresiones sobre la etapa y esperamos a los restantes.
Antes
de caer la noche Drew nos exige que pongamos toda la comida de cualquier tipo
dentro de una camioneta porque más tarde pueden bajar osos que siguen el olor a
comida. Le pregunto si está seguro de
que nosotros no olemos a comida para los osos y no me responde. Para hacerlo más fácil sacamos las cosas esenciales
y entregamos la mochila.
La
noche es la prueba de fuego. Por un lado
estoy mejor preparado que muchos porque mi bolsa de dormir es para 2º y las de
la mayoría para 12º. Pero yo tengo un
bivysac que no respira y pienso usar sólo en caso de emergencia, mientras los
demás tienen bivys que respiran. Por
suerte los gazebos y aislantes provistos por la organización facilitan las
cosas y duermo sin problemas sin usar el bivy.
Día 2—Paradise
Amanezco
bien, sin problemas serios, más allá de tener las piernas un poco
cansadas. Mientras desayuno y me preparo
me entero que Pierre y Hurricane no van a largar hoy porque no se sienten
bien. Decidirán más adelante hacer
alguna otra etapa, pero ya están fuera de la carrera.
Hoy
son otros 43 km con un poco menos de desnivel -1.144 m- y menos idas y vueltas:
unos 10km prácticamente llanos, después una subida, y una bajada hasta la
llegada en la ciudad de Marble -donde nos dicen que está el mejor mármol de
Estados Unidos, que se usó por ejemplo para construir el Lincoln Memorial.
Largamos
y rápidamente se forman grupos: Simon, Jonas, Ryan y Lucas adelante; Allan,
Camilla, Mimi y yo atrás. De a poco
siento que el ritmo es un poco alto para mí y los dejo alejarse. Veo como también Lucas va quedándose del
grupo de punta y se une al segundo grupo.
Más adelante Lucas tampoco puede mantener ese ritmo y lo termino
pasando. Me dice que tiene dolores de
cintura, al final abandonaría antes de terminar la etapa.
Hoy
el día está nublado y el calor no se hace sentir. Empieza la subida y alcanzo a Mimi, a la que
evidentemente la altura no le hace bien con su asma. Me siento bien, voy a un ritmo tranquilo pero
constante. Llego a Paradise, a los 3.400
m y empieza la bajada. Aguda. Con rocas.
Otra vez me digo que hay que practicarlas más pero ahora estoy acá y
tengo que enfrentarlas. Con cuidado,
porque es mejor perder tiempo que torcerse un tobillo, pero tratando de
mantener el ritmo.
A medida que me acerco a la ciudad de Marble van apareciendo casas y la gente sale a preguntarme qué estamos haciendo. Todos son muy atentos, sorprendidos por la prueba y me dan aliento.
Unos
5 km antes de la llegada me alcanza Tommaso. Me dice -con razón- que las bajadas técnicas
son lo suyo y por eso recuperó tiempo.
En
la llegada otra vez todos esperando y alentando. Y otra vez el ritual de
"lavado"-cambio de ropa-almuerzo. Otra vez estamos en un campamento pero con dos
diferencias importantes: el baño tiene agua caliente, lo que hace el lavado
menos sacrificado; y hay un río cerca donde sumergir las piernas. El agua está helada pero le viene muy bien a
mis músculos.
Antes
de que lleguen los últimos se concreta la amenaza de lluvia que duraría toda la
noche. Por suerte los gazebos nos
protegen y paso otra noche tranquila.
Día 3—The Bear
Hoy
la etapa es de 56 km con más de 2.000 m de desnivel. Por suerte hay varias subidas y bajadas, lo
que la hace más amena a mi gusto. La
largada no es del campamento sino que nos van a transportar en 4x4 unos 7 km. A las 6:00 tenemos que estar listos y Drew nos
dice que tenemos que pasar el km 43 antes de las 14:30 porque luego viene una
subida muy complicada y el tiempo no promete buenas cosas. Pienso que no debería tener problemas, pero
como siempre en estos casos mi estrategia es asegurarme el tiempo límite y
después seguir tranquilo.
A
las 6:00 salimos puntuales pero el viaje se hace más largo de lo esperado. El camino es realmente malo y a pesar de la
capacidad de los conductores avanzamos muy lentamente. Finalmente largamos a las 7:00, y por eso Wes
extiende el tiempo límite a las 15:00. De
todos modos perdimos 30' netos de carrera, por lo que ya no me creo tan sobrado
como antes.
Empezamos
con una subida bastante dura, las posiciones son las de siempre: los cuatro
daneses y Ryan adelante, atrás Mimi y más atrás yo. Casi a mitad de la primera subida alcanzo a
Mimi que ya empieza a sufrir la altura. Sigo
por el sendero hasta que se termina y no se por dónde avanzar. Me alcanza Mimi y juntos encontramos el
camino.
Es uno de los lugares más lindos que vimos hasta ahora. Un manto de flores silvestres en medio de las montañas verdes. Es un placer estar ahí. Por otra parte, estos lugares con poco desnivel son los que más me cuestan. Mis cuádriceps estallan de dolor y me cuesta correr aún en el llano. Prefiero decididamente las subidas empinadas o aunque sea las bajadas técnicas, donde siento que pierdo menos tiempo. De golpe me doy cuenta de algo -obvio, dirá Ud., querido lector, pero más complicado para un cerebro en deuda de glucógeno como el mío-: ¡no estoy tomando nada para reducir la inflamación! Seguramente un poco de paracetamol reduciría la inflamación y el sufrimiento. Me hago una nota mental para consultar a Trevor, el médico, mientras me maldigo por no haberlo pensado antes, y sigo adelante.
Mimi viene atrás mío a un ritmo bastante desparejo: me alcanza y se vuelve a quedar mientras parece que está sufriendo más de la cuenta.
Empieza
una bajada interesante y Tommaso nos pasa a los dos. Llegamos al segundo puesto de control y Mimi
cae exhausta. Entre Tim, su marido, y
Drew la asisten. Yo aprovecho para
reponer agua y conversar un poco con Drew, que me dice que vengo bien. "Sí", le digo, "pero estoy al
límite con el tiempo de corte". "Tranquilo",
me responde, "seguí así que llegás bien". Dejo el puesto de control unos segundos
después de Mimi pero ya la perdí de vista. Encaramos una subida bastante dura y tardo más
de veinte minutos en alcanzarla. La veo
exhausta, pero sin ninguna posibilidad de aflojar. Me sorprende la fuerza de voluntad de esta
mujer, no es casualidad que tenga varios récords mundiales.
A
medida que voy subiendo el tiempo desmejora. Llueve. Y después graniza. Es un granizo fino, espero que no empeore
porque estoy en un paso: el viento es terrible y no hay árboles donde
guarecerse. Evidentemente hace frío,
pero no estoy incómodo. El cuerpo sigue
caliente. No me parece que valga la pena
parar para ponerme la campera de lluvia.
El
sendero se bifurca y no hay marcas. Otra
vez maldigo a Drew y trato de discernir donde hay pisadas frescas. Por suerte tomaría la decisión correcta, más
adelante aparecen las marcas.
Unos
cuantos kilómetros más adelante lo veo a Tommaso que viene hacia mí. "¿Qué hacés?", le pregunto
sorprendido. "No hay marcas, debe
haber otro camino". Le digo que no,
que no hay caminos alternativos y que fue así toda la carrera. "Yo sigo", le digo sin dejar margen
a dudas. Me acompaña y a los 300 m
encontramos una marca.
De a poco se va quedando. Yo trato de acelerar porque siento que estoy al límite del tiempo de corte, apretando los dientes para soportar el dolor de los cuádriceps. Otra bajada y otro puesto de control. "¿Cuánto falta al punto de corte?", le pregunto a Trevor. "Cuatro millas", me dice y me alivio porque sé que con un poco de garra llego antes de las 15:00, "y ahí se termina la etapa por el mal tiempo," agrega. La noticia me saca toda la presión. Aprovecho para preguntarle qué me recomienda para los cuádriceps (paracetamol mejor que ibuprofeno) y sigo a un ritmo más relajado. Un par de kilómetros más adelante alcanzo a Camilla que viene rengueando por una contractura, y en la llegada están Drew y Allan (Simon, Jonas y Ryan ya habían ido en auto al campamento). "¿Viste que llegabas?," me dice Drew contento de haber acertado en su pronóstico.
Le
digo que esperemos a Camilla, Tommaso y Mimi antes de ir al campamento porque
deberían estar cerca. Efectivamente
Camilla llega a los pocos minutos y atrás llega Tommaso que empieza a
despotricar a los gritos que no debería haberse cortado la etapa y que el
circuito está mal medido porque su GPS le da más de 43 km. Drew lo escucha con paciencia budista mientras
Allan y yo le decimos lo que se merece.
Llega
Mimi y nos abraza entre llantos. No hay
dudas de que forzó su cuerpo al límite.
Llegamos
al campamento en camioneta. Tengo frío. Me lavo, me abrigo con lo poco que tengo, como
y me meto en la bolsa de dormir. A pesar
de que hay un río cerca no me animo a entrar en el agua helada. Mis piernas se tendrán que conformar con el
paracetamol.
En
el campamento todos hablamos de la etapa de mañana: los 80 km -"83", precisa Drew para
evitar cualquier tipo de críticas-.
Tenemos seis subidas importantes y otras tantas bajadas, todo a más de
3.000 msnm. Ryan dice que estima un
tiempo de 13 horas. Eso me desanima. "Si para vos son 13, para mí son
20," le digo exagerando sólo un poco.
Imaginaba un total de 15 horas, pero ahora creo que 18-19 es más
realista. El conoce el terreno mejor que
nadie.
Día 4—Aspen
Amanezco
muy bien a pesar de que sin dudas fue la noche más fría. El paracetamol ha hecho maravillas en mis
piernas. Me lamento sólo de no haberlo
tomado antes.
Otra
vez tenemos un tiempo límite en el km 43, después de la tercer bajada, pero es
de doce horas. Calculo que no debería
tener problemas, a pesar de que el pronóstico es de lluvias todo el día. Otra vez mi estrategia es llegar apenas antes
del tiempo de corte y luego seguir tranquilo.
Jazmin,
Alex y Hugh deciden hacer una versión reducida largando desde el tercer puesto
de control.
Largamos
a las 6:00 puntuales. Hoy no hay
prácticamente terrenos llanos, comenzamos con una subida y todo el tiempo
tendremos desniveles importantes. Otra
vez los grupos se ordenan como de costumbre.
Simon, Jonas y Ryan adelante; Camila y Allan un poco más atrás; Mimi que
les sigue el ritmo al principio; después yo y más atrás Tommasso.
Lentamente
Mimi se va quedando hasta que la alcanzo y corremos un tramo juntos. Empieza la lluvia. A diferencia de ayer, cuando el clima era más
templado, hoy hace frío y decido parar inmediatamente para ponerme la campera
impermeable. Mimi hace lo mismo y
enseguida nos alcanza Tommasso que también se abriga.
Seguimos. Termina la primera bajada y empieza la
segunda subida. La lluvia se hace más fuerte
y el frío más intenso. Me digo que tengo
que parar a ponerme la remera térmica pero no puedo parar bajo esa lluvia
porque se mojaría toda y perdería efecto.
Sigo unos cuantos minutos hasta que encuentro un grupo de árboles donde
guarecerme. El proceso de sacarme la
mochila y la la campera, ponerme la remera térmica, y volver a ponerme la
campera y la mochila me lleva exactamente catorce minutos. Tengo las manos entumecidas y es muy difícil
hacer el mínimo movimiento. Pero
finalmente lo consigo. Mientras tanto,
Mimi y Tommasso, que habían quedado un poco atrás, me pasan.
Sigo
bajo esa lluvia y la cabeza empieza a tratar de mantenerse ocupada. Primero me surge una pequeña
preocupación. En ese momento estoy
último –ya que Jazmin, Alex y Hugh largaron de más adelante-, por lo que si me
pierdo o me pasa algo van a tardar muchísimo en encontrarme. Las marcas son escasas como siempre, y es más
difícil estar atento o seguir huellas por la intensa lluvia. Después pienso en el clima. Agradezco haber puesto la campera impermeable
a último momento, sin ella estaría obligado a abandonar. Tengo las manos entumecidas del frío, pero el
cuerpo está caliente, así que supongo que no voy a tener problemas en seguir.
Sigue
la subida y alcanzo primero a Mimi y luego a Tommasso. Otra vez no la veo bien a Mimi, pero su
fuerza de voluntad es impresionante.
Llegamos
a los 3.350 m, la “cima” de la segunda trepada y empieza la bajada. Es muy incómoda. El sendero es muy angosto –menos de 50cm-, de
tierra colorada por donde corre el agua como si fuera un pequeño arroyo. Trato de hacer malabares con los bastones
para no caerme, pero no estoy cómodo.
Además no quiero ir muy despacio para no perder temperatura corporal. Me resbalo varias veces hasta que en una
termino sentado en medio de un charco.
Justo en ese momento me pasa Tommasso.
Sigo
tratando de correr fuera del sendero, aunque tampoco me tranquiliza porque la
vegetación no me deja ver el terreno irregular, pero parece un poco menos malo
que los senderos. Me doy cuenta de que
al caerme perdí los lentes, ojalá Mimi los vea y me los traiga, pienso. Enseguida me surge otra preocupación: no encuentro el “Spot” en mi hombro con el
que al final de cada etapa envío un “ok” a Dientes para que sepa que todo sigue
bien. Mi cabeza va a mil. Pienso que se va a preocupar cuando no reciba
el mensaje. No sólo. Si controla la posición del Spot va a ver que
está en el medio de la montaña y va a creer que estoy abandonado ahí. Me digo que le voy a tener que pedir a Wes
que me preste un celular para llamar a Argentina, aunque me cueste la
descalificación. Cuando mi angustia está
al límite me doy cuenta de que simplemente se había deslizado por la mochila y
lo tengo en mi espalda.
Me
alcanza Mimi –que no vio mis lentes-.
Está realmente mal, pero logra mantener un ritmo envidiable. Como estamos más bajos hace un poco menos de
frío. Pero ella me dice que no está en
condiciones de seguir, que va a abandonar antes de la próxima subida. Me da mucha lástima, pero siento que no puedo
contradecirla, es una campeona. “Coraje
te sobra, y vos conocés tu cuerpo mejor que nadie,” –le digo- “vos sabés lo que
es mejor”.
La
bajada se hace un poco menos empinada y puedo trotar un poco. Empiezo a sentirme bien, el trote calentó
hasta mis manos. Llego al segundo puesto
de control de muy buen humor y en broma les digo “¿Esta es la llegada?” La respuesta me sorprende, aunque solo la
entendería una hora más tarde: “Sí, si
vos querés que sea.” Les digo que no,
que estoy bien y que sigo. Cargo poca
agua porque el siguiente puesto está a sólo 7 km, justo antes de empezar la
tercera subida.
Ahora
voy por un camino de 4x4. A los pocos
minutos me pasan los voluntarios del puesto de control en una camioneta, con
Mimi a bordo, y me preguntan si no quiero subir. Obviamente les digo que no y sigo. Llego al tercer puesto de control y el
mensaje de bienvenida me sorprende. “Fin
de la carrera,” me dicen. “¿Cómo?,”
exclamo con una mezcla de sorpresa y desilusión. Me siento bien, no tengo problemas en seguir,
no me pueden parar acá. “Hay una
tormenta en el paso, Drew bajó cubierto de nieve, ya fueron a buscar a los tres
primeros, el resto está esperando acá en la camioneta”. Así era.
Aunque parezca increíble, a principios de agosto se desató una tormenta
de nieve que anulaba la visión y aumentaba notablemente los riesgos. Me tranquilizo y me doy cuenta de que era la
decisión correcta.
Habíamos
hecho unos 35 km, la etapa y prácticamente la carrera estaban terminadas.
Estamos
muy lejos del campamento de Aspen –mucho más lejos en auto que corriendo-, así
que nos llevan primero al campamento de Crested Butte para que comamos y nos
cambiemos y luego salimos para Aspen.
En
Aspen el campamento es de lujo: un
colegio secundario donde podemos usar las duchas de agua caliente. Aprovecho para pesarme y veo que bajé sólo un
kilo. Vengo bien con la alimentación.
A
Wes y Drew se les nota en la cara el alivio por haber reunido a todos los
corredores en el campamento.
Evidentemente la situación era difícil en el paso.
El
tiempo es Aspen es decididamente agradable.
Está fresco, pero no llueve.
Todos estamos contentos de haber vuelto y relajados porque la carrera
prácticamente terminó: mañana son 14 km
hasta Snowmass con una pequeña subida y luego una bajada.
Día 5--Snowmass
Largamos
a las 9:30, un par de horas antes de lo previsto ya que ayer terminamos
bastante antes de lo esperado. Empezamos
con una subida por un sendero de trekking donde nos cruzamos con varios
turistas. Muy amablemente todos nos dan
paso. Bromeo con Hugh diciéndole que no
es que sean atentos, sino que apestamos y quieren mantenerse lejos.
Seguimos,
empieza la bajada, nos perdemos –para mí sería la primera y única vez en la
carrera-, pero nos rescata a los gritos una de la voluntarias. Volvemos y encaramos el camino correcto. Desembocamos en una calle y camino abajo
vemos la llegada. Pero no tenemos que ir
por la calle sino por un sendero zigzagueante.
Parece un gesto de sadismo de la organización, pero nos permite
disfrutar de los últimos minutos de una hermosa carrera. Llegamos de la mano con Hugh. Nos esperan Wes y los que nos
precedieron. Nos colocan la medalla y se
apuran a darnos una cerveza que nos apuramos más a disfrutar. Misión cumplida.
Epílogo
En
lo personal, más que satisfecho. Primero
por haberme sentido muy bien todo el tiempo.
Segundo por haber hecho nuevos amigos y compartido una semana con
excelentes corredores. Tercero, porque además
cumplí con mi meta de tiempo: fueron 30 h
44’ para mí, un 40% más que las 22 h 1’ con las que ganó Simon, bastante por
debajo del objetivo del 50%. Y si bien
no pude cumplir con el objetivo de las posición general -terminé 6º entre los
14 que largamos, o sea en el 43%, bastante por debajo de la meta del 25%-, sin
autojustificarme creo que es bastante difícil de cumplir en una carrera con tan
pocos participantes. De hecho para
cumplir debería haber terminado 3º, algo fuera de mi alcance.
Dos
frases harían mi experiencia más satisfactoria aún. Wes, al despedirme, me dice: “Te vi siempre en control, nunca parecías
excedido”. Y en parte se trata de eso al
nivel que corro yo, esforzarse pero sin pedirle al cuerpo más de lo que puede
dar. Pero todavía más simpática fue la
despedida de Simon: “Gracias por
mantenernos de buen humor toda la semana.”
Y también corremos para eso, para ser un poquito más felices.


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